A Arturo le costó convencer a Cristobal, pero lo consiguió. Cristobal le ha traído ropa, la misma que la que llevaría un ser humano, unos zapatos de color negro algo desgastados, unos pantalones vaqueros de color azul, también desgastados, pero en su caso es parte del diseño y no el efecto del paso del tiempo, una camiseta negra, normal, de cuello redondo, como cualquier otra camiseta negra sin ningún tipo de dibujo o letra, calcetines blancos de tenista, de esos que llevan en el elástico una raya de color azul y otra de color rojo, una sudadera roja con el nombre de la universidad donde trabaja Cristobal, Universidad de Madrid, se puede leer en letras grandes desde metros de distancia, una chaqueta de paño negra, larga, que tiene aspecto de ser caliente, pero que en este caso quien la va llevar puesta puede prescindir de ello, una bufanda gris, larga, gruesa, de punto, que bien enrollada en torno a su cuello apenas va a dejar visible parte de su rostro, unos guantes de esquí, los mismos que se puso Cristobal la primera y única vez que intentó esquiar para luego descubrir que no le gustaba, unas gafas de sol negras, estilo a las que hizo famosas Bob Dylan, y de las que Cristobal le ha costado desprenderse, pero que al no tener otras a mano, ha tenido que utilizar, y como no, el sombrero, pero el sombrero no se lo ha traído nuevo Cristobal, es exactamente el mismo sombrero que le pillo ayer puesto cuando entró en el laboratorio, Arturo se ha empeñado en llevarlo, y Cristobal tampoco es que se haya esforzado mucho en convencerle de lo contrario, su empeño se basa en que él es el símbolo de la idea que lo va hacer libre, al menos momentáneamente, aunque en realidad lo hace porque le parece gracioso.
Aunque sea un robot, ha sido provisto con todos aquellos datos con los que es capaz de generar emociones humanas, y al ver todo lo que le ha traído Cristobal, Arturo se ha emocionado, hasta ha corrido a darle un frío abrazo metálico a su creador, que lo ha recibido igual de frío, plenamente consciente de que no es una buena idea, que mañana pedirá más y más, y que este es sólo un primer paso para que más tarde pida algo que no va a poder permitirle. ¿Pero que otra cosa podía hacer? Acaso lo iba a dejar encerrado en ese laboratorio como un psicópata hace con sus víctimas para luego degollarlas, porque ese hubiera sido el destino de Arturo, si ese hubiera sido el caso.
Arturo, todavía presa de su emoción, se viste despacio, habiendo calculado previamente el orden de las prendas, por ejemplo, la camiseta, siempre deberá ir primero que la sudadera, y lo último que se deberá de poner cuando acabe de vestirse sera la chaqueta. Empieza por los pantalones, primero introduce una de sus piernas, y luego la otra, de ahí pasa a los calcetines, cubre uno de sus pies y al cubrir el otro, directamente lo atraviesa.
– Cristobal: Ten cuidado con eso, suelen romperse.
– Arturo: ¡Ups!
Da igual, para ser la primera vez, tampoco lo está haciendo tan mal, la camiseta le sienta como un guante, y exactamente le pasa lo mismo con la sudadera. Luego pasa a los zapatos, que al menos, han sido capaces de ocultar el estropicio que le ha hecho a uno de sus calcetines, le encajan perfectamente, quizás un poco grandes, y como una especie de reto se centra en sus cordones, sus manos aunque Cristobal las ha hecho con todo su esmero, son torpes y les cuesta coger el fino cordon, prueba tras prueba se le escapan, y se frustra una y otra vez por no poder hacer lo que en teoría ya sabe, atarlos. Pero no se resigna, y evita en todo lo posible pedir ayuda a Cristobal. Puede que hayan pasado quince minutos cuando al final acaba de atarse los cordones, pero lo ha hecho el sólito, y por el sentimiento de satisfacción que le ha producido, le ha merecido la pena. Ya está prácticamente vestido, le queda lo más fácil, y ansioso se pone la chaqueta de paño, la bufanda, las gafas de sol, y por último los guantes, desde un principio tenía claro que eso tenía que ser lo último.
Cuando acaba de hacerlo, se mira en el mismo espejo que se miró ayer, ese cuadrado y pequeño, manchado de oxido y que sólo le permite verse de cuerpo completo se se separa de él una gran distancia. Todavía, quedan trozos de metal en su cara, todavía debe de tener cuidado, pero en una noche cerrada, como la de hoy, en que una Luna menguada a su máxima expresión apenas ilumina, y en que las farolas de fósforo de la ciudad no son capaces de hacer que un ser humano vea con la misma claridad que lo haría de día, no tendría porque tener miedo de salir a la calle y ser descubierto. Asombrado por su ingenio, mira a su creador, que también yace asombrado mirando a ese mismo espejo, como no atreviéndose a mirar directamente a eso que está ocurriendo delante de sus ojos.
– Arturo: ¿Qué te parece?
– Cristobal: Qué pareces un tipo muy raro llevando gafas de sol por la noche.
– Arturo: Las estrellas de rock y de cine lo hacen.
– Cristobal: Sí, y tu en realidad eres otra.
– Arturo: Ahora ya en serio, ¿qué te parece?
– Cristobal: Vas muy guapo, venga aprovechemos que todo está tranquilo y salgamos a la calle. Además, tienes que estar pasando calor así vestido dentro del sótano.
– Arturo: Muy gracioso, sí venga vámonos, que estoy deseando salir de aquí, y no precisamente por el calor, ayer me pase el día metido por hacerte caso.
Conforme sale a la calle Cristobal, se acuerda de la discusión que tuvo con su alumno, al que intento convencer por todos los medios de que el estado del arte actual, no permitiría hacer un robot tan autónomo como el que el creyó ver la noche anterior, y se ríe por dentro, perplejo, confundido, por la noche todos los gatos son pardos, y hasta un robot puede hacerse pasar por un humano.