Tras que eso pasase decidió que lo mejor era volver al menos una vez por semana, y de esa forma empezar a tener cada vez más confianza con ese personaje que había aparecido en su vida. Por ahora, la única conexión que tenía con ese mundo que yace invisible y a un lado de lo que se supone es la sociedad perfecta, esa que se publicita en los medios.
El que hacer con la mariguana que compraba, enseguida dejó de ser un problema, a veces María y Genaro, al final de la noche, cuando la intensidad de trabajo disminuía con visos de ya nunca volver a aumentar, aliñaban sus cigarros con ella. Por lo que empezó a regalársela, con la increíble excusa, de que un vecino se la regalaba a él de vez en cuando. Siempre acaban invitándolo a unirse a ellos, pero sigue teniendo el mismo problema, no tiene pulmones con los que aspirar el aire, ¿fallo de diseño? es lo considera más una forma de eficiencia.
Hoy es uno de esos días raros, lo nota en el ambiente, y no es sólo por los relámpagos que llevan sonando toda la tarde, amenazan tormenta y cargan el aire con electricidad, tiene miedo de que si eso sigue pasando cuando salga del restaurante uno de ellos lo confunda con un pararrayos y lo convierta en chapa fundida. Son ya cerca de las ocho y ningún cliente ha ido todavía a cenar, puede que no sea el restaurante más concurrido de Madrid, pero hasta para ellos eso es raro, a veces no hace falta tener una gran cocina, o unos grandes precios, simplemente estar ubicados en un buen sitio te garantiza clientela, aunque sea sólo de esa que entra una vez y no vuelve hacerlo nunca más en la vida.
María y Genaro andan dando vueltas sin saber que hacer, aburridos, llevan turnándose toda la tarde para salir a fumar al patio, con la esperanza de todos, de que la próxima vez que uno entre algún cliente pase para al menos aprovecharse de la oferta del menu del día, pero nada. En la cocina no han manchado todavía ni un plato, Carlos y Fermin se enzarzan de vez en cuando en discusiones absurdas sobre futbol o incluso política, pero sin ser más que una excusa con la que pasar el tiempo, ambos deseando tener algo que hacer para poder olvidarse el uno del otro. Y Arturo, el único que no fuma del todo el restaurante, se conforma con tener los brazos cruzados, deseando que se acabe la tormenta. Pero en lugar de eso, cada vez hay más y más relámpagos, y como contrariándolo todavía más, la naturaleza decide que ha llegado el momento de acompañarlos con lluvia. Cuando empieza a hacerlo no es que llueva, es que diluvia.
Los ánimos en el restaurante están cada vez más bajos, todos pensado en que hoy su salario quedará reducido drásticamente por culpa de la falta de propinas. Si no hay clientes, no hay dinero.
En cambio, la lluvia tiene el efecto totalmente diferente al por todos esperado, es empezar a llover y el restaurante empieza a llenarse de gente, en lo que parece un desfile de chubasqueros y paraguas de diferentes colores y formas, todos parecen tener más ganan de encontrar un lugar donde poder cobijarse que de comer. Pero lo que los haya movida a entrar, en realidad da igual, en restaurante se llena, y muchos se quedan en la calle viéndose obligados a encontrar otro sitio donde poder cobijarse.
Las rondas para salir a fumar se acaban, María y Genaro empiezan a tener esa expresión en la cara de estrés que en realidad es su expresión corriente en una jornada normal de trabajo, los fuegos se encienden, Carlos y Fermín vuelven a dejar de discutir entre ellos como única forma de matar el rato y cada uno se centra en preparar la cena que cada uno de los clientes les piden. Y Arturo en un instante, se junta con tantos cacharros de cocina que fregar que se olvida completamente de su problema de la lluvia.
Todos trabajan todo lo rápido que pueden, nadie para ni un instante, y aún así todos tienen la sensación de que no son capaces de dar abasto. Tanto que al final María entre con una idea en la cocina.
– María: Que salga Arturo a echarnos una mano fuera, si no es para tomar comandas pues para llevar platos, lo que sea, Genaro y yo no somos capaces de atender a todo el mundo y los clientes se están mosqueando.
Una idea que parece no sentar muy bien a Carlos y Fermin al principio, que lo primero que hacen nada más escucharla es mirarse el uno al otro, y luego rápidamente quejarse.
– Carlos: Aquí también estamos a tope, y como este salga para fuera se va llenar esto de suciedad, se van a empezar a acumular cacharros y verás.
María: ¿Qué es más importante, que los clientes se vayan comidos o que los platos estén limpios?
A lo que Arturo añada, deseoso de aprender algo nuevo.
– Arturo: Por mi parte no hay problema.
A lo que Carlos y Fermín le responden rápidamente con otro mirada reprobatoria, para luego darse cuenta de que tienen razón. La loza de momento puede acumularse, siempre habrá tiempo de quitarla del medio, y Arturo va a ser más eficiente fuera.
– Carlos: Venga, que salga un rato y os eche una mano, pero si la cocina se descontrola enseguida tendrá que volver para dentro.
– María: Venga quítate ese mandil feo y vete para fuera. De momento empieza a encargarte de servir la comida, que vaya saliendo de la cocina.
Dicho y hecho, se quita los guantes, se quita el mandil y empieza a llevar la comida que con frenesí sale de los fuegos de Carlos. Su primera impresión cuando sale fuera es la de un auténtico caos, niños para arriba y para abajo jugando descontrolados, intoxicados por el alcohol cantando mientras esperan la comida, y todo el mundo hablando muy alto, más bien gritando, parece más un manicomio que un restaurante.