Fermín vuelve a lo suyo, pero no puede evitar mirar a hacía donde está Arturo de reojo, que se ha dado cuenta de que lo observa y hace lo posible por no dejarse llevar por sus virtudes como máquina. Si quiere ser un humano, tiene también que aprender a comportarse como ellos.

Se toma las cosas con más calma, deja que se acumulen cacharros en el fregadero, de vez en cuando hasta se permite el lujo de parar para tomarse un respiro y hasta se ha planteado la idea de ponerse un par de pulmones para poder fumar, pero siempre la acaba desechando por grotesca y acaba riendo solo al final.

Cada vez huele mejor en la cocina, y aunque ni pueda comer, ni tiene apetito que lo avise de cuando debe hacerlo, sabe que lo que viene de camino tiene que estar bueno, tan bueno como para hacer que diecisiete japoneses hayan viajado miles de kilómetros para esperar impacientes a comérselo. Mientras que Fermín no le ha vuelto a quitar el ojo de encima, Carlos ha estado siempre a lo suyo, no recuerda un sólo momento en que haya recibido órdenes de él, apenas se ha enterado de que está en la cocina si no es por ese olor a paella que envuelve todo. Tanto trabajo y tanto esmero acaban dando resultado y por primera vez, sin que sea Fermín el que lo provoque, abre la boca.

– Carlos: ¡Esto ya está casi listo!

Lo mira, y en su cara hay esa sonrisa de oreja a oreja que debe de parecerse a la que tenía Miguel Ángel cuando acabo la Capilla Sixtina, o los ingenieros de la NASA la primera vez que mandaron un hombre a la Lune. Con la diferencia, de que Carlos tiene la oportunidad de disfrutar de ella cada vez que acaba uno de sus platos. Justo en ese momento la que aparece en la cocina es María, que es pasar por la puerta y hace que todos los ojos se claven en ella, en su cara lo que se refleja es ansiedad, entretener a los comensales hasta que llegan los platos de comida también requiere arte, pero no es un arte que termine en un producto hecho, es un trabajo continuo contra el efecto inevitable del caos y eso es agotador.

– María: ¿Cómo van esas paellas? Que los turistas vienen con prisa, y que tienen tablao flamenco a las nueve y se les está echando la hora encima, además a alguno ya se le ha empezado a poner colorados los mofletes por culpa del vino, y le va haciendo falta asentar ese vino con algo.
– Carlos: Llegas justo a tiempo, porque las paellas están ya preparadas.
– María: Lo sabía, en cuanto empieza a oler así por todas partes es que están listas.

A Carlos todavía le queda rematar su obra de arte, coloca algunos langostinos alrededor de la paella, lo mismo hace con algunos mejillones, y en los laterales la adorna con rodajas de limón cortadas en forma de V, para que al que le guste puede terminar de aliñarla con su sabor. Todos en la cocina lo observan mientras lo hace en silencio, que se rompe con Genaro entrando sofocado a la cocina de nuevo, tras un buen rato sin aparecer por allí.

– Genaro: ¡Qué bien estáis todos aquí tranquilitos mirando como Carlos coloca los langostinos!, esto es España, uno trabaja y en resto mira como lo hace.
– Fermín: ¿Pero que te pasa chico? creía que ibas a venir contento cuando vieses que ya estaba lista.
– Genaro: ¿Contento? Que se está empezando a llenar el restaurante y esta vez no es de turistas, que llega la hora de las parejitas, de los hombres de negocios que vienen a cerrar el trato después de estar toda la tarde de copas, y estos no viene con la idea fija y piden todos lo mismo.
– María: Este hombre siempre en un sin vivir.
– Genaro: No te quejes y tira para fuera que siguen llegando clientes.
– María: Espera al menos que nos llevemos las paellas, ¿no?
– Carlos: Venga, tantas prisas, tantas prisas, nunca son buenas. Esto ya está listo.

Es oír esas palabras y María engancha la paella de marisco con orgullo, es grande, casi como la rueda de un camion, y a no más de tres pasos se da la vuelta y la vuelve a dejar justo donde estaba.

 

– María: Voy a necesitar a alguien que me eche una mano con esto.
– Carlos: Pues que te ayude el nuevo, venga Arturo ayuda a María a llevarla y engancha el otro asa.
– Arturo: Eso está hecho.

Al fin el robo del atuendo que lleva ahora mismo puesto ha encontrado una justificación, por mucho que no pueda lucirlo como se merece y al final salga de la cocina con el delantal puesto.

Después de pasar tanto tiempo en la cocina, cuando sale de ella es como entrar en un mundo paralelo. Mire a donde mire ve a gente con sus mejores galas y sentada en esas mesas que tanto trabajo le costo colocar a la tarde, trajes, vestidos, joyas, todo reluce y le aturde. Como no, los japoneses cuando los ven llegar vuelven a sacar la cámara de fotos que tenían olvidada, es dejarla encima de la mesa y haber tantos flashes que parecen estar en la alfombra roja de los Oscar.

Ambos se vuelven con las manos vacías y cuando se acostumbra a su nuevo entorno, Arturo empieza a distinguir las caras que acompañan a los vestidos y los trajes, a las joyas y los relojes de oro. Entre ellas, en una mesa para dos, en una de las cuatro esquinas del restaurante hay dos que le resultan familiares, ese que está allí sentado es su creador y a su lado está Julia. Menos mal, que tras ver a la policía una de las medidas que tomo fue ponerse un nuevo rostro. Pero que haya cambiado de cara, no le ha hecho olvidarse de ellos.

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