La casa de Cristobal está a sólo unos pocos kilómetros del campus, el viaje dura apenas unos minutos, no siendo habitual que el coche sea su medio de transporte y en cambio lo sea una bicicleta, igual de vieja que el coche y también de segunda mano, pero que realiza el mismo trayecto exactamente en la mitad de tiempo a la hora en la que habitualmente Cristobal tiene que ir a trabajar a la universidad, que a la que habitualmente tiene que hacerlo todo el mundo. En cambio, hoy el día estaba nublado, pronosticaba agua, y coger la bicicleta lloviendo en Madrid es casi lo mismo que cruzar una autovía de lado a lado con los ojos cerrados, de ahí el porqué que hoy haya utilizado el coche, algo que puede haberle salvado no sólo su carrera profesional sino su libertad.

Cristobal: ¿Te gusta?
Arturo: Más que el sótano.
Cristobal: Sí, pero no te acerques a las ventanas tal y como te he dicho de camino no pude saber nadie que estás aquí.
Arturo: Vale, vale.
Cristobal: Ahora mi casa es también tu casa, cuida de todo lo que aquí ves.
Arturo: Descuida.
Cristobal: Yo ahora, me tengo que volver a la universidad, que tengo que dar clase y prepararme para a investigación que han iniciado por tu culpa.
Arturo: ¿Y eso?
Cristobal: La noche que saliste a rondar por el campus, te vieron.
Arturo: ¿Sí? Noooo.
Cristobal: Sí, sí, estás en boca de todo el mundo. No te preocupes, aquí no te va pasar nada, y yo ya me inventaré algo para que me dejen en paz.
Arturo: Si lo hicieron no me di cuenta.
Cristobal: Ya da igual, pero por favor, aquí pórtate bien a los dos estamos perdidos. No abras la puerta a nadie, no contestes al teléfono o telefonillo, no salgas, no toques nada que no entiendas…
Arturo: Que sí, que sí, que sí, que lo he entendido, puedes marcharte tranquilo.
Cristobal: De acuerdo. Nos vemos a la tarde, lo dicho, pórtate bien.

Apenas sale Cristobal por la puerta, cuando por Arturo empieza a investigar su nueva prisión. Todo le despierta su curiosidad, y todo le hace preguntarse como sería ser de verdad un humano, lo primero que piensa al ver un sofá o una cama, es ¿cómo sería eso de soñar?, si Sigmund Freud dijo que los sueños son la manifestación de un deseo, ¿cómo iba él estar al tanto de los suyos sin poder hacerlo? Exactamente lo mismo le pasa cuando ve la nevera, porque el único sentido que a Cristobal parece que se le ha olvidado es el gusto, y aunque puede que lo haya en parte enmendado proveyéndolo con un fino olfato, lo único que ha hecho ha sido empeorarlo, porque todavía le entran más ganas de poder comer y saborear lo que come, le gustaría probar la tableta de chocolate que hay en una de las baldas de la nevera, comerse un uno de los flanes que hay adornados por encima con nata, metete un tomate entero en la boca y sentir como estalla su interior y con el todo su sabor, probar ese filete de salmón rosado, y porque no, la pata de jamón que hay encima de la encimera y que huele que alimenta. Pasa por todas esas cosas su olfato eléctrico y se pregunta come sería poder hincarles el diente y engullirlas. Al llegar al equipo de música de Cristobal se para, mira su colección de vinilos y se siente tentado, todavía no ha escuchado música como ha de hacerse, en un lugar en el que sólo ella se la protagonista y no se vea contaminada por cualquier otro ruido que la convierta en eso precisamente, ruido. Sin pensárselo mucho, coge uno de ellos a boleo, lo saca de su funda, enciende el equipo, y lo pone en el tocadiscos. Es un disco de The Cure, uno de los grupos favoritos de Cristobal, que empieza a girar y girar y a la vez que lo hace a sonar. Oídos tiene, o más bien micrófonos que cumplen exactamente la misma función, y gustar, le gusta lo que escucha, puede que en ese momento en que sus circuitos se llenan de música sea el momento en que más se pueda parecer a un humano, y por eso decide dejarlo. De ahí pasa, a rebuscar cajon por cajón, armario por armario, y en esa búsqueda que no tiene ninguna finalidad más que curiosear, encuentra algo diferente a todo lo que ha visto, es de silicona, tiene un par de tuercas a cada lado, la frente parece que ha sido cosida, y aunque en su conjunto quiera representar el rostro de un ser humano, lo hace de una forma muy deficitaria, si es un humano es el humano más feo que ha visto. Tiene pinta de que es algo que se puede poner en la cabeza, y por los datos de que dispone, sabe de sobra que a los humanos en cierta época del año les gusta disfrazarse, así a simple vista, a él también le cabe en la cabeza, su creador, al igual que el dios en que algunos de los humanos todavía creen, también lo ha creado a su imagen y semejanza. La abre y se la pone. Se mira al espejo con ella puesta, y muy bajito para que nadie lo escuche dice, “¡serendipia!”.

Lo siguiente que hace es volver a no hacer caso de lo que le ha dicho Cristobal, porque no puede reprimir las ganas que tiene de volver a la Calle Alcalá a hacer algo de lo que expresamente le había prohibido, y sale así a la calle, vestido con la ropa que le ha prestado Cristobal y con la mascara de humano que se ha encontrado.

Caminando por la calle, nota que alguna de las personas con que se cruza se le quedan mirando, pero eso no es algo que le sorprenda, con que no se le vea la chapa metálica de la que está hecho le vale.

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