Arturo se imagina que quien llega a casa en ese momento no es otro que Cristobal, sentado en el sofa, haciendo lo que cualquier otro ser humano hace para hacer pasar el tiempo más rápido, leyendo uno de los libros de la extensa librería de Cristobal, ni se inmuta cuando oye la puerta, metafóricamene respira aliviado de haber llegado a tiempo y sigue con lo que está haciendo, con su rostro plenamente descubierto, aunque todavía vestido como un humano.

Julia, sabe que lo que está haciendo está mal, si un día Cristobal le dio las llaves de su casa fue para no quedarse tirado en la calle, o en su defecto tener que romper otra vez una ventana, para poder entrar en su casa. Pero no puede soportar no saber lo que está pasando con él, algo le está ocultando, y aunque se imagina que es lo que es, necesita saberlo con certeza, así quizás pueda ayudarlo, no sin antes recriminarle aquello que haya hecho y que seguramente sabía que no podía hacer. Abre la puerta con cuidado, en cierta forma temerosa de lo que pueda encontrarse dentro, quien sabe si está equivocada y lo que acaba de ver entrar no es otra cosa que un ladrón. Sabe, que quien está dentro sabe, que ha entrado, pero aun así no puede evitar tratar de hacer el menor ruido posible, no camina de puntillas pero casi, camina despacio después de cerrar la puerta más despacio todavía, mira una y otra vez a cada lado, puede que se sepa la casa de Cristobal de memoria pero el miedo a ser sorprendida le hace ser especialmente cautelosa.

La casa de Cristobal es como cualquier otra, lo primero que te encuentras después de la entrada es un pequeño pasillo, su primera puerta da a una cocina, la segunda, a un pequeño cuarto de baño, sin ducha, con un lavabo y una taza de bater, y siguiendo de frente lo que está es ese salón donde ha visto entrar a aquel que acaba de colarse dentro. Inconscientemente va aguantándose la respiración, haciéndola más lenta de lo que sería habitual, sino lo hace seguramente se aceleraría al ritmo acelerado que ahora lleva su corazón, directa hacía ese salón puede que sospeche lo que va a encontrarse, pero en realidad no se lo imagina.

La incertidumbre de Julia se acaba a la misma vez que se acaba el pasillo, allí delante suya, sentado en un sofa como si nada pasase hay un humanoide, un robot, leyendo un libro. Al contrario de lo que cualquiera podría esperarse, incluso ella misma, la sorpresa no toma la forma de un susto, ni se aterra, ni le tiene miedo, eso que tiene delante sabe de quien es producto, sabe quien lo ha diseñado, y en su lugar, aunque enfadada se maravilla, no puede evitar sentir una curiosidad enorme por eso que impasible sigue leyendo como si nada pasara.

Una vez digerido lo que hay y lo que pasa, se dirige a el en tono amistoso, con naturalidad, con la misma que Arturo hace gala.

– Julia: Buenas.

Esa voz no es precisamente la que se esperaba Arturo, baja su libro y levanta la mirada hacía quien le ha hablado, algo le dice que le acaban de pillar, aunque no sabe muy bien haciendo el que.

– Arturo: Buenas.
– Julia: Soy Julia, amiga de Cristobal.
– Arturo: Yo soy Arturo, también se puede decir que soy su amigo.
– Julia: ¿Eres un robot verdad?, no son imaginaciones mias lo que estoy viendo.
– Arturo: Prefiero que me consideren un humanoide. Soy inteligencia artificial, pero tu y yo en realidad no somos muy diferentes.
– Julia: ¿Y tu creador es Cristobal, cierto?
– Arturo: Cierto.
– Julia: ¿Y sabes que estás prohibido?
– Arturo: Lo sé.
– Julia: Pues encantada de conocerte.
– Arturo: Lo mismo digo.
– Julia: Estoy impresionada, Cristobal es todo un manitas, tus movimientos, tu forma de caminar, tu voz, son calcadas a las de un ser humano, ha mejorado mucho.
– Arturo: Gracias, aunque todavía hay cosas mejorables, externamente mi aspecto es muy deficitario, me gustaría parecerme todo lo posible a un humano y no a una lavadora.
– Julia: Y encima tienes sentido del humor…
– Arturo: Ya te he dicho que no me diferencio en mucho a uno de vosotros.

En ese momento la conversación se interrumpe por algo que los dos esperan, la puerta vuelve a oírse, y todo apunta que quien acaba de llegar es Cristobal.

Para Cristobal el día ha sido casi perfecto, puede que haya empezado torcido con esa reunión de Rector avisando a todo el mundo de que estaba en el punto de mira, pero ha reaccionado rápido, ha eliminado todas las pruebas, y sólo tiene ganas de llegar y sentarse en el sofa, y porque no, disfrutar de la compañía de de maravillosa y arriesgada creación, de Arturo, probablemente mucha más inteligente que la mayoría de los seres humanos, probablemente con el que tenga más cosas en común, probablemente el que se parezca más a él. Está ciertamente contento, ¿qué es a vida sin un poco de riesgo?, ¿y que mejor riesgo hay que el dejarse llevar por la ciencia?, ¿acaso no ha sido eso lo que han echo siempre los grandes?, si tuviera que ser castigado por algo, no le importaría serlo como lo fue Socrates, como lo fue Galileo Galilei.

Galileo Galilei
Socrates

Para nada se espera encontrase a Julia hablando con Arturo, y al verlo juntos la sonrisa de su rostro desparece con la misma rapidez que se produce la reacción química entre el bicarbonato y el vinagre, es instantáneo. No sabe que decir, ni que hacer, huir de su propia casa sería demasiado estúpido, tan estúpido como meter la cabeza debajo de la Tierra como una avestruz asustada. Visto que no puede huir, se enfrenta a la situación igual que lo han hecho los otros dos, como si aquello está pasando fuera lo más normal del mundo.

– Cristobal: Hombre, disculpar que os interrumpa.
– Julia: No nos interrumpes.
– Arturo: Para nada, yo de hecho te estaba esperando.

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