Tras guardar el dinero donde todo el mundo lo hace, cuando no puede meterlo en el banco, debajo del colchón, sale de casa con la parte que necesita para pagar a su medio-camello, medio-amigo.

Puede que sea un robot y lo de las emociones le deba de ser algo ajeno, pero se siente feliz, tan feliz que como siga estirando la sonrisa va a romper la careta de goma que le cubre la cara. Camina hacia la casa de su medio-amigo, medio-corriendo, medio-caminando. Está tan excitado que cada cuatro pasos pega un par de zancadas de carrera. Va tan rápido, que en una ciudad como Madrid donde siempre las aceras están llenas, parece un jugador de rugby, esquivando a cada uno de los peatones como si fuera un jugador del otro equipo que intenta detenerle.

Tan rápido, tan excitado, y tan feliz, que cuando llega a la casa de su medio amigo se le ha olvidado lo más importante, avisarlo de que va a ir. Todos los camellos utilizan un lenguaje especial, a ninguno le gusta que le hablen por teléfono, o le escriban preguntándole por mariguana, a todos hay que preguntarle por otra cosa, que significa eso, y que las dos partes han convenido es lo correcto de decir. En el caso de su medio-amigo, hay que escribirle un mensaje preguntándole por los cuadros, lo correcto es “¿has acabado el cuadro para enseñarlo?”, si responde “sí, ven” es que puede ir a su casa y podrá comprar mariguana, si responde “no, todavía no lo he acabado, tienes que esperarte…ya te aviso.” es que no debe de ir a su casa, porque no va haber nada. Del error se da cuenta instantes antes de llamar al timbre del portero, milímetros antes de que la yema de su dedo se vaya a apoyar sobre el botón, y justo cuando va a hacerlo, se queda paralizado, por culpa de la idea que de repente a atravesado sus circuitos.

Puede parecer algo estúpido, que debería llamar al timbre como hace todo el mundo cuando va a ver a un amigo. Pero no es tan estúpido, cuando el timbre al que se llama no es de un amigo, sino de un medio-amigo, porque entre los medio-amigos existen reglas que no pueden romperse, son esas reglas las que mantienen la medio-amistad viva. Los amigos, son amigos, precisamente porque entre ellos no existen normas tan importantes que puedan acabar con su amistad. Así que, aunque iba desbocado hacía su objetivo, si hubiera podido compararse con algo, hubiera sido con un coche cayendo colina abajo sin frenos y finalmente cayendo por un precipicio, que era el portero, se para. Se para, escribe el maldito mensaje mientras los maldice, y espera. Espera sentado en un banco que hay justo delante de la casa de su medio-amigo, tan nervioso que no cada cinco minutos, ni cada dos, cada diez segundo saca de su bolsillo el móvil y comprueba si le ha contestado. Es la viva imagen de un yonky esperando que su camello le traiga su dosis, sólo que en su caso, no es eso lo que le pasa, aunque el resto de los factores si que sean los mismos.

El tiempo pasa despacio, muy despacio, y el teléfono no suena, no suena. Menos mal, que cuando lleva un rato sentado en el banco un coche golpea a otro. Uno de los conductores al ir a aparcar a dado marcha atrás, pero el que iba detrás suya ha sido más rápido y le ha quitado el sitio metiendo el morro, algo que no se esperaba el desdichado conductor que lo ha golpeado. El espectáculo podría considerarse como lamentable, pero a él, le alegra la espera, entre ambos conductores se lanzan insultos de todas clases, y hasta hay un momento en que uno de ellos se baja del coche amenazando con llegar a las manos. En ese momento es cuando todo vuelve a la normalidad, porque el otro se marcha, justo el que ha dado el golpe. Podría parecer que valorando friamente las cosas, han quedado en empate, uno se ha quedado con el sitio y el golpe, y el otro sin el sitio y sin el golpe. Pero cuando Arturo piensa más detenidamente lo ocurrido se da cuenta de que siempre pasa lo mismo, los malos les buscan las cosquillas a los buenos, que sin comerlo ni beberlo se acaban metiendo en líos por su culpa, y al final, por no meterse en más, y por culpa de ser buenos, acaban cediendo, y con lo único que se quedan es con la culpa para aquellos que no sean capaz de verlo así, o no quieran.

Luego, como si todo hubiera sido previamente organizado, cuando la calma vuelve a la calle y ha debido de esperar lo suficiente, su teléfono suena. Se vuelve a acordar de lo que tenía que hacer, y la sonrisa vuelve a aparecer en su cara, haciendo que se esfumen los nervios que había en su lugar. Es su medio amigo, que le dice “ven, acabo de llegar a casa”. No sabe como ha podido llegar a casa, sin que él lo haya visto, cuando lleva sentado un buen rato delante de ella, sin embargo, no es lo que ahora más le preocupa y se lanza al portero recuperando la misma inercia que antes le había llevado hasta él.

Al pulsarlo suena ese sonido característico y tan difícil de imitar de un portero, ese sonido eléctrico que dura lo misma que dura el dedo sobre el botón del portero. Sonido que pasados unos segundos, es contestado con otro, de similares características pero que significa algo completamente diferente, que el que está al otro lado del portero está vez está pulsando el botón que sirve para abrir la puerta.

La espera ha merecido la pena cuando ve a su medio-amigo esperándole en la puerta con la misma sonrisa que el lleva en la cara. Sabe que todo va según lo planeado.