– Arturo: ¿Dónde te has metido todo este tiempo?

Todavía está sofocado de la carrera, además aunque previese que puede que lo estuviese esperando, no ha preparado nada para contestar a esa pregunta. Hace lo posible por esquivar su ojos de cristal, que incesantemente se clavan en él como pidiendo una explicación, entre que cierra la puerta, y camina hacía el con la cabeza gacha, pasan unos segundos vitales en los que le da tiempo a preparar una respuesta.

– Cristobal: Perdón.

A veces unas disculpas sinceras son la mejor forma de sofocar el fuego, pero para que eso ocurra tienen que ser eso, sinceras y a Arturo que lleva gran parte de la noche sentado en esa misma postura, aburrido, deseando salir de allí, y dedicarse a lo que hacen otros seres humanos, pasárselo bien, pues no se lo parecen, aún así las acepta, las acepta sabiendo que él va a hacer exactamente lo mismo que han hecho con él.

– Arturo: Yo también te pido disculpas.

Ahora deberían estar los dos en situación de igualdad, sin embargo, Cristobal no dispone de toda la información como para poder aceptar unas disculpas tan rápido, éstas deben de ser consecuencia de un motivo.

– Cristobal: ¿Disculpas por qué?
– Arturo: Yo tampoco te he esperado metido en el armario como me pediste.
– Cristobal: No te preocupes, no ibas a estar esperándome horas metido en ese armario.
– Arturo: Tampoco lo hecho metido en el laboratorio.
– Cristobal: ¿Cómo que no lo has hecho metido en el laboratorio?
– Arturo: Sí, anoche salí.

En ese momento a Cristobal le entra el pánico, su respiración se acelera, empieza a caminar de un lado a otro nervioso, sin poder parar, de vez en cuando tapándose la cara con ambas manos, un claro gesto de no saber que hacer o decir. Pasados unos pocos segundos para.

– Cristobal: ¿Y dónde fuiste?

Arturo ha estado observándolo todo el rato tal y como estaba, tranquilo, en su silla, fijándose en lo vulnerable que es su amigo, con que poco ha sido capaz de hacerle daño, de ponerlo nervioso. Y con la misma tranquilidad le responde.

– Arturo: Salí a dar una vuelta, me escape por la ventana y paseé un poco por el campus.
– Cristobal: ¿Y te vio alguien?
– Arturo: No, que va, ya era muy tarde, no había nadie por la calle, estaría todo el mundo dormido.
– Cristobal: ¿Y luego que hiciste?
– Arturo: ¿Pues que voy hacer? cuando me canse de andar solo, me volví a meter por la ventana por donde había salido.
– Cristobal: ¿Y no te vio nadie?
– Arturo: Ya te he dicho que no, todo estaba muy tranquilo.
– Cristobal: Uffff…perdona que me haya puesto así, pero es que no sabes en el lío en el que podías haberme metido.
– Arturo: Supuse que cuando me habías metido en el armario y me dijiste que me callase, era porque no querías que me viese nadie. Pero todo son suposiciones mias, ¿he acertado, no?
– Cristobal: Sí, lo has hecho. Se supone, que la ley, vamos que se puede crear una maquina tan completa como tu, que está prohibido. Vamos, que estás prohibido.
– Arturo: ¿Cómo que estoy prohibido?
– Cristobal: Sí, que no puedes existir, que eres ilegal, que como te vean…pues a ti te desmontan y a mi me meten en la cárcel.
– Arturo: ¿Y que me voy a pasar la vida entera metido en este laboratorio?
– Cristobal: Pues la verdad, es que no lo había pensado hasta ahora.
– Arturo: ¿Y como no lo habías pensado?, ¿qué te crees que soy una aspiradora que puedes dejar en un rincón cuando te apetezca?, ¿o una cafetera que le das a un botón y ya está, sale cafe y cuando acaba la apagas?
– Cristobal: No…
– Arturo: ¿No?
– Cristobal: Tranquilo, para, ya se nos ocurrirá algo.
– Arturo: Eso espero…

El reloj que lleva en la muñeca Cristobal empieza a vibrar y a sonar, se supone que ese es el momento que marca el comienzo de sus clases. Se le había ido completamente de su cabeza, como una premonición las últimas palabras que le dirigió el Rector de la universidad vuelven a sonar en su cabeza, lo último que quiere es que le despidan.

– Cristobal: Luego, seguimos hablando, en un par de horas estaré aquí te lo promote, no va a ser como la última vez que estuviste toda la noche esperando.
– Arturo: De acuerdo, aquí estaré.

Se despiden, ambos sabiendo que están metidos en un lío. Cristobal sale del sótano con las mismas prisas con las que entró, y apenas se fija en nada ni nadie hasta que con una carrera interminable se encuentra delante de toda su clase, apenas ha llegado cinco minutos tarde, pero en esos cinco minutos le ha dado a sus más de 100 alumnos a montar un alboroto ensordecedor. Como suele pasar en estas ocasiones, todos tratan de hablar más alto que todos los demás, para así poder ser escuchados por el resto, y al final en realidad lo que pasa es que nadie se entera de nada, ni siquiera los desafortunados que tienen la mala fortuna de estar al lado de esos que les gritan. Parece que nadie se ha dado cuenta de que ni siquiera está allí ya, y por más que grita y grita que se callen, nadie le hace caso, tanto es así que pasa de profesor a ser un espectador de lujo de la juerga que tienen montada sus alumnos. Está a punto de perder la paciencia, tirar el borrador contra la pizarra con todas sus fuerzas para a ver si así alguien le hace de una vez caso, pero justo antes de que eso pase, a punto de que se le escape el borrador de las manos, oye algo que le causa escalofríos, uno de sus alumnos se está peleando contra otros tres o cuatro, diciendo que ayer vio un robot, jurando que es verdad mientras el resto se parte de risa de él e intenta hacerlo pasar por loco. Debe de estar mirándolo muy fijamente, porque de repente ese alumno se da cuenta de ello y le grita “¿a que es posible?, ¿a que existe la inteligencia artificial?”

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