Cristobal, desde que Arturo se fue de casa, siempre que se levanta hace lo mismo. Después de estirarse como es debido, y de restregarse los ojos unas pocas veces para celebrar que por fin se ha despertado. Se asoma por la ventana, mirando a todos partes por si estuviese allí en alguna parte Arturo, quien sabe observándolo, o esperando ayuda. Pero nada de eso ocurre nunca, siempre que se asoma lo que ve presagia otro día igual de ordinario que el día anterior, da igual que haga sol o llueva.
Hoy por lo que ha podido ver por su ventana tras levantarse, otra vez será otro de esos días en el que no pasará nada. La policía, tras acabar con su café y sus donuts no volvió a aparecer por su casa. Desconoce si eso significa que ya han dejado de investigarlo, o que lo siguen haciendo pero a escondidas, no han vuelto a molestar, y todo apunta a que no van a volver a hacerlo. Lo mismo ha pasado en la ciudad, hace días que no ha vuelto a ver un cartel con la cara de Arturo en la calle, la gente igual de rápido que le cogió miedo, se ha olvidado de él. En la universidad, tampoco ha pasado nada, si que tuvo que responder a cientos de preguntas del rector, que soportar un registro completo de su laboratorio, de hecho hasta estuvo a punto de ser expulsado cuando de alguna forma o de otra en la universidad se enteraron de que la policía también había estado en su casa buscando ese robot de que todo el mundo hablaba. Pero, el beneficio de la duda, a falta de pruebas, siempre acaba asistiendo a esos que son lo suficientemente inteligentes y tienen la suficiente paciencia y calma, para no autoconfesarse culpables.
Cuando Arturo se fue, en el fondo se sintió aliviado. Dejó de soportar esa carga que él representaba, ya no tendría que estar más pendiente de él, ya no tendría que estar de acuerdo con que saliese o no de casa, ya no tendría que preocuparse por su apariencia externa. Por otra parte, sus ansias de inventar y de descubrir, su ganas de averiguar si sería capaz de crear a un robot que se asemejase en comportamiento y forma de ser a un ser humano, quedaron colmadas. Sí que era capaz de hacerlo, otra cosa es que el mundo, o más bien sus leyes, no estuviesen preparadas para ello.
Tras bostezar otro par de veces y asegurarse de que nada pasa fuera de su ventana, inicia la monotonía de su día a día. Siempre, con Arturo presente en lo más profundo de sus pensamientos, pero siempre evitando todo los posible acordarse de él. No tiene muy claro que camisa ponerse, pasa su mirada por la amplia variedad que de ellas dispone en su armario gracias a años de irlas acumulando, y al final se decide por la que casi siempre se decide todos los días, ¿de que le sirve tanta variedad si siempre se acaba poniendo lo mismo? supone que la falta de originalidad no está tanto en su armario como en su cabeza. Después de ducharse, se pone la ropa que previamente ha dejado seleccionada encima de la cama, y lo hace contento, después de todo, aunque los días ordinarios parecen consumir la vida en una absurda monotonía, cuando esa monotonía está llena de cosas que te gustan, los días ordinarios son los preferidos. Tanto mirar por la ventana cada mañana, cuando en realidad lo que siempre desea es que no ocurra nada.
Contento, porque tras lo que ha pasado con Arturo por fin las cosas con Julia avanzan, salen a cenar juntos más de una vez por semana, de las cuales muchas de ellas ella acaba durmiendo en su casa o él en la suya, contento, porque aunque nadie ha podido demostrar que ha sido él quien ha hecho ese robot que por un tiempo puso toda patas arriba, todo el mundo piensa que ha sido él, y eso le ha dado el prestigio y la fama que durante tanto tiempo se le habían resistido en la universidad, contento porque no tiene nada de lo que preocuparse.
En la calle, otra vez vuelve a hacer lo mismo, lo primero que hace tras salir por la puerta, no es cerrarla, antes vuelve a mirar a todas partes, otra vez buscando a Arturo, no mira hasta debajo del coche por vergüenza. Y otra vez no tiene nada de lo que sospechar, los que hay por la calle son los mismos que hay siempre a esas horas de la mañana, el vecino que saca al perro antes de irse a trabajar, el panadero abriendo la panadería que hay justo al lado de su casa, los corredores fondistas que saben que la mañana es la mejor hora para hacer deporte.
El brillo de la mañana le confirma algo que ya sabe por el telediario de ayer por la noche, va a hacer otro día espléndido en Madrid, y decide caminar hasta la universidad. Puede que sea más de media hora andando, pero en esa media hora le da tiempo ha hacer cosas importantes y no sólo a caminar, ordena en su cabeza ideas, repasa las lecciones que dará hoy en la universidad, disfruta del paseo antes de ser condenado a horas de clase que nunca en realidad le han gustado. Fue en un paseo como el de ahora en el que se le ocurrió la brillante idea de crear a Arturo y está convencido de que las mejores ideas siempre se le han ocurrido en paseos como el de ahora, por eso sigue haciéndolo, y la bici sólo la coge los días que tiene prisa, mientras el coche sólo los que llueve.
Como todo lo placentero, el paseo se hace corto, y cuando ve al fondo el campus no puede evitar suspirar, solamente espera seguir con la tónica del día, sólo quiere seguir teniendo otro día de esos ordinarios, pero por eso no es es realidad por lo que ha suspirado, si lo ha hecho es porque sabe que tarde o temprano se terminarán acabando.