Mientras uno se prepara para tener una clase movida en la universidad, el otro, se queda pensando sobre la forma en la que puede eludir esa estúpida prohibición. Y la mejor forma que se le ocurre de hacerlo, es convertirse en un humano, no sólo por dentro, sino también por fuera.
Empieza a rebuscar en los armarios y cajones del laboratorio, ese, que sin que nadie le advirtiese nada antes del venir al mundo, se ha convertido en su jaula, y empieza a buscar roba con la que poder vestirse igual que hacen los humanos de carne y hueso. Busca y rebusca y la verdad que es capaz de encontrar poco con lo que cubrirse, tras un largo rato buscando no es capaz más que de encontrar una bata blanca roída y un sombrero antiguo, parecido a los que llevan los vaqueros del Oeste americano, pero que en pleno siglo XXXI ya no está a la moda. De todas formas, no se rinde, y se prueba ambas cosas delante de un espejo que hay en el laboratorio, uno pequeño con forma de cuadrado, manchado por culpa del óxido, pero que al igual que la ropa le sirve para cumplir con lo que necesita. Al verse en el espejo, no puede evitar sentir miedo, eso es por culpa de lo que por dentro se parece a un humano, al igual que cualquiera de ellos, en lo más hondo de su placa base, se esperaba encontrar algo bien diferente de lo que en realidad hay, algo igual que ellos, en vez de construido a base de metal, pues con carne rosada, en vez de ojos de cristal rellenos de una luz brillante de rojo intenso, pues unos bonitos ojos color marrón. Pasado un rato se acostumbra a lo que ve y logra fijarse en aquello que se ha puesto, la bata, le queda corta de las mangas, y apenas si le cubre aquello que se asemeja a unas rodillas, pero a su juicio le da un aire distinguido, se ha convertido en otro intelectual al igual que su creador, y no sólo eso, sino que además con ella ha sido capaz de ocultar gran parte de su cuerpo, donde hay bata no hay robot, porque externamente Cristobal se que ha hecho una autentica obra de arte, perfectamente podría valer para ser expuesto en cualquier escaparate de una tienda moderna de ropa y pasar por uno de esos maniquíes que lucen con orgullo lo que se supone es la talla media de cualquier humano, pero que en realidad sólo tienen algunos elegidos. Por otra parte, el gorro de vaquero tampoco le queda nada mal, de hecho cuando se ve con el puesto sonríe, aunque en su caso se tenga que conformar con emitir el sonido de una carcajada, dada la poca cantidad de expresiones que es capaz de representar en su cara, se tiene que conformar con poder abrir y cerrar la boca, ni siquiera ha sido provisto con unos párpados con los que poder cerrar sus ojos. Así, con ese sombrero, le dan ganas de hacerse un látigo con alguno de los muchos cables que hay tirados por todo su alrededor e irse en busca del arca perdida, su archivo de memoria interna le dice que es clavadito a Indiana Jons.
No está mal, la verdad que no está nada mal para haberse simplemente vestido con un par de cosas, pero sabe de sobra que no es suficiente como para poder pasar desapercibido. Se mira por un lado, y luego por otro del espejo, y cada vez que lo hace ve trozos de metal por todas partes, que brillan, que deslumbran con el mínimo rayo de luz que le toca. Por no hablar de su cara, puede que él se haya acostumbrado rápido a ella, pero igualmente está seguro de que no habrá ningún humano que pueda hacerlo. Algo desanimado, se vuelve a sentar en la silla, aprovechando esos momentos de soledad para pensar sobre su destino y vida, y entre esas cuatro grandes y distantes paredes que forman el laboratorio de Cristobal, no es capaz de encontrárselo, “¿qué sentido tiene estar vivo?” se dice, “sino no puedo disfrutar de la vida”. Cree que siente algo parecido a eso que llaman los humanos estar deprimido, tristeza, ganas de no hacer nada, es la primera vez que le pasa, aunque sabe cual es perfectamente el remedio, salir por la ventana al igual que hizo la pasada noche, esta vez prefiere hacerle caso a Cristobal y esperar sentado, justo en esa misma silla donde está ahora, a que vuelva.
No pasa mucho hasta que eso pasa, y en cuanto oye el sonido de las llaves castañetear en la puerta, se alegra, corre hacia ella y aunque no es capaz de expresar una sonrisa por culpa de la ausencia unos de labios, si que al menos es capaz de mostrarse impaciente para estar justo delante de Cristobal para cuando la puerta se abre. Cristobal, no lleva un buen día, y en verdad hace mucho que no lleva uno, de que al final ha llegado tarde a clase, más el revuelo que había formado a su llegada, seguro que se entera pronto su gran amigo el rector, y si a eso le suma que la noticia de que hay un robot suelto está corriendo como la pólvora por el campus, no es que tenga muchos motivos para sonreír, ni siquiera al ver esperándole ese ingenio maravilloso de la ciencia del que él es el padre. Sin embargo, hay algo cómico en Arturo que rápidamente le hace cambiar el gesto de su cara y cambiar su tristeza por una carcajada sonora al verlo vestido con la bata y el sombrero de vaquero.
– Cristobal: ¿Qué haces así vestido?
– Arturo: ¿Qué crees? creo que ya tengo la solución. Por dentro soy igual que uno de vosotros, pues ahora lo que hay que hacer es cambiarme por fuera tanto, como para parecerme por fuera también a vosotros.