La noche de una gran ciudad, no es la noche como la de cualquier otra, en ellas apenas se nota el cambio con respecto al día, sus aceras siguen estando llenas de gente, las calzadas siguen estando desbordadas de coches, el sol es sustituido no sólo por farolas, sino por millones de anuncios que publicitan obras de teatro o cine, conciertos, móviles, juegos de videoconsolas, bebidas de refresco, y casi todo aquello que te puedas imaginar. Lo único que parece cambiar, es el tipo de personas o al menos su actitud, el centro de la ciudad se llena de aquellos que buscan el cobijo de la noche como el momento perfecto para desatar sus inhibiciones, las aceras se llenan de prostitutas, las ambulancias y coches de policía pasan a cada instante haciendo notar su presencia con el sonido estridente de sus sirenas, no queda nada de ese cielo lleno de estrellas y ese cantar de grillos que se supone representa la noche en el sueño idílico de muchos, y todavía por suerte en aquellos lugares alejados de bullicio. Puede que de todo esto, Arturo ya tuviera un anticipo, la noche que decidió escaparse por el Campus, puede que de los millones de datos que Cristobal le ha metido en la cabeza, parte de ellos ya le avisaban de lo que encontraría y le hayan quitado gran parte de sorpresa a lo que con sus ojos de robot ve, pero eso no significa que no vaya fascinado con cada una de las experiencias que va viviendo por el camino.
Cristobal prometió “sacarle a dar una vuelta” y eso es justo lo que están haciendo, la calle Gran Via de Madrid está colmando sus expectativas y se pasa el rato mirando a un lado y otro, aunque puede que todo lo que vea no sea todo de su agrado, esto es justo lo que estaba pensando cuando salió del sótano hace apenas una hora. En apenas metros, se cruza con decenas de personas, nunca pensó que fuera a ver gente tan variopinta y dispar, crestas y chupas de cuero, caras llenas de piercings y algunas hasta con tatuajes, pelos de color azul, verde, tacones imposibles, minifaldas que apenas dejan espacio a la imaginación, escotes que tampoco dejan mucho que ocultar, y todo pasando perfectamente desapercibido en un caos que parece haber encontrado un perfecto orden por muy imposible y contrariante que eso parezca. Se prometio no hacerlo, conformase con lo que Cristobal le enseñase, pero no puede evitar sentir unas ganas terribles de pasar a ver alguna de las obras que se publicitan en la calle y lo intenta.
– Arturo: ¿Eso que son?
– Cristobal: Musicales.
– Arturo: Podíamos pasar a ver alguno.
– Cristobal: No, dentro con las gafas de sol, la bufanda, y todo lo que llevas puesto para que no se te vea, vas a dar mucho el cante. No podemos.
– Arturo: ¿Por qué?
– Cristobal: Ya sabes porque, no te hagas el tonto.
– Arturo: ¿Y eso que son?
– Cristobal: Bares.
– Arturo: Pues vayamos a alguno de esos.
– Cristobal: No.
– Arturo: ¿Y por que no?
– Cristobal: Por lo mismo que no podemos ir a ver los musicales.
– Arturo: Vaya aburrimiento.
– Cristobal: Esto es mejor que estar metido en el laboratorio, piensa al menos en eso.
En el fondo, ya sabía lo que le iba a decir, pero eso no significa que igualmente le desilusione. Parece que lo único que le está permitido es mirar, observar como el resto se divierte mientras que el se tiene que conformar como lo hacen. No le parece justo por así decirlo, y aunque no se queje más y decida callarse, eso no significa que no le cause un sentimiento de resquemor hacía su creador que parece no comprenderle, o por lo menos aparenta no querer hacerlo, y una gran envidia hacía todos a aquellos que no se encuentran limitados por la misma estúpida ley que él. Por el paseo, sus manos se van llenando con papeles que anuncian cosas que quiere hacer o ver, “Visítanos y te invitamos a un chupito”, “Club de striptease, las chicas más guapas de la zona”, y a su cabeza por culpa de sus ojos, le pasa exactamente lo mismo “El Rey Leon, el musical”, “El monologo más aclamado por la critica”.
Cristobal: Venga, volvamos ya al laboratorio, creo que por hoy los dos ya hemos tenido suficiente.
Arturo: De acuerdo.
Y de camino a casa, se promete que eso no puede quedar así, que de alguna forma tendrá que lograr disfrutar de todo aquello que el resto disfruta y a él le está prohibido.
En el campus, la cosa está igual de tranquila que siempre, no hay nada de las luces de colores que hay por el centro, tampoco sonidos de sirenas, y la gran parte de los tipos raros tampoco. Sin embargo, a ambos les sorprende un grupo de estudiantes, como mucho puede que haya diez, que al verlos les alumbran con sus linternas y que empiezan a seguir sus pasos. Tratan de no hacerles caso, pero cada vez se acercan más y más a ellos y cada vez tienen que caminar más y más rápido. Hasta que les es imposible dejarlos atrás sino es haciéndolo corriendo y finalmente son alcanzados por ellos, ambos piensan que salir corriendo va ser demasiado arriesgado porque puede que ya hayan reconocido a Cristobal, y deciden que lo mejor es disimular. A Cristobal, le da un vuelco el corazón, pensando que ya los han pillado, Arturo, hace lo posible por esconder su rostro con la bufanda y su sombrero, pero también siente miedo de que su historia acabe justo ahí.
– Estudiante: Hombre, por la chaqueta y las formas de caminar nos imaginábamos que eras tu, pero queríamos asegurarnos.
– Cristobal: ¿Me habéis reconocido?
– Estudiante 2: Sí, eres el de las clases de programación.
– Cristobal: Exacto, oye ¿y qué hacéis dando vueltas por aquí a estas horas?
– Estudiante: Nada, estamos patrullando el Campus, dicen que anda un robot suelto.
– Estudiante 2: ¿Y ese quien es?
– Cristobal: Ese es un colega que ha venido de una universidad extrajera, va a pasar unos días en el campus.
– Estudiante: Bueno, bueno, ya no os entretenemos más, que descanséis.
Ambos suspiran aliviados, pero sabedores, de que una mentira lleva a otra, y cada una de ellas hace que se note más que están mintiendo.