En el restaurante ya lo estaban esperando. Su puntualidad ha sido casi exacta, de hecho se ha adelantado por un minuto a la hora acordada, pero la necesidad de tener todo preparado para la hora de la cena hacen que su jefe, lo miren con cara recriminatoria. Ni siquiera ha empezado, ha sido imposible que le haya dado tiempo a hacer nada mal, cuando ya está sintiendo lo que significa estar al final de la cadena de mando.

– Tomás: ¿Dónde te has metido?
– Arturo: En ninguna parte, he llegado justo a la hora que habíamos quedado.
– Tomás: Pues venga, que ya vamos mal de tiempo, empieza barriendo todo y luego friega el suelo.

Si ya van mal de tiempo, pues que le hubiera dicho de llegar antes. Sin embargo, algo le dice que es mejor no contestar, visto que tampoco ha parecido entender cuando le ha dicho que ha llegado a la hora convenida. Agarra la escoba y el recogedor, y se pone hacer justo lo que acaban de ordenarle. Se pregunta si es que para barrer necesita uno ir vestido con camisa blanca o es sólo por el momento, en cualquier caso tiene todo el cuidado que puede para no mancharla con nada. Le parece un trabajo de lo más monótono y más aburrido, y tampoco es que parezca necesitarlo mucho el suelo, saca algún grano de arroz, alguna cabeza de gamba escondida en lo más recóndito, en alguna esquina por la que nadie pasa, y algo de polvo, pero apenas lo suficiente como para siquiera llenar un poco el recogedor.

Después coge la fregona y hace lo mismo. Esta vez al menos, el agua del cubo se va enturbiando y poniéndose oscura cada vez que la estruja antes de volverla a pasar por el suelo. Puede que no lo haya hecho nunca antes, pero la lógica le lleva a escoger el orden adecuado para hacer su trabajo, empieza a fregar donde está la puerta de entrada al restaurante en dirección a la puerta de la cocina, de donde ha cogido la fregona y el cubo. Sin prisa, hasta podría decirse que disfrutando de la simpleza de su trabajo y de la calma que lo rodea, lo hace sin prestar atención a nada más que no sea la fregona y el cubo. Pero esa calma se rompe en cuanto vuelve a aparecer su jefe en escena.

– Tomás: ¿Qué haces?
– Arturo: Lo que me has dicho, fregando.
– Tomás: ¿Y qué productos le has echado al agua?

Ahí ya le ha pillado, no sabía que tenía que echarle nada al agua, y parece que su jefe se ha dado cuenta de ello, cuando pasa un rato y todavía no ha contestado.

– Tomás: ¿No le has echado nada, no?
– Arturo: No.
– Tomás: Pues la próxima vez que no sepas algo, me preguntas, porque así hacer las cosas te va a costar el doble de trabajo, una vez mal y otra bien. Tienes que echarle un tapón de cada uno de los botes que había al lado del cubo. Venga ve los echas y vuelves a empezar.
– Arturo: De acuerdo.
– Tomás: Y otra cosa. Hoy ya no, pero lo próxima vez que lo friegues el suelo, debes de empezar en el sentido inverso del que lo estás haciendo, debes empezar fregando de la cocina a la entrada, para que lo primero en secarse sea precisamente la entrada a la cocina y podamos a entrar a trabajar lo antes posible sin estropear el suelo recién fregado. ¿Lo entiendes?
– Arturo: Sí, lo entiendo.

Ahora entiende porque los humanos odian tanto trabajar y se pasan media vida jugando a juegos de lotería que nunca les tocan y lo único que hacen es seguir enriqueciendo a aquellos que los hacen trabajar tanto. Es esa sensación de perdida de libertad, de encontrarte sometido a la autoridad de otro, que incluso puede tener una visión deformada de lo que es lo más adecuado, lo que hace todo trabajo tan odioso. Porque da igual lo que hagas y lo bien que lo hagas, siempre va haber alguien encima tuya observándote, diciéndote lo que tienes que hacer y fijándose en todo aquello que haces mal, para guiarte y suplir su voluntad con la tuya, convirtiéndote en poco más que su autómata, sólo tiene que tirar de las cuerdas para hacerte bailar.

Es su primer día y ya odia trabajar. Hace lo que le han dicho mosqueado y sobre todo preguntándose si de verdad el orden lógico de fregar el suelo es el que le han dicho que tiene que seguir o por el contrario es el que el ha creído en un principio que era el correcto. Si acaba fregando en la puerta de entrada al restaurante, ¿cómo va a pasar a su interior cuando acabe de hacerlo?, además, ¿no será más importante que lo que antes se seque sea la puerta de entrada por la que se supone entran los clientes? Pero al final llega a una importante conclusión, los autómatas no se preguntan si deberían haber movido el brazo derecho en lugar del brazo izquierdo, o si la piernas no deberían de haberse movido en absoluto, los autómatas solamente obedecen órdenes, y ¿no es precisamente eso lo que espera un empleador de su empleado?, ¿acaso no es ese el poder que espera obtener de ser quien aporta el capital con el que va a pagar su salario? Todo lo que se espera de él es que acate ordenes sin rechistar.

Y eso es precisamente lo que hace, echa los productos de limpieza como le ha indicado, y comienza a fregar de nuevo, sabiendo que esta es la última vez que puede hacerlo en ese orden.

– Tomás: ¿Qué haces?
– Arturo: Pues fregando como me has dicho.
– Tomás: Hace ya un buen rato que tendrías que haber acabado, los clientes van a empezar a llegar en cualquier momento y todavía tienes que encender las velas y poner los cubiertos y los platos.

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