Eso de que la universidad va a abrir una investigación le ha sonado a redada de la Gestapo, algo así como que van a meter las narices en todo lo que han hecho o están haciendo. Ha sido oírlo y entrarle unas ganas horribles de salir corriendo de la reunión, al igual que cuando empezaron a seguirlo la noche anterior los estudiantes, lo único que le para de hacerlo es disimular. Aun así, está cada vez más nervioso y eso se le nota, tanto que Julia se ha debido dar cuenta que algo le pasa y no hace más que mirarlo constantemente de reojo. Meno mal, que tras decir esa última frase sentenciadora el Rector se ha dado por satisfecho y los deja marchar, eso sí, no sin antes advertirles por última vez.
– Rector: Dentro de poco, cada uno de vosotros recibirá una visita de una agencia de investigación privada que se encargará de averiguar que todo está correcto. Que tengan un buen día.
Sale cabizbajo, pensando en Arturo y en el oscuro futuro profesional que le espera como le pillen. Y ya que él no dice nada, Julia le pregunta.
– Julia: ¿Qué te pasa?, ¿no te habrás metido en un lío?
– Cristobal: No, que va.
– Julia: Ya, seguro.
– Cristobal: De verdad, no he hecho nada.
– Julia: No me fío mucho de ti, pero vale. Me voy que tengo prisa.
– Cristobal: Nos vemos, que tengas un buen día.
– Julia: Y tu.
En menos de una hora tiene clase, debería estarse quieto, aguantar otra vez los nervios, pero está vez no puede, es tan alto el riesgo de que lo pillen, que prefiere llegar tarde otra vez a clase, o incluso no llegar antes que no hacer lo que tiene en la cabeza que debe hacer. Por eso, sin pensar en nada más, se dirige a donde lo dirigen sus pasos, de nuevo al laboratorio. Justo igual que como fue la última vez, con las mismas prisas, mitad corriendo, mitad andando, y luego pegarse una carrera cuando ya le queda poco. Al abrir la puerta del laboratorio, se encuentra a Arturo leyendo un viejo libro, uno de mecánica, algo que ya debería de saber de sobra.
– Cristobal: ¿Qué haces?
– Arturo: Nada, quería comprobar que eso de aprender como lo hace un ser humano.
– Cristobal: ¿Y qué te parece?
– Arturo: Aburrido, así se pierde mucho el tiempo.
– Cristobal: No todo el mundo tiene la suerte de tener un disco duro por cabeza.
– Arturo: Supongo. ¿Y tu que haces por aquí?, no esperaba verte tan pronto.
– Cristobal: Vístete, porque nos tenemos que ir.
– Arturo: ¿Cómo que nos tenemos que ir?
– Cristobal: Como lo estás escuchando.
– Arturo: ¿Y a dónde?
– Cristobal: Te mudas a mi casa. Venga, vístete, ya, ya ya.
Arturo no sabe muy bien que le pasa, pero tiene que ser algo importante cuando le está metiendo tanta prisa. No se pensaba que fuera a salir tan pronto de ese sótano que se había convertido en una especie de cárcel para él, así que hace lo que le han dicho sin rechistar más, sin más preguntas, ya tendrá tiempo de informarse luego. Esta vez no se entretiene tanto como la última vez que se vistió, y lo hace rápido, en un periquete, en apenas en un abrir y cerrar de ojos ya está vestido, todo de forma perfectamente ordenada, sin pausas, sin dudas, justo tal y como lo haría un robot.
– Arturo: Ya estoy, vámonos.
– Cristobal: Vamos a salir a plena luz de día. Ten mucho cuidado, no te pares a hablar con nadie, no le hagas caso a nadie, camina siempre recto, tu sígueme. Y sobre todo, tápate bien que no se te vea, menos mal que todavía es invierno.
– Arturo: De acuerdo.
Está excitado, va a ser la primera vez que sale a la calle a plena luz del día y no le defrauda. Sos ojos no son más que dos cámaras que transmiten las imágenes que reciben a su placa base, pero nunca habían transmitido una imagen tan clara, ni siquiera las gafas de sol que está obligado a llevar puestas le quitan nitidez a su visión. Nunca había visto colores tan vivos. Además, el campus parece otro, en vez de estar desierto, está lleno de estudiantes, parecido a lo que ayer vio en la Gran Vía, pero como que la tribu urbana de la que uno forma parte, parece más uniforme.
– Cristobal: Recuerda, no te detengas por nada del mundo, tu sígueme.
Arturo asiente con la cabeza, y eso le vale a Cristobal, que camina cada vez más rápido está vez a su coche. Un viejo Renault Kangoo blanco 4×4, que se compró cuando apenas tenía dinero como profesor ayudante, y que al final se ha convertido en su coche sin que tenga pensado en cambiarlo por otro. Da igual los kilómetros que tenga. A Arturo, apenas si se le ve un trozo de su estructura metálica, pero eso no es suficiente como para que Cristobal se sienta seguro, y los cinco minutos de paseo que hay desde el sótano de su laboratorio hasta su coche, se le están haciendo eternos, todo lo contrario que a Arturo, que está disfrutando de lo lindo viendo las caras de toda esa gente a la que se supone se parece. Cuando llegan al coche, ambos se suben, Cristobal lo arranca a la primera, y Arturo siente una especie de melancolía, cuando se da cuenta que donde está subido no es más que otra cosa igual que él, lo que pasa que menos avanzada.
– Arturo: ¿Esto es a lo que llamáis un coche?
– Cristobal: Esto es a lo que llamamos un coche viejo.
Es acabar esas palabras, y Cristobal sale del aparcamiento haciendo rueda, aparentemente habiéndose olvidado completamente de lo disimular, haciendo que los estudiantes no sólo se aparten por donde pase, sino además haciéndoles temer por su vida, algunos de ellos teniendo que saltar hacía un lado, y otros siendo cogidos por aquellos con los que caminan para no ser atropellados.