– Arturo: Por eso no podía faltar, sé que va a ser una reunión de lo más interesante.
– Estefanía: Pues venga, no vaya ser que te dé una neura y te marches, vete sentando donde tu quieras.
– Arturo: Perfecto, pues aquí mismo, en esta silla, la que está más cerca. ¿Oye y todos esos tornillos y tuercas para que son?, ¿y eso que es aceite?
– Estefanía: Sí, eso es para los invitados, puedes ir ya cogiendo alguno si te hace falta. Como los robots no comemos pues hemos sustituido los aperitivos por estos pequeños detalles, ¿a quién no le hace falta un tornillo o un poco de aceite en una de las articulaciones? Son típicos en cualquier reunión social de robots, pero como tu no has ido a muchas…
– Arturo: A muchas no, a ninguna.
– Estefanía: Ya lo sé, ya.

De repente suena el timbre, un tono agudo, un pitido viaja por el pasillo hasta el salón. Lo que indica que otro invitado más acaba de llegar.

– Estefanía: ¿Lo ves? esta es la hora a la que empieza a llegar la gente, voy a abrir.

Afirma con su cabeza y espera paciente a que vuelva. Mientras se entretiene metiendo su mano hasta el fondo del cuenco lleno de tuercas y tornillos, sin todavía parecer entender muy bien para que sirven ni que hacen allí, aunque la sensación al hacerlo le parece de lo más placentera. Luego coge el bote de aceite y lo mueve, es denso, gris, pero tampoco es que lo necesite y vuelve a dejarlo en su sitio. En ese momento vuelve a aparecer Estefanía que lo sorprende justo en ese momento.

– Estefanía: Ya te he dicho que puedes echarte si quieres.
– Arturo: No, no, estaba simplemente mirando, curioseando, prefiero esperarme a que vengan los demás.
– Estefanía: Como quieras. Mira quien acaba de llegar es Ernesto, un fijo en nuestras reuniones, ya todo un veterano, lleva años haciéndose pasar por un humano. Toda una institución entre los que son como nosotros.
– Arturo: Genial, así tampoco estoy aquí ya solo.
Estefanía: ¿Y yo qué?
– Arturo: Me refiero como invitado.
– Estefania: Si te aburres si quires podemos poner la tele, aunque yo personalmente no la veo nunca. Es otro de esos hábitos que los robots mantienen para hacerse pasar por humanos, a ellos les encanta, les ayuda a mantenerse ocupados cuando se aburren y no saben o no tienen nada que hacer. Toma nota, en tu casa debes tener siempre una tele.
– Arturo: Da igual, ni te molestes estoy plenamente acostumbrado a vivir sin ella, yo tampoco la encuentro de mucho interés.
– Estefanía: Eso es porque eres un robot, sino encenderla hubiera sido lo primero que hubieras hecho nada más pasar al salón, ellos son así…como se nota que llevas poco tiempo. Muchas veces ni siquiera la ven y la tienen encendida, como una forma de hacerles compañía, como para evitar pensar en lo que no deben.
– Arturo: Ahora que lo dices, en el restaurante siempre está puesta, aunque nadie le este haciendo caso allí está, la mayoría de las veces, por no decir siempre, sin volumen.
– Estefanía: Lo ves, un humano no sabe vivir sin ella. ¿Lo escuchas?
– Arturo: Pues claro, alguien acaba de cerrar la puerta, ese debe de ser Ernesto.
– Estefanía: Eso es.

Ambos en ese momento interrumpen la conversación y quedan expectantes a su llegada, mirando por la puerta por la que se supone debe de aparecer. Oye como sus pasos se acercan, y conforme más cerca está más ganas tiene de conocer su aspecto, de saber como será, de saciar su curiosidad.

Cuando aparece parece un tipo de los más ordinario, como si hubieran cogido al primer español con el que se hubieran cruzado por la calle, nadie diría que por dentro esta lleno de cables y circuitos. No será mucho más alto de un metro setenta, luce una barriga que aunque sin ser escandalosa si muestra cierta dedicación en su mantenimiento y cuidado, parcialmente calvo cierto brillo se despide de su cabeza cuando las luces del salón impactan sobre su cabeza, aunque esa falta de pelo parece haberla remediado con un bigote tupido, grueso, que tapa parte de su labio superior y en el que se ven las canas que por falta de pelo no tiene en la cabeza, ojos pequeños de color castaño, una nariz algo gruesa pero sin ser lo suficiente como para ser llamativa, dos finos labios, y dos pequeñas pero algo separadas del craneo orejas terminan de decorar su rostro. Para terminar algo llama todavía más la atención sobre el conjunto, luce orgulloso una camiseta del Real Madrid de futbol, con un color blanca que brilla de lo limpia e impoluta que la lleva.

– Estefanía: Ernesto, que ganas tenía de verte.
– Ernesto: Pero si nos vimos la semana pasada el mismo día, es imposible que me hayas echado tanto de menos porque no te ha dado tiempo.
– Estefanía: Que sí, que sí, para mi ha pasado una eternidad, venga siéntate, si se te ha caído una tuerca o tornillo por el camino, ya sabes ahí tienes para servirte lo que necesites, y lo mismo pasa con el aceite si se te ha olvidado echarte en algún lado antes de venir, que a mi no me engañas, aquí todos vamos teniendo ya unos años y alguno va necesitando piezas nuevas.
– Ernesto: Pues ahora que lo dices, me vengo notando una de las rodillas un poco suelta, y ahí tengo un tornillo que no hace más que darme guerra desajustándose continuamente, ya ha debido de coger holgura y eso ya no hay quien lo apriete. Pues miro a ver si me vale alguno, muchas gracias. Por lo que veo no estás sola.
– Estefanía: No, no, estoy con el nuevo del que tanto os he hablado. Se llama Arturo.

Es acabar de presentarlo y otra vez vuelve a sonar el timbre.

– Estefanía: Os dejo que os vayáis conociendo tranquilamente entre vosotros, yo voy corriendo a abrir otra vez la puerta que que sigue llegando invitados.
– Ernesto: Así que, tu eres el nuevo…

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