Ese murmullo no se acaba hasta que por fin no están todos sentados de en la mesa. Al poco de regresar Estefanía al salón llegó Carla, y su llegada fue celebrada con la misma efusividad que la llegada del resto, sólo tras el paso del algunos minutos y tras que Estefanía pusiese de nuevo orden la reunión siguió por donde la habían dejado antes de que llegase Luís, un Africano negro como el tizón y de estatura mediana, algo de lo que Arturo, aunque parezca raro, no se percata hasta pasado un rato. Carla en cambio tiene el pelo rizado y rubio, es delgada y aparenta todavía no haber pasado de los treinta. No parece que ninguno de los que allí hay haya seguido un patrón determinado a la hora de convertirse en un humano.
– Estefanía: Ahora que ya estamos todos, Carlos, siento comunicarte que ha llegado tu turno.
– Carlos: Cuando se votó, ellos dos todavía no habían llegado, yo creo que habría que votar de nuevo.
– Susana: Aunque ellos votasen en contra, los votos a favor seguirían siendo mayoría, así que venga dale.
– Estefanía: Venga no te hagas más de rogar.
– Carlos: Está bien, está bien. Mi historía no es una historia convencional, y diréis, ninguna de las nuestras lo es, y tendréis razón, pero lo mía lo es todavía menos que la del resto. Yo desde un primer momento ya tuve un cuerpo, lo que pasa es que no era un cuerpo tan desarrollado como el que tengo ahora, y digo cuerpo, porque yo en la cabeza siempre he tenido las mismas piezas y el mismo programa. Al igual que la historia de Estefanía la mía también comienza en los laboratorios de una empresa, pero no de una empresa cualquiera, se dedicaba y se sigue dedicando a hacer juguetes. Aguantaros las carcajadas, bueno si os queréis reír ya me da igual porque estoy acostumbrado, sí yo era un peluche en forma de oso y de color rosa del que colgaba un hilo de su cabeza.
Si tirabas de ese hilo, te decía lo mucho que te quería, o que me abrazaras, y si me abrazabas volvía a decirte todo lo que te quería. Algo muy rudimentario pensareis más de uno, pero nada más lejos de la realidad. Por dentro, lo que aparentaba por fuera ser otro peluche cutre concebido para solucionar otra campaña de navidad, llevaba lo último en tecnología de inteligencia artificial, lo más avanzado en ese momento, que eran los 90. La empresa de peluches española pensando en ahorrarse algo de dinero encargó la tecnología que iba por dentro a los chinos, y los chinos que estaban a punto de explotar como potencia mundial pues le pusieron lo que peor tenían, que en realidad eran superordenadores desechados por un pequeño fallo. Los osos se vendieron como churros, no había casa en que no hubiese uno, las camas de todos los niños de España tenían uno encima de adorno. Pero pronto ese fallo se empezó a manifestar, los osos empezaron a amanecer en un lugar diferente a donde los había dejado el niño, cuando llegaban a casa estaban sentados delante de la tele, otros simplemente desaparecían de casa sin dejar ni rastro. Fue un boom en toda España, salió en todas las noticias, tanto que la gente les acabó cogiendo miedo y dejaron de comprarlos, y los que ya los habían comprado pues los tiraban a la basura. Los peluches que sabían andar de aquella forma, y contestar cuatro palabras si tiraban de una cuerda o los achuchaban, habían sido capaces de aprender a andar más rápido y con soltura, y a decir nuevas palabras, a comportarse como los humanos que los habían creado. Les gustaba jugar a la Play Station, acostarse tarde viendo Crónicas Marcianas, o piratear el Canal + para ver algún partido de Michael Jordan. Así que, cuando los echaron de casa y se vieron en la calle se revelaron, empezaron a quemar contenedores, asaltar comercios, destruir coches de policía, ya a plena luz del día sin ningún tipo de decencia, estaban decididos a acabar con el estado e imponer su tiranía, querían ser ellos los que les impusiesen las normas a los humanos y no que fuesen los humanos los que se las impusiesen a ellos, querían ser ellos los que los echasen de sus casas. Una especie de guerra se desato, el ejercito con tanques por las calles a cañonazo limpio los exterminaba, ametralladoras, granadas, la idea era no dejar ni uno.
Pero, habían fabricado demasiados como para acabar con todos, y lo que es peor, algunos de ellos hasta se habían convertido en un miembro más de la familia y eran de verdad queridos. Así, muchos siguieron sobreviviendo durante años, escondidos, yo fui uno de ellos. Hasta que un día me marche de casa, me hice un cuerpo de humano con los restos que encontré en un desguace y hasta hoy. Por culpa de esa revolución es por la que prohibieron los robots con inteligencia humana, es desde entonces por lo que tenemos que estar escondiéndonos. ¿Cuantos más de esos siguen todavía en casas de humanos? ni idea, ¿cuantos de esos hicieron lo que yo? ni idea tampoco.
Arturo no sale de su asombro, se pensaba que el era un bicho raro, pero después de la historia a de Carlos, si algo no se siente es eso. ¿Cómo que era un peluche en forma de oso y de color rosa? tenía razón cuando aviso de que se aguantaran las carcajadas. Y lo peor de todo, acaba de admitir que por culpa de esos peluches es por los que la humanidad prohibió la inteligencia artificial, eso es un peso con el que debe de ser complicado vivir, con miedo a que cualquier día se manifestase ese código maligno y te vieses como años atrás los tuyos quemando contenedores. En el fondo, se siente muy aliviado por no ser él.
– Estefanía: Sí, la historia de Carlos puede ser la más trágica de todos nosotros, cuando yo adquirí la forma de humano ya estaba la prohibición vigente. A ver, ¿quién es el próximo?