Una cosa es que sea capaz de percibir los cambios de temperatura, y otra muy diferente, que con ellos vaya asociada una sensación de dolor. Distraído, haciendo ese trabajo mecánico que está haciendo, no ha atendido a esas alertas de cambio de temperatura de su sistema, lo que para cualquier humano es un dolor insoportable imposible de obviar, para él no es más que un aviso, ante el cual puede sentirse indiferente si las circunstancias que le rodean son propicias.

Sigue lavando la sartén, además con agua caliente, con sus manos desnudas sin siquiera hacer el más leve gesto de dolor, pensando que tiene ganas de que se acabe pronto la noche, de que le paguen algo si es que se lo van a pagar, y volver a la fábrica abandonada donde le esperan las ratas, las únicas que por ahora comparten su secreto. Pero Fermín que ha visto como ha pasado todo, no puede resistirse a bromear sobre lo que ha pasado y en seguida le lanza el primer dardo envenenado.

– Fermín: Te iba a decir que tuvieras cuidado con esa sartén. Pero no me dado tiempo.
– Arturo: ¿Qué sartén?, ¿por qué tendría que tener cuidado?
– Fermín: Estaba ardiendo macho, la acababa de sacar de la lumbre cuando la has cogido con tus propias manos, y ni si quiera has hecho ni un pequeño gesto de dolor.
– Arturo: ¿Dolor? a sí, si que me he quemado un poco, pero como tenía las manos en el agua tampoco le hecho mucho caso.
– Fermín: Si te has tenido que quemar vivo macho, a ver enséñame la mano con la que has cogido la sartén.
– Arturo: Que no me ha pasado nada, tranquilo, estoy bien tu sígueme dejando cacharros que yo los sigo quitando en un momento.
– Carlos: Fermín, déjate de gilipolleces que no haces más que siempre estar perdiendo el tiempo y sigue a lo tuyo, que no llegamos y al restaurante va a seguir llegando gente.
– Fermín: Pero, pero, que ha cogido una sartén ardiendo con la mano y ni siquiera a soltado un gemido, que se ha tenido que quemar, que sólo quería comprobar que estaba bien.
– Carlos: Que a lo tuyo joder, que no llegamos, que son dieciséis paellas.
– Fermín: Vale, vale.

Sigue fregando la loza que le llega como si nada, pero eso le hace fijarse en esa mano que ha cogido la sartén en llamas, lo que le hace descubrir que en la llama de su dedo indice ha aparecido un pequeño brillo metálico, la goma con el calor de la sartén se ha derretido haciendo que aparezca un pequeño agujero por el que se puede ver la aleación de aluminio y titanio del que está hecho. Carlos le ha librado de tener que dar una explicación muy enrevesada de lo que significa ese brillo metálico, va a tener que tener más cuidado sino quiere que la próxima vez le pillen. De momento se pone los guantes de goma que había colgados en un gancho al lado del fregadero, si vuelve a estar distraído la próxima vez que coja algo caliente, al menos, tendrá una excusa con la explicar su falta de sensibilidad, y de paso, serán ellos los que se quemen y no su piel de goma.

El tiempo tan aburrido pasa despacio, pero cada vez se siente más seguro de lo que hace y friega cada vez más y más rápido los platos, los seca en un periquete y los coloca en las baldas que hay debajo del fregadero, donde sin que nadie le haya dicho nada, ha supuesto deben guardarse por haber más de su misma clase en ellas. Eso, es gracias a la capacidad de aprender con la que su creador le ha dotado, deep learning, es capaz de aprender de la experiencia como cualquier otro ser humano, los datos se van acumulando en su cabeza, y de ellos es capaz de extraer conclusiones con los que es capaz de mejorar las tareas que realiza. Tan rápido mejora, que llega un momento en que sus brazos y manos se mueven a una velocidad supersónica, lo único que puede distinguirse de ellas es la estela que dejan a su paso, como el cometa que pasa por el firmamento dejando atrás una cola como prueba de la velocidad con la que pasa. Igual que antes, está tan absorto en sus pensamientos, que tampoco se da cuenta de lo que está haciendo. Otra vez es Fermín, él que tras quedarse un rato mirándolo con la boca abierta se atreve a decir algo.

– Fermín: Míralo, míralo, si parece una máquina el tío, Carlos, Carlos, tienes que ver esto por favor, que no se le ven las manos de lo rápido que las mueve, que tenía que tener el fregadero lleno de cacharros de todo lo que le estamos echando y lo tiene casi vacío. ¡Carlos mira, joder!

Pero Carlos, sigue a lo suyo, centrado en que la paella gigante que tiene delante sea otra de esas pequeñas obras de arte que sólo él es capaz de admirar y comprender, de que el fuego tenga la llama correcta, que el caldo que cuece el arroz no desaparezca antes de que el arroz se haga, de que no este sosa ni salada, de que las almejas y mejillones se abran.

– Carlos: Ya te he dicho que te dejes de gilipolleces y sigas a lo tuyo, haciendo lo que sea que tengas que estar haciendo. No ves que estamos hasta arriba y no puedo estar a tus tonterías, deja al nuevo, si friega rápido pues mejor para todos. A lo tuyo Fermín.

Puede que Carlos no le haya hecho caso a Fermín, pero Arturo nada más oírlo ha empezado a tomarse las cosas con más calma. Sus procesador y circuitos han vuelto al restaurante donde está físicamente, y en seguida ha modulado la velocidad de sus brazos y manos a la que tendría cualquier otro ser humano. Otra ver vuelve a respirar hondo, debe de tener más cuidado si no quiere que le pillen.

 

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