¿Debería haberse excitado con lo que ha visto?, ¿debería de haber sentido ese deseo sexual incontrolable que se supone sienten todos los que están allí?, y si es así, ¿por qué deberían de excitarle las mujeres y no los hombres?, ¿es siquiera esa una cuestión que el puede decidir o en cambio algo para lo que ya ha sido programado?, ¿es siquiera capaz de excitarse con un ser humano o deberían inventar otro robot que fuese igual que él para poder enamorarse? De vuelta a su mesa, en su rincón oscuro, donde nadie parece hacerle caso, repasa cada una de sus sensaciones para encontrar alguna respuesta a todas esas preguntas que ahora abarrotan sus circuitos.
De momento ha de admitir que le ha gustado, de alguna forma se ha sentido atraído por los movimientos de la striper, no le ha quitado ni un momento los ojos de encima y cuando se ha ido, le ha parecido que el tiempo ha pasado más rápido de lo normal, se le ha hecho corto. Su baile, su cuerpo, se le ha quedado grabado en su disco duro, de uno forma más intensa que cada uno de los pocos recuerdos que todavía tiene, es como si todavía pudiera verla. En algún instante le han dado ganas de subirse al escenario y tocarla, agarrarle bien el culo, las tetas, restregar su cuerpo metálico con el suyo de carne y hueso. Todo eso le lleva a concluir, que sí, que no sólo le ha gustado sino que además le ha excitado, pero hay algo que no encaja, su inventor que de tan privilegiado cerebro le ha dotado, se le ha olvidado algo importante, no tiene órganos sexuales ni nada que se le parezca, debajo de su pantalón no hay nada con lo que pudiese satisfacer sus deseos. Contrariado, agacha la cabeza, algo deprimido, ¿de que le vale sentirse como un humano sino puede disfrutar de lo mismo que disfrutan ellos?
Tan deprimido debe de aparentar estar, que no pasa mucho tiempo sin que alguna de las chicas del club de striptease se fije en él. Pronto, una de ellas, una chica joven, vestida con una minifalda de cuadros que apenas le alcanza para cubrir su culo y una camisa blanca mitad desabrochada que deja ver sus voluptuosos pechos se acerca a hablar con él. Despacio primero lo acaricia, le pasa la mano por el hombro, a lo que el contesta sin hacer caso, para luego visto que no le prestan atención sentarse encima de una de sus rodillas. Le dedica cada vez más y más caricias, con su brazo alrededor de su cuello le toca la cabeza, donde se supone deberían estar sus orejas, su cuello. Pero el sigue sin inmutarse, no le dedica ni un solo gesto, y no es que sea por falta de ganas, sino por no saber como dedicárselo.
Chica: Qué frío estás, debe de haber una noche muy fría fuera.
Arturo: Sí, sí que la hace.
Chica: Y que duro son tus muslos, ¿haces muchas pesas?
Arturo: Sí, de vez en cuando.
Chica: Pues si quieres puedo ayudarte a calentarte y a que se te pase la rigidez de ese cuerpo. ¿Quieres?
No sabe que responderle, ni tiene dinero ni nada con lo que hacerle el amor. Así que, decide que lo mejor es irse. En cambio, eso ya no es posible, una de sus manos hace tiempo que está apoyada sobre uno de sus muslos, que su brazo la tiene rodeada. No sabe como ninguna de esas dos cosas ha llegado hasta allí, y ya no es capaz de separarlas de ella. La chica al ver que no responde a su última pregunta, se lo toma como que implícitamente está aceptando su oferta, se levanta de donde estaba sentada, y agarra esa mano que a la vez sigue agarrándola a ella por la cintura.
Chica: Venga, vámonos, y te quitas de una vez esa careta, que yo no le voy a contar a nadie que ha venido.
Es incapaz de decirle que no, como embrujado por ella acompaña con su cuerpo el movimiento del brazo que tira de él, se levanta de la silla y sigue sus pasos. No es capaz de controlar su cuerpo, de repente ha perdido cualquier atisbo de voluntad, hace lo que le dicen, camina hacía donde le llevan, si ahora lo llevasen directo a un precipicio sería el último día de su vida.
Sus pasos acaban cuando acaban los de ella, en una habitación pequeña y que ya no está protegida por la oscuridad que había donde estaban antes, en ella hay toda la claridad necesaria para que todo se vea de forma nítida sin necesidad de utilizar su visión nocturna. Ella lo sienta en la cama y empieza a quitarse la ropa delante de él, está vez de una forma mucho más ordinaria, no hay música que la acompañe en sus movimientos, no hay un orden predeterminado de quitarse las prendas que se suponga aumente su excitación, todo lo que hay es una oferta de carne, ahí delante suya, a escasos centímetros, ya puede tocar lo que tantas ganas tenía de tocar antes y no podía.
Lo que no se imagina, es que cuando ella acaba de desvestirse ha llegado su turno de hacerlo, le acaricia suavemente su cara, y poco a poco le quita la careta que hasta entonces ocultaba su identidad. Pero de nada de eso parece darse cuenta, no parece recordar quien es o lo que ha ido a hacer allí, y se deja hacer sin siquiera tratar de evitarlo un poco, sin apartar las manos que van a desvelar su identidad y su condición prohibida. Cuando ella acaba de hacerlo, sale dispara hacía otras de un salto, temblando, aparentemente completamente atemorizada de lo que tiene delante, luego lanza un grito estremecedor, agudo, intenso, que se tiene que haber oído en todo el local. En entonces cuando por fin Arturo vuelve en sí, y sale corriendo a toda velocidad de la habitación y luego del local.