Los comienzos nunca son fáciles, y eso es lo que debe pasar entre ambos, porque los primeros cinco minutos continuan igual que empezaron, en silencio. Aunque el tiempo pasa rápido, las calles por donde pasan abarrotadas de gente, siguen ofreciendo mil sitios, personas, que observar o mirar fijamente.
Poco a poco se van alejando de ese centro turístico por excelencia empezando a callejear por las calles del barrio de la Latina, los turistas desaparecen y son reemplazados por aquellos para los cuales ha perdido ya todo interés fotografiar por cualquier sitio por el que pasan, aunque eso no ha hecho que se reduzca su variedad cultural, africanos, europeos del norte, españoles, todos conviven sin que se pueda ya distinguir quien es el recién llegado. Con menos gente y más espacio para poder caminar, el silencio por fin se rompe, como no, lo hace la extraña que hace rato va agarrada a su brazo, él puede que lo haya intentado, pero ha sido incapaz de encontrar las palabras para empezar la conversación.
– Extraña: Hace un día fantástico para pasear, ¿no te parece?
– Arturo: Sí que lo hace sí.
– Extraña: ¿Sabes? me fije en ti el otro día en el bar.
– Arturo: Ya me di cuenta que me mirabas, me desconcentraste.
– Extraña: ¿No me digas que eso que paso fue culpa mía?
– Arturo: No, en todo caso fue mía por no mirar bien por donde piso.
– Extraña: Supongo, que estarás intrigado por saber a que venía tanto mirarte.
– Arturo: En eso sí que llevas toda la razón, saberlo es el principal motivo por el que estoy aquí.
– Extraña: Yo tampoco he pegado ojo en toda la noche.
– Arturo: ¿Y quién te ha dicho que yo no lo haya hecho?
– Extraña: Es que tengo el mismo problema que tu.
Entonces se queda extrañado, y otra vez sus circuitos empiezan a colapsarse por culpa de intentar desentrañar que ha querido decir, con eso de que tiene el mismo problema que él. ¿Será otro robot?, ¿pero cómo va a ser otro robot si se supone que él es el único que existe en el mundo?, ¿pero que otras posibilidades existen?, un vampiro no es, a no ser que se crea que él es otro, ha leído que ellos tampoco duermen aunque dude que sean más que el producto de la imaginación del ser humano igual que lo es él. ¿Será que tiene insomnio? eso es absurdo, ¿y de dónde va a sacar que él lo tiene por verlo trabajar unas cuantas horas en el restaurante. Tiene que ser otro robot. ¿Debería preguntárselo? prefiere que sea ella la que lo diga, preguntárselo es dejar ver que él es uno.
– Extraña: ¿Ya no hablas?
– Arturo: Es que no se que decir, ¿a qué te refieres?
– Extraña: A que yo tampoco duermo.
– Arturo: Vale, hasta ahí llego…pero creo que lo que te pasa es que me quieres contar algo más. ¿O has quedado conmigo sólo para contarme eso?
– Extraña: No. He venido a contarte que no estas solo.
Eso ya sí que lo ha entendido perfectamente, si no está solo, es que ella es otro igual que él. Aún así, no puede dejar de sentirse sorprendido, aún habiendo previsto hace tiempo el desenlace de lo que iba a pasar y lo que le había llevado hasta allí.
– Extraña: Otra vez te vuelves a quedar callado.
– Arturo: Si quieres que hable, déjate de acertijos y dime claramente que es lo que está pasando.
– Extraña: Mejor que lo veas por ti mismo.
Se para de golpe y al llevarlo cogido del brazo, hace que él también se pare de golpe con ella. Se sitúa frente a él, y como el que desvela un secreto importante, se levanta sus gafas de sol poco a poco, añadiendo intriga a un momento que ya rebosa de intriga desde hace tiempo. Lo que Arturo ve cuando sus gafas de sol dejan de tapar sus ojos, no son los dos ojos azules que ayer lo seguían a todas partes, en su lugar lo que hay son dos bolas de cristal emitiendo una intensa luz de color rojo, igualitas a las que el tenía hasta que decidió que quería parecerse a un humano y no pasarse los días encerrado en una casa o laboratorio.
– Extraña: Sabía que no te ibas a asustar, me los he puesto hoy para la ocasión, ¿te gustan?
– Arturo: ¿Pero que haces saliendo así de casa?, ¿estás loca?, podrían reconocerte…y por tu culpa me reconocerían a mi…
– Extraña: Tranquilo, tranquilo. Para eso me he traído las gafas de sol, además te recuerdo que aquí los únicos que están locos son los humanos, ya te iras poco a poco dando cuenta.
– Arturo: Perdona, pero debemos andarnos con ojos, la policía anda detrás mía, ¿sabes que estamos prohibidos, no?
– Extraña: Pues claro que lo sé, por eso la que ha venido a avisarte he sido yo a ti. Desde un primer momento me di cuanta en el restaurante que no eras una persona por como te movías, mecánicamente, como un robot, ibas y venias de la cocina a donde están los clientes sin cometer ni un solo fallo, ni equivocándote con los platos, ni chocándote con ellos. No eras normal, pero podías simplemente ser un ser humano más hábil que la media. Mis sospechas se confirmaron cuando te caiste, al tirar de ti para levantarte tu peso no correspondía con tus dimensiones, tu eras otro de los nuestros.
– Arturo: Por eso, no sé si te diste cuenta, dudé al darte la mano.
– Extraña: Pues claro que me di cuenta, y ¿por qué crees que fui yo la que te la ofreció?
– Arturo: Para evitar que nadie se diera cuenta…
– Extraña: Efectivamente…Pero espera, todavía hay algo más que debo contarte, como bien supones, si hemos quedado no es simplemente para conocernos. Sigues en peligro, no creas que porque aparentemente, aunque ten cuidado tienes muchas deficiencias, te parezcas a un humano has dado esquinazo a la policía. Eres frío como un trozo de metal inerte, es así como te detectaron, y como no pongas pronto solución es así como te van a volver a detectar.