Arturo se ha pasado el día en la calle, dando vueltas sin ningún destino concreto, se ha recorrido el centro de Madrid unas cuantas veces, se ha sentado en más de un banco, y sólo cuando la noche se ha cerrado del todo ha decidido que era el momento de volver a casa.

Por lo que puede ver, en ella siguen las luces encendidas, lo que significa que Cristobal sigue despierto, probablemente esperándole a que llegue. Con la salida de hoy, se ha sentido libre, autónomo, pero aún así no es lo suficientemente libre como para tener todavía llaves de la casa donde vive, eso le obliga a llamar a la puerta para poder entrar. Cerrando el puño de su mano golpea la puerta varias veces, “toc, toc, toc”, y espera pacientemente en su umbral. Pasan varios minutos y nadie le abre. Es entonces cuando recurre al timbre, es de esos que no tiene una melodía definida y cuando lo pulsa suena un sonido estridente, que dura el mismo tiempo que dura su dedo apretando el botón. Está vez, si que da resultado, y al poco de llamar escucha los pasos de Cristobal acercarse hasta la puerta.

Cuando éste la abre, tiene cara de dormido, todo la pinta de haberse quedado frito en el sofa esperándolo. Cristobal no le dice nada, simplemente se aparta y lo deja pasar. Efectivamente están las luces del salón encendidas, un libro abierto boca abajo encima de la mesita que hay delante de uno de sus sofas, por lo que Arturo, siendo una máquina que no necesita dormir, decide que ese es un buen sitio donde quedarse, y se sienta con la mirada perdida en la ventana. Poco después, detrás de él llega Cristobal, que ha aprovechado para ir al baño después de abrirle la puerta.

Cristobal: ¿Te has enterado?
Arturo: ¿De qué?
Cristobal: De que te están buscando.
Arturo: Algún cartel he visto por el centro.
Cristobal: Lo mismo me ha pasado a mi cuando he ido a hacer la compra.
Arturo: Tampoco es que salga muy favorecido en los carteles.
Cristobal: No es eso lo que debería preocuparte.
Arturo: ¿Y qué es lo que se supone que debería preocuparme? Me he pasado el día dando vueltas por Madrid, incluso delante de la policía y nadie me ha dicho nada.
Cristobal: Debemos andarnos con ojo, cualquier día se presentan en la puerta y nos detienen a los dos.
Arturo: Lo que tenemos que hacer es terminar de acabar con mi apariencia humana, necesito un cuerpo que recubra el resto de mis partes metálicas, una voz que sea humana, un documento nacional de identidad, un pasaporte…
Cristobal: Y yo irme de una vez a dormir…

Ninguno de los dos insiste en seguir con la conversación, Arturo sabe que los humanos necesitan dormir y que cualquiera de las cosas que ha propuesto necesita su tiempo, y Cristobal está tan cansado por culpa del estrés que le provoca estar continuamente pensando en Arturo, que al menos ya con él en casa, espera ser capaz de dejar de darle vueltas a la cabeza y descansar. Cristobal se sube a su habitación y Arturo se vuelve a quedar con la mirada fija en la ventana, esta vez con el libro de que estaba leyendo Cristobal entre sus manos, más para disimular que para leerlo. Prefiere madurar alguna de las ideas nuevas que empiezan a almacenarse en el disco duro que tiene por cerebro, principalmente que no tiene cabida en un mundo de humanos, que es un incomprendido, y que a todos los efectos su capacidad de raciocinio, de incluso albergar sentimientos, como la melancolía que ahora devora sus circuitos, es equiparable al programa de lavadora de ahora suena y que disturba el silencio de la casa de Cristobal y contamina sus pensamientos.

En ese estado, podría decirse de standby se queda Arturo algún tiempo, hasta que el salón donde está sentado empieza a llenarse de los colores rojo y azul de las sirenas de policía. A diferencia de lo que los ha visto hacer en su paseo interminable por Madrid, esa luz no va acompañada de sonido, parece que no quieren disturbar el sueño de los que ahora duermen. Eso lo pone en alerta, y más aún cuando se da cuenta que las luces han dejado de moverse, que se han parado en la casa de Arturo.

Inquieto sabe que algo pasa, puede que incluso lo hayan seguido. Se pone todavía más nervioso cuando los oye llamar a la puerta, otra vez ese sonido desagradable que dura lo mismo que está pulsado el botón del timbre. Ese es el momento que inmediatamente le indica que ha llegado su hora, que debe dejar la casa de Arturo o los dos van a ser apresados. Si no hay robot, no hay delito.

Sin despedirse de Cristobal, se dirige a la puerta trasera que hay en la cocina, la abre y se escapa. No sabe a donde va a ir, ni que va a ser de él, pero por primera vez desde que tiene vida, desde que su corazón atómico surte de energía todo su cuerpo, se siente plenamente dueño de su vida y sus actos. Que por ahora se ciñen a correr como un loco en mitad de la noche y alejarse todo lo posible de Cristobal y esa casa.

La noche lo cobija en esa huida desesperada hasta que sin saber como, acaba en una fábrica abandonada a las afueras de la ciudad, la suerte ha hecho que allí haya de todo lo que necesitaría un robot para sobrevivir, no hay comida no, está llena de tuercas, de clavos, de tornillos, herramientas de todos los tipos y formas, y como no, más máquina como él, ordenadores obsoletos de esos que todavía tienen lector de cd, teléfonos de esos que había que conectar a una clavija, coches de esos que iban todavía con gasolina. Al fin a encontrado un sitio al que puede llamar su casa.

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