De vuelta en la calle, deja atrás todos esos pensamientos oscuros que primaban mientras estaba en la iglesia, sitio que no hacía más que recordarle a la muerte. No cree que exista el cielo, todo lo que ha visto y oído le parece tener la misma consistencia que un cuento para niños, están provistos en una enseñanza, buscan educar, pero no son más que el producto de la imaginación.
Después de esa experiencia mística, le apetece volver a poner los pies en el suelo, y no hay mejor forma de hacerlo que volviendo a probar la realidad de las calles del centro de Madrid. No es que tenga pensado volver al club de striptease, puede probar a hacer cualquier otra cosa, quien sabe, pasar a una función de teatro, o ver un musical, son también cosas con las que debería disfrutar sin necesidad de recurrir a los más bajos instintos de los que Cristobal le ha provisto.
Para ello se vuelve a dirigir a la calle Alcalá de Madrid. No está muy lejos de la iglesia que está dejando atrás, y en poco tiempo se planta en su cercanías, habiendo algo que enseguida le llama la atención. El centro de Madrid está plagado de un cartel con su cara, no la que ahora lleva, la que esconde su mascará, esa de robot con la que hizo gritar a la mujer con la que subió a la habitación. Se para disimuladamente delante de una de ellas y es él, no puede ser otro, los mismos ojos rojos, los mismos tornillos sujetando su mandíbula, la misma estructura de metal por todas partes de su rostro. Además, parece ser que no es el único que se ha parado a verla, y un peatón que también se ha quedado embobado mirando su rostro se hace el simpático con él intentando entablar una conversación.
Peatón: ¿Has visto eso? ¡Menuda aberración!, no se a quien se le ha ocurrido hacerlo pero no has puesto a todos en peligro, ¿y si se le cruzan a ese bicho los cables? quien sabe lo que sea capaz de hacerle a un ser humano.
Si tuviera pelos, reales, para que se le pudiera poner la carne de gallina, ahora sería uno de esos momentos en que lo haría, porque no hay mejor forma de describir lo que siente justo en ese momento. Asiente con su cabeza amablemente hacía ese peatón simpático, dándole la razón, dándole aquello que necesita, y sigue caminando. Cuanto más se acerca al centro, más policía hay, están en la entrada y salida de cada calle, evidentemente buscando eso que se anuncia en todas partes en carteles, miran de arriba a abajo a cada uno de los viandantes que se cruzan delante de sus ojos, en un ejercicio que tiene la finalidad de dotar de seguridad a todos aquellos que piensan que un peligro anda suelto.
Es una máquina, pero es tan humano, que trata de no ponerse nervioso al verlos. La policía cumple una función fundamental en un estado burgués, es decir, en un estado moderno basado en la propiedad privada, y no es otra que asegurar el disfrute legítimo de esa propiedad privada por aquellos que la poseen. Lo que inevitablemente los pone es una posición de servicio con respecto aquellos que la tienen, con respecto aquellos que tienen más de ella e inevitablemente están en el poder, el resto de funciones que desempeñan consisten en conservan el orden aparente de ese estado burgués, que casualmente casi siempre es roto por aquellos que no tienen propiedad y en la mayoría de los casos tampoco educación, pues muy difícilmente se puede acceder a una cosa sin la otra. Evitan peleas, castigan a aquellos que violan y matan, que roban independientemente de que lo hagan por culpa del hambre, o desahucian, son ellos los que ejecutan las ordenes de los que están en el poder. Pero el orden es mantenido en apariencia, aquellos con la propiedad suficiente como para ser los amos de aquellos que ejecutan sus ordenes, suelen tristemente estar por encima de la ley, evidentemente un estado burgués no va a castigar a los burgueses de los que depende, y aunque sobre el papel existe igualdad de derechos y deberes, los primeros son concentrados sobre los que mandan y los segundos sobre los que deben obedecer, eso básicamente se consigue a través de la corrupción, de la que la policía suele ser una de sus primeras víctimas, aunque no la única, jueces, fiscales, trabajadores sociales y hasta médicos forman parte de ese engranaje. Es más, ese estado burgués depende inevitablemente de los valores con que la religión le provee, la burguesía no sería nada sin el catolicismo, religión que desde que fue aceptada por el imperio romano basa su poder en el mismo concepto de propiedad y servidumbre, que el que mantiene en el poder a la burguesía, ambos, burgueses y católicos, dependen de la incultura, de la pobreza y de la sumisión que de ella se deriva para seguir aferrados al poder.
Posee millones de datos en su cabeza para darse cuenta de que siempre se cumple el mismo patrón, por eso no le gustan y ahora menos que sabe que le están buscando. Corrupción y férreas creencias religiosas, son un coctel explosivo en el que la víctima va a ser primero él y luego su creador.
Aún así pasa delante de ellos con toda la naturalidad que puede, teniendo en cuanta que lleva una mascara de silicona, manos de silicona y un peluquín. Se sienta en un banco en la Plaza de Isabel II, conocida popularmente como plaza de Opera y mirando a las palomas comer fantasea como será ver una de esas operas famosas que se anuncian en sus carteles, tanto que en su cabeza empieza a sonar las bodas de Fígaro de Mozart, y por un momento vuelve a disfrutar de aquello que llaman estar vivo, no se acuerda ni de que está siendo perseguido ni de que su vida depende de un hilo.