Al verse se dan la mano, se saludan como buenos amigos, no como medio-amigos, y ambos pasan rápidamente al salón, donde siguen con la conversación que dejaron provisionalmente en suspenso la última vez que se vieron.

– Camello: No me lo digas, me has traído el dinero.
– Arturo: Justo.

Saca de su bolsillo el fajo de dinero que llevaba guardado, un fajo que más bien son 6 billetes redoblados, si es un fajo no es por la cantidad, sino por la calidad. La empleada del banco, esa que recibe atracadores con exactamente el mismo aplomo que recibe clientes, hizo bien su trabajo y la mayoría del dinero que Arturo se llevo en los bolsos son de 500 euros.

– Camello: A ver, ¿qué es eso que me traes?
– Arturo: Cuéntalo, está todo.

Le entrega el dinero casi golpeando la mano de su medio-amigo, que lo esperaba con la palma de la mano medio abierta, indicando el lugar donde debía dejarlo. Una vez lo tiene en ella, se para a mirarlo, son billetes todos nuevos, sin una mancha, casi sin una arruga, tienen todavía esa textura que indica que han pasado por pocas manos, duros, brillantes. Toma el primero como muestra y lo pone a contraluz, haciendo que el sol intenso de la tarde lo atraviese, eso hace que en él reluzca la marca de agua, signo inequívoco de que es auténtico. Luego los cuenta, luego los vuelve a contar por si acaso, son sólo seis billetes, por lo que tampoco tarda mucho en hacerlo ese par de veces, y cuando acaba de hacerlo continua la conversación.

– Camello: ¡Enhorabuena!, si te soy sincero llegué a pensar que después de todo te ibas a echar hacia atrás.
– Arturo: ¿Cómo me iba a echar atrás?, ¿todo correcto, no?
– Camello: Todo correcto. ¿Te has pensado y has traído el resto de las cosas que te dije?
– Arturo: Claro, mira en este sobre te traigo todo.

Ese sobre, es el que Arturo había preparado momentos antes de cometer el atraco, en él está todo lo que su medio-amigo le había pedido la última vez que hablaron. Hay un nombre y unos apellidos, que será el que oficialmente pasará a tener como humano y una fotografía, la primera fotografía que se había hecho en su vida, también momentos antes de cometer el atraco en un fotomatón del centro.

– Camello: Me vas dando las cosas por fascículos.

Abre el sobre y vuelve a examinar detenidamente su contenido. Básicamente, un trozo de papel con un nombre y apellidos y cinco fotos en linea, algo descoloridas.

– Camello: Raul Giménez Segura, ¿así es como te quires llamar?
– Arturo: Sí, ese es mi nombre, no es que me quiera llamar así, así es como me han conocido toda mi vida en Colombia.
– Camello: Las fotos son buenas, ¿de fotomatón verdad?
– Arturo: Déjate de ironías, me cruce con uno por el camino y decidí pasar a hacérmelas, ¿te valen no?
– Camello: A mi sí, claro que sí, y supongo que a los que tienen que hacerte el DNI y el pasaporte también.
– Arturo: ¿Cuando lo tendré?
– Camello: Pues no lo sé, pero esas cosas no suelen tardar mucho, una vez que ya los has avisado pues tendrán ya todo preparado. No te preocupes, te aviso en cuanto los tenga.
– Arturo: ¿Pero cuando va ser eso?, ¿en una semana o así?
– Camello: Ya te dicho que no lo sé, y te vuelvo a decir lo mismo, en cuanto los tenga te aviso. ¿Algo más?
– Arturo: No, ya me voy.
– Camello: Si es por el dinero, te puedo fiar algo.
– Arturo: Que no, que no, que ya me voy.
– Camello: Lo dicho, te aviso.

Cuando sale por la puerta, tiene el tiempo justo para volver al bar donde trabaja, otra vez tiene que caminar a toda prisa como antes, otra vez le toca ir esquivando peatones, pero con una gran diferencia, está vez ha dejado todo la ilusión atrás, y todo lo que hace a partir de eso momento es sin ganas, ya no sonríe, tampoco es que le apetezca pasarse lo que le queda de día en el restaurante, pero tampoco es que le quedan muchas más opciones.

Al restaurante llega el primero como de costumbre, el único que está es Tomás y la escoba y fregona que hay esperándole en la puerta de la cocina. Al verse se dirigen un saludo frío, típico saludo entre el que se sabe explotador y el que se sabe explotado, y sin esperar a que nadie se lo diga se pone a barrer el restaurante como de costumbre.

Ha sido un día movido, cuando se despertó decidió que iba a atracar un banco y para la hora de comer ya lo había atracado y tenía 100.000 euros debajo del colchón de su cama. También le había dado tiempo de arreglar lo del pasaporte y el DNI. Y para rematar, pues no había faltado a trabajar, como es costumbre, salvo por la vez que fue detenido y a punto estuvo de ser desconectado. Ha estado tan ocupado, que ni siquiera le ha dado tiempo a acordarse de todos los problemas que tiene, bueno, en realidad, del problema muy gordo que tiene, se supone que la policía lo está chantajeando a través de Ernesto para que se entregue. Entre barrido y barrido, se pregunta si volverá hoy a tener noticias de ellos, o si en cambio volverá a ser otro día de esos aburridos en que nada pasa y se pasa el tiempo mirando el reloj de la pared de la cocina para ver primero cuantos horas le quedan para irse, luego cuantos minutos, y al final de la noche segundos. Le gustaría que no pasase, ninguna de las dos cosas.

Cuando lleva un rato, van llegando el resto, pronto se forma el típico corrillo de fumadores en el patio, y cuando Arturo acaba de hacer lo que tiene que hacer, pasa a formar parte de él. Hoy aunque nadie lo sepa, es la estrella de la conversación, todos están hablando del atraco al banco.