Por algunos segundos sus ojos de cristal se quedan clavados en ellos, no puede haberse equivocado sin duda esa que lleva un vestido rojo es Julia, so pelo castaño y liso la delatan, y para distinguir a su creador de otro millón de humanos parecidos a él, no necesita ayuda, esa barba de cuatro o cinco días sin afeitarse, no por moda sino por simple dejadez, su pelo negro aunque cada vez más escaso signo del paso de los años, y esa risa inconfundible que siempre aparece no cuando algo gracioso ocurre sino cuando hay un silencio incomodo, son su marca personal.
Sólo cuando Cristobal cruza su mirada con la suya, al sentirse observado, deja de mirarlo. Hasta entonces su día había sido perfecto, no le había dado tiempo todavía a acordarse de su condición de prófugo de la policía, tampoco había sentido nostalgia por lo que por un breve espacio de tiempo había sido su casa, ni había echado de menos a nadie. Se había centrado en ver, oír, y la mayor parte del tiempo callar mientras fregaba con cuidado los platos para que nadie, o más bien Fermín, se diese cuenta de su rapidez, por mucho superior a la de cualquier otro ser humano. Pero al verlos, los datos almacenados en su disco duro de capacidad finita aunque casi inagotable, lo han hecho volver a ese pasado cercano. No lleva más de una semana con su nueva vida, y aunque las ratas con sus idas y venidas por la fábrica abandonada han logrado llenar en parte el vacío dejado por Cristobal y Julia en su vida, no han sido capaces de suplir por completo el lugar que ocupaban en su corazón de uranio.
Desde ese momento el día se tuerce, aunque eso no signifique que empiece a romper platos, es tecnológicamente imposible que lo sea, o que empiece a discutir con alguno de sus compañeros por algo absurdo, como por la que casi siempre discuten dos seres humanos, ni tampoco ha hecho falta que la policía haya vuelto a aparecer buscándole no sabe muy bien como, simplemente se ha dado cuenta que durante esta larga semana le ha faltado algo, y ese algo debe ser difícil de encontrar, porque al ver a Julia le ha gustado haber sido él, el que estaba sentado en esa mesa con ella. ¿Y de dónde proviene esa sensación? Puede que sea algo parecida a lo que sintió ese día que fue a un club de alterne cerca de donde ahora trabaja, si bien en esa ocasión todo lo que le hizo ir hasta allí fue la simple curiosidad, que luego se acabo transformado en un puro deseo sexual que no sabía muy bien como satisfacer. Puede que sea algo parecido a lo que le pasa cuando mira a María, no puede quitarle los ojos de encima. Pero aun así en diferente, no es tanto las ganas de satisfacer un deseo que sólo puede ser colmado por la carne de otro ser humano, ni se puede explicar por tratarse de una belleza abrumadora, atrayente, que por donde pasa y donde está hace que todo se centre en ella. Es diferente, no sabe como explicarlo, pero se ha muerto de ganas de compartir el momento con ella, de volver a tener una conversación con ella igual a la que tuvieron cuando decidieron unirse en su lucha por lograr que Cristobal lo dejará salir de casa, o como cuando por primera vez se conocieron en en salón de la casa de Cristobal, o de simplemente saber que está cerca.
El resto de la noche en el restaurante la pasa pensativo y cabizbajo, ni siquiera le hace falta contenerse para no moverse con rapidez sobrehumana, todo el trabajo que le llega lo hace con desgana y con la cabeza en otro sitio. Ni siquiera cuando a mitad de la noche le encargan llevar los postres, por fin dando valor a su robo de la mañana, es capaz de alegrarlo. Ni siquiera cuando al final de la dura jornada, recibe los cincuenta euros que supuestamente justifican todo el tiempo que ha perdido de su existencia en ese restaurante logran alegrarlo.
Eso le hace darse cuenta que hay algo que le falta en la vida, y que no puede conseguirse con dinero, no es que no pueda aparentar llevar una vida normal como la de cualquier otro ser humano cambiando por dinero todo aquello que le hace falta, como ropa, o quien sabe vivir en una casa normal, o ir al cine como hacen ellos. Es que necesita dejar de estar solo, y por ahora con la única persona que ha sido capaz de dejar de sentir ese vacío, que hasta ahora no sabía que tenía, ha sido con ella.
La vuelta a la fábrica abandonada se la pasa dando patadas a una lata, y patada tras patada su cabeza siempre vuelve a lo mismo, ¿qué es lo que tiene que hacer para volver a verla? Y la única solución que se le ocurre es conseguir hacerse pasar por otro profesor, tal y como ya una vez engaño con Cristobal a esa patrulla de estudiantes que por primera vez le buscaba, pero está vez a plena luz del día, y con el proyecto aún más ambicioso, de ser profesor. Total, ¿qué profesor podría presumir en el mundo de contar con su memoria?
De momento, cuando llega a la fábrica deja la lata en la puerta, ese es otro de los objetivos que hoy ha conseguido, aunque sea sin duda el más absurdo de todos ellos. Saluda a las ratas que hasta su llegada eran las única dueñas y señoras del lugar, pero que en vez de contestar huyen a algún lugar recóndito a las que sólo ellas saben llegar. Y luego se queda un buen rato mirando el billete de cincuenta euros que tanto esfuerzo le ha costado conseguir, sin tener todavía muy claro al irlo a esconder debajo de una baldosa, si vale todo el sufrimiento que representa.