Cristobal ha logrado quedarse dormido rápidamente, el cansancio acumulado hacen que ni siquiera preocupaciones graves, como la de acabar en la cárcel, puedan quitarle el sueño. De hecho, cuando oye el timbre de la puerta sonar constantemente se cree que está soñando, se imagina en la universidad acabando uno de sus experimentos, y que es el Rector quien está al otro lado llamando incesantemente para meter sus narices en lo que está haciendo.
Si se despierta, es por haberse desarropado por culpa de ese sueño raro, por culpa de moverse constantemente en la cama como consecuencia del estrés que le provoca el recuerdo del Rector. El frío se cuela entre sus sabanas y lo hace sentir incómodo, primero estornuda y con ese primer estornudo se despierta, para darse cuenta que quien llama a la puerta no es el Rector en un sueño, sino alguien a la puerta de su casa. Todavía dormido, se levanta de la cama para atender a esa llamada, en calzoncillos y camiseta de tirantes baja las escaleras que dan a la primera planta agarrándose a la barandilla, temeroso de que un mal paso, por apenas poder abrir aun los ojos lo hagan caer en picado. Al llegar al salón y ver los colores de las luces de las sirenas de la policía colarse por la ventana, por fin se acuerda de algo que contra todo pronóstico se había olvidado, ya no se acordada de Arturo, ni de lo que había hecho. Mira a todas partes y no está, no se le ve, no se le oye, en cualquier caso, ya sería demasiado tarde para evitar lo que sea que vaya a pasar, y pensando que muy probablemente vaya a acabar con sus huesos hoy en la cárcel, decide que lo mejor es no hacerles esperar más y así con esas pintas, en gayumbos, abre la puerta.
Al otro lado lo que se encuentra es con dos agentes de la Policía Nacional de España, uniformados con su uniforme azul, le sonríen y le enseñan su identificación de agentes de policía.
Policía 1: Buenas noches.
Cristobal: Buenas noches, ¿en que puedo ayudarles?
Policía 2: Sabe muy bien en que puede ayudarnos.
Cristobal: No agente, de verdad que no. Cuénteme.
Policía 1: Hemos seguido hasta aquí a un sospechoso. Bueno, no sabemos muy bien si llamarlo así, más bien hemos seguido hasta aquí a una máquina. Supongo, que se habrá usted enterado de lo que ha pasado.
Cristobal: Ah, sí, lo del robot que anda suelto por Madrid.
Policía 2: Exactamente.
Cristobal: ¿Y por qué piensan ustedes que está aquí?
Policía 1: Resulta, que para identificarlo hemos utilizado cámaras con sensores de calor, como usted bien sabe el cuerpo humano emite un calor constante de más o menos 37 grados, lo que no pasa cuando estás delante de una máquina. Lo hemos seguido hasta aquí, y debe de estar en su casa.
Cristobal: Pues yo no sabía nada.
Policía 2: No se haga usted el tonto, tiene dos opciones, o nos deja pasar por las buenas, sin orden judicial y eso lo tendremos en cuanta a la hora de imponerle su castigo, o nos hace pasar por las malas, lo que significa que rodearemos su casa hasta que conseguimos esa orden judicial y luego no seremos tan comprensivos con usted.
Cristobal: Pasen, pasen, no les voy a hacer esperar más.
Cristobal apenas sabe de derecho, y lo poco que sabe se puede resumir en una frase, nunca digas la verdad, nunca digas lo que sabes. Eso es precisamente lo que ha hecho, y como un pasmarote se queda en la puerta esperando a que los policías sellen de forma trágica su destino, en pocos minutos encontrarán a Arturo escondido no sabe donde, puede que un armario, puede que en el baño, y se irán los dos esposados para el cuartelillo. De todas formas, nada de lo que vaya a pasar iba a poderse evitar con decir la verdad, que un policía te prometa ser menos severo contigo si le ayudas, es como que te tienten con comerte la manzana envenenada de Blancanieves aún sabiendo de sobra que está envenenada.
Los dos policías empiezan a registrar la casa por todas partes, un robot de más o menos metro ochenta de altura no tiene que ser fácil de esconder en una pequeña casa de dos plantas, y menos a mirar en los cajones empiezan a mirar por todas partes. El salón de arriba a abajo, detrás de las cortinas, detrás de las puertas, debajo de los sofas, y lo mismo hacen con las habitaciones, baños y cocina. Mientras Cristobal no sabe si ponerse el ya mismo las esposas o esperar, y se queda sentado en el escalón de la puerta de su casa, cuando lo pillen no quiere estar delante para verlo, quiere hacer lo que hace cualquier otro delincuente vulgar, hacerse el sorprendido y negar hasta el último momento los cargos, de hecho hace frío, y ya que encontrarlo, pues lo van a encontrar, espera que eso pase al menos lo antes posible.
En cambio, el tiempo pasa y del fondo de su casa no sale ninguna voz gritando, “lo tengo, lo tengo, lo he encontrado”, ni nada parecido. De vez en cuando, oye como se abre y cierra todavía alguna puerta, como suben y bajan nerviosos las escaleras, lo que le indica que la búsqueda no ha concluido. El trajín en su casa contrasta con la noche calmada de Madrid, a fuera apenas hay un ruido, algún perro que de vez en cuando ladra, algún coche que de vez en cuando pasa por la calle, pero cada una de esas cosas podría contarse con los dedos de una mano.
A la media hora de que empezará el registro y seguir sentado donde empezó, empieza a tener esperanzas de que esa no sea la última noche en su casa por un largo tiempo. Entra de nuevo a su casa para ver lo que pasa, se encuentra a los dos policías en la cocina bebiéndose su cafe y comiéndose sus donuts.
- Policía 1: No hemos encontrado nada.