A Arturo le costó convencerlo, incluso con la ayuda inestimable de Julia que desde un primer momento estuvo de acuerdo con su plan. Pero al final Cristobal acabó cediendo, viéndose superado en número por aquellos que le llevaban la contraria no le quedó otra que hacerlo.
En principio, hacer una mascara que se parezca a la cara de un ser humano puede parecer ser sencillo. Sólo se necesita un poco de silicona, un molde, pintura, y unas manos hábiles con creatividad y un poco de arte que combinen esos tres ingredientes. Eso es lo que le pareció a Julia y a Arturo, eso es con lo que no estaba de acuerdo Cristobal. Para Cristobal, la silicona en nada se asemeja ni en textura, ni en brillo a la piel y carne de un ser humano, y ninguno de los tres era tan hábil con sus manos como para obtener el producto deseado. Pero daba igual lo que Cristobal pensase, igualmente eran dos contra uno.
Ha sido el trabajo de una semana intensa, en la que Arturo se ha pasado contando los días que le restaban para ser libre, y que Cristobal se pasado contando pensando que podrían ser los últimos que disfrutaría de su libertad. El producto de tanto esfuerzo está ahora delante de sus ojos, es una mascara de silicona en la que se ha cuidado hasta el más mínimo detalle, la piel es de color moreno, siguiendo la tendencia de la mayoría de los habitantes de la península ibérica, dos labios carnosos y de color rojo intenso marcan los límites de donde se supone hay una boca, la nariz ha sido levemente adornada con un hueso que da una apariencia no sólo de nariz aguileña, sino realista, como si tal defecto no hubiera sido un resultado buscado, sino la consecuencia de la intervención del azar, o más bien los genes, a la hora de moldear el rostro, dos ojos grandes de cristal y de color negro han pasado a sustituir las dos bombillas de color rojo que había antes, siendo adornados además por pestañas largas y tupidas, también de color negro, encima de ellos, hay dos cejas gruesas que amagan con juntarse en el centro, pero que no terminan de hacerlo, y finalmente dos orejas grandes aunque convenientemente pegadas al craneo terminan de adornar ese nuevo rostro. La mascara yace encima de la mesa, expuesta en la cabeza de un maniquí, es tan realista que parece que la mesa va a salir corriendo en cualquier momento, los tres la mirar impresionados de lo que han sido capaces de hacer, aunque siempre inseguros de que su trabajo sea tan perfecto como la gravedad de la situación lo merece.
– Arturo: Yo creo que ha quedado muy bien.
– Cristobal: Gracias.
– Julia: No está nada mal.
– Arturo: ¿Me la pongo entonces?
– Cristobal: Venga, no nos hagas esperar más.
Arturo ha cogido la costumbre de ir siempre vestido como un humano, y la careta que ahora coge parece la guinda a eso a lo que se parece. Hasta sus movimientos, delicados al tocarla, al estirarla levemente para pasar a ponérsela en su cabeza metálica, se asemejan a los de un ser humano. Con mucho cuidado la abre y poco a poco empieza a incrustársela en la cabeza, en ese proceso, las manos de Julia y las de Cristobal se unen a las suyas para ayudarlo, cada uno tira de una parte y cada uno la coloca un poco, y cada uno la baja delicadamente hasta lo que se supone es el cuello de Arturo.
– Julia: Para mi que cuela.
– Cristobal: Mejor que la de Frankenstein, si que es.
– Arturo: ¿En serio?, ¿está bien?
– Julia: Venga, mírate al espejo y compruébalo por ti mismo.
– Cristobal: Espera, que antes quiero darte un regalo.
Cristobal se aparta un momento de ellos y saca una bolsa escondida en los más profundo del armario de su habitación.
– Cristobal: Me las he visto y deseado para que no lo vierais ninguno. Toma ábrela.
Arturo deseado de mirarse en el espejo del cuarto de baño que hay en la habitación de Cristobal, no entiende que puede haber en ella tan importante como para haberle interrumpido, pero por cortesía le hace caso. Abre la bolsa, y aunque su cara metálica junto a esa cara de silicona postiza sigue siendo incapaz de transmitir emociones, todos saben que está sorprendido por la rapidez con la que saca lo que hay dentro. Una peluca de color negro y unas manos también de silicona. Se coloca la peluca, se pone sus guantes y ya nada ni nadie le vuelve a interrumpir de camino al espejo.
La peluca ha terminado de dar un cierto aire cómico al conjunto, los pelos de los que está compuesta son ciertamente realistas y están peinados haciendo la raya a un lado, lo que le da un aspecto formal a Arturo, solo le falta el jersey de pico y la camisa y corbata. Las manos, con las que ahora Arturo se toca su nuevo rostro mientras se mira al espejo, son iguales de realistas, tienen pelos, venas abultadas de color verde oscuro, lineas en sus palmas interiores con las que cualquier vidente sería capaz de decirle lo que le espera, y hasta huellas dactilares.
– Arturo: Yo creo que tampoco hay tanta diferencia.
– Cristobal: Yo creo que tampoco, con tu disfraz podrías caminar por la calle sin ningún problema.
– Arturo: Y salir de la casa en la que me tienes encerrado desde que salí por última vez hace ya una semana.
– Julia: Y hasta por fin correr las cortinas de la habitación donde has estado todo ese tiempo.
Al abrir la cortinas un chorro de luz entra en la habitación haciendo que la luz artificial que hasta ese momento la iluminaba pierda su efecto. Sin embargo, no pasa lo mismo con la careta, peluca y manos de Arturo, que al ser iluminadas por ella son todavía más realistas, como si el brillo natural del sol, las hubiera dotado de todavía más naturalidad.