– Cristobal: Imagino por el ambiente que ya os habéis presentado.
– Julia: Sí, ya que tu no lo has hecho, pues nos hemos que tenido que encargar nosotros de hacerlo.
– Arturo: Tampoco es que te hayas perdido mucho, nos ha dado tiempo a decirnos el nombre y poco más.
– Julia: Eso es cierto.
– Cristobal: Te dije que no abrieras la puerta a nadie.

Esas últimas palabras de Cristobal han salido con tono enfadado, no podía ser de otra forma después de encontrarse a Julia en casa, lo que ha echado por traste todas sus esperanzas de que nunca se entere nadie de lo que ha hecho.

– Arturo: Yo no he abierto a nadie, estaba sentado tranquilamente en el sofa, cuando de repente he oído que la puerta se abría. Ni me inmutado, he seguido leyendo el libro que me estaba leyendo, pensando que eras tu el que entraba.
– Julia: Eso es cierto, a mi no me ha abierto la puerta nadie, he entrado por mis propios medios, con la llaves que tu un día me diste.
– Cristobal: Esas llaves eran por si algún día ocurría una emergencia, no para que entraras y salieras tu cuando te diera la gana.
– Julia: Pues eso es lo que a ocurrido, he visto colándose a alguien en tu casa y he entrado para ver quien era.
– Cristobal: A ver, a ver, que me estás liando. Lo primero, que hacías tu por mi barrio cuando vives en la otra punta de Madrid, y lo segundo, ¿cómo que has visto a alguien entrando por la ventana?
– Julia: Decidí pasarme para hacerte una visita, y sí, Arturo poco antes de entrar yo, entró por la ventana, esa misma que está ahí y que ahora sigue abierta.
– Cristobal: Pues sería la primera vez que vienes a hacérmela. Arturo, ¿es verdad lo que Julia está contando?
– Arturo: A ver, a ver, yo no se a lo que ha venido.
– Cristobal: ¿Y sobre que te ha pillado entrando por la ventana?
– Arturo: Sí, eso es cierto.

La cara de Cristobal empieza a adoptar el tono color rojo intenso de un tomate, por lo visto ninguno de sus amigos se toma en serio nada de lo que les dice. Uno ha salido de casa contraviniendo la orden más importante que le había dado antes de irse, y el otro, ha entrado en su casa sin su permiso. Pero no puede hacer nada, de lo contrario tendría que apagar a Arturo, algo que se ha pasado años diseñando y construyendo, y dejar de hablar con Julia, algo que lo devolvería a la soledad en la que estaba sumido antes de conocerla. Así que trata de calmarse como puede, respira hondo, camina de un lado al otro del salón, y trata de relativizar lo ocurrido, ver su lado bueno, al menos ya no le está ocultando nada a Julia, y su invención en realidad funciona perfectamente, ¿no era su idea la de construir un robot absolutamente autónomo? Ya calmado vuelve a pararse, y evitando todo lo posible parecer enfadado retoma la conversación donde la ha dejado dirigiéndose a Arturo.

– Cristobal: ¿Y tu donde has ido?
– Arturo: Yo, pues a dar una vuelta, es que en casa solo pues me estaba aburriendo.
– Cristobal: ¿Así?, ¿a plena luz del día que cualquiera podría a verte visto?
– Arturo: No hombre no, así no, me puse una careta que encontré en uno de tus cajones.
– Cristobal: ¿Qué careta?
– Arturo: Una de un tío con un par de tuercas a cada lado y que tenía la frente cosida.

En ese momento Julia empieza a reírse, y Cristobal, todavía rojo como un tomate, extrañamente contrariado por el enfado que todavía tiene al poco empieza a hacer lo mismo. Arturo, también lo hace, aunque a él no se le note.

Aeropuerto Berlina Tegel

– Cristobal: Tienes que tener cuidado, porque como te pillen nos puedes meter a los dos en un lío pero bien gordo, a ti te apagan para siempre y te desguazan como una lavadora usada, y yo voy directo a la cárcel.
– Julia: Eso tenías que habértelo pensado antes de hacerlo…
– Cristobal: Lo ves, por eso precisamente no te lo dije. Si Otto Lilienthal nunca se hubiera atrevido a volar en sus planeadores, nunca nadie hubiera inventado el avión.
– Julia: No había ninguna ley que le impidiera hacerlo.
– Cristobal: Para el caso es lo mismo, para avanzar en la ciencia hay que arriesgar. Y a ti, ¿no te habrá reconocido nadie?
– Arturo: Para nada, salí a dar una vuelta y vine por me fui sin mayor problema, como mucho alguno se reía y se me quedaba mirando, pero supongo que es porque le ha parecido graciosa la careta.
– Cristobal: Lo mismo dijiste cuando te escapaste hace un par de noche en el campus…
– Arturo: Te lo prometo. No me ha visto nadie.
– Cristobal: De acuerdo.
– Arturo: La careta me ha dado una idea, que nos puede salvar a ambos, a ti de ir a la cárcel y a mi de ser destruido.
– Cristobal: ¿Cuál?
– Arturo: ¿Y si me haces una de verdad que se parezca a la de un ser humano? Con ella podría salir a la calle sin problema, sin miedo a que fuese reconocido.
– Cristobal: Eso sería muy arriesgado.
– Julia: Habértelo pensado antes…
– Cristobal: No sigas con lo mismo.
– Julia: ¿Cómo que no siga con lo mismo? haces un robot que piensa como un ser humano, que se – mueve como un ser humano, que hasta habla como un ser humano, pero en cambio quieres tratarlo como una máquina. ¿Es que no te das cuenta que lo que estas haciendo está mal?
– Cristobal: Sólo es un experimento.
– Julia: No es sólo un experimento, hace un momento cuando se ha presentado ha dicho que se considera un humanoide, no un robot.
– Arturo: Eso es cierto, entre vosotros y yo la única diferencia que existe es el material del que estamos construidos.
– Julia: ¿Y tu lo quieres tener metido todo el día en casa?
– Arturo: El día que me encendió me quería tener todo el día metido en un armario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *