El Primark está siempre lleno, da igual el día de la semana o la hora del día a la que vayas, porque siempre hay mucha gente. Entre toda esa multitud pasa perfectamente desapercibido, parece simplemente uno más buscando ese chollo que todo el mundo ha ido a buscar.
Aturdido con tal cantidad y variedad de ropa, camina entre ella sin encontrar nada de lo que busca. Menos mal, que en ese deambular sin un destino concreto uno de los empleados, uno ese esos adolescentes en sus últimos años de serlo, lo intercepta y amablemente le pregunta.
Empleado: ¿Puedo ayudarle en algo?
Arturo en seguida piensa que tiene aspecto de sospechoso, y que por culpa de dar tantas vueltas lo único que ha hecho ha sido llamar su atención. Disimula lo mejor que puede, esforzándose en mantener un control absoluto sobre los nuevos gestos de su rostro y el tono de su voz.
Arturo: Sí, ando buscando una camisa blanca y unos pantalones negros.
Empleado: Caballero, esta es la zona de ropa de recién nacido y de hogar, tiene que subir usted por las escaleras mecánicas hasta la tercera planta, allí encontrará todo lo que necesita.
Arturo: Muchas gracias.
No había acertado ni remotamente, normal que estuviera llamando la atención. No se pone rojo porque no puede, su destreza no le ha dado para tanto, aunque en este caso dicho defecto no le parece para nada un inconveniente. Hace lo que le han dicho y se sube en esas escaleras mecánicas, en apenas un par de minutos ha llegado a su destino.
La planta de hombre está todavía más abarrotada de gente, si cabe, que la anterior donde estaba. Cada uno de los estantes donde está colocada la ropa, está literalmente rodeado y una multitud de manos saca y pone prendes de ellos, hace tiempo que la ropa dejo de estar doblada y ordenada por tallas, todo lo que hay es una montaña en la que encontrar lo que buscas se parece a lo que debe de sentir un explorador cuando encuentra un metal precioso en una de verdad. Hace lo posible por meterse en uno de esos corrillos de gente, porque por uno de los pocos huecos que deja, le ha parecido distinguir algo de lo que busca, se supone que hay pantalones negros. Nadie advierte su llegada y se sorprende haciendo lo que esta haciendo todo el mundo, sacar y dejar ropa como un loco, buscando esa supuesta talla que debería ser la suya. La primera dificultad con la que se encuentra es saber cual es precisamente esa talla, y tras varios intentos coge uno de esos pantalones que a simple vista puede servirle y se lo lleva.
Lo mismo hace con la camisa blanca, con el cinturón y con las zapatillas negras. Cuando tiene todo, sigue una de las colas que se cruzan por mitad de donde está colocada y la ropa y que le parece que le llevan al probador. En ese momento tiene por primera vez esa sensación que los humanos llaman perder el tiempo, así en esa postura sin poder hacer ninguna otra cosa que no sea esperar. No pasan menos de quince minutos hasta que por fin le toca.
Otra vez uno de esos adolescentes le atiende en su entrada, le pregunta por el número de prendas y le da un plástico redondo con ese número inscrito. Luego le indica el probador donde puede probárselas y accede a él. Se da cuenta, de que no va a poder hacer precisamente lo que tenía pensado, salir con ellas puestas como si nada aprovechando la confusión de la multitud, si le han preguntado por el número de prendas y le han dado un número tiene que ser por algo. Pero ya que está allí, pues al menos se las prueba.
Sus cálculos son correctos, y todo lo que ha escogido le queda a la perfección, es una pena que no tenga dinero para pagarlo. Se vuelve a quitar la ropa y sale con ella en la mano, pasando de nuevo por donde le entregaron ese número, donde le vuelven a preguntar si se las lleva. A lo que irremediablemente responde que sí, aunque no sepa muy bien como va a pagarlas.
Vuelve a deambular por la tienda como cuando entro, pero está vez con un objetivo concreto, salir por la puerta con las prendas que tiene en la mano sin que le pillen. Para eso, se ha dado cuenta de que van equipadas con un trozo de plástico, que entiende es lo que detecta los arcos que había en la puerta cuando ha entrado. Tira un poco de uno de esos plásticos y no sale, tira con todas sus fuerzas y sale de cuajo. Hace lo mismo con el resto mientras con paso acelerado va en dirección a la puerta. Justo antes de llegar a ella, oye como uno de los guardias de seguridad le gritan.
Guardia: ¡Deténgase donde está!
Pero ya está demasiado cerca de conseguirlo como para rendirse y en lugar de hacer lo que le ordenan, hace todo lo contrario. Deja de disimular, visto que ya no le sirve de nada, y sale a correr a toda velocidad, tirando a alguna y alguno de los clientes que tienen la mala fortuna de encontrarse en su paso. Todo un espectáculo.
Ya en la calle sigue haciendo lo mismo, hasta que pasadas dos o tres calles mira a su alrededor y ve que nadie le sigue. Al menos ya tiene lo que buscaba, y tampoco le ha parecido tan difícil. Y encima lo ha conseguido justo a tiempo, apenas le quedan quince minutos para aparecer en el restaurante donde le han contratado. Por lo que de camino a él, se quita la ropa que lleva puesta y se va poniendo la que ha robado, pero a nadie parece importarle. Cuando acaba de hacerlo, también se ha acabado su trayecto, entrando en el restaurante como si nada hubiera pasado.