Tres mil euros pueden no parecer nada para aquellos que tienen la suerte de permanecer a la clase media. Tres mil euros es lo que puede costarse un capricho caro, como irte de viaje a un sitio lejano, comprarte un ordenador muy bueno, o ponerte un implante en la boca. Tres mil euros no son nada para aquellos que pueden permitírselos, para los que tienen un trabajo fijo, o aún mejor, son ricos. Pero para el resto son todo un mundo, para aquella esa inmensa mayoría que vive con trabajos inestables, en el mejor de los casos, cuando no hace años que están en paro y viven de la caridad de aquellos que los soportan, incluso hay otros que trabajan literalmente como esclavos, pues lo que ganan apenas les llega para su manutención, comida y casa.

De entre todos esos, Arturo pertenece a ese afortunado grupo, es de aquellos que supuestamente tienen trabajo, porque no hay ningún contrato que afirme esa suposición, un trabajo pagado en dinero negro con el que apenas es capaz de pagar sus necesidades básicas. Para él, conseguir los tres mil euros es todo un problema. Cada vez que recibe la paga diaria que recibe del restaurante no le salen las cuentas, no hay forma de que en tampoco tiempo, ni tampoco en el transcurso de diez años, sea capaz de ahorrarlo. Ya han pasado dos días desde que vio a su medio amigo, entero camello, y tiene que tomar una decisión, necesita el dinero cuanto antes si quiere seguir adelante con su plan.

La decisión la está meditando a las puertas del lugar que cree que tiene la solución, de él no hace más que entrar y salir gente con dinero, así que dinero, lo que es dinero, tiene que tener pero que un montón. Lleva un buen rato tocando el pasamontañas que tiene en el bolsillo, de vez en cuando también acaricia la afilada hoja del cuchillo carnicero que lleva en el otro, y que robó justo ayer del restaurante, todo lo contrario de lo que pudiera pensarse le tranquiliza el hacerlo, le hace reafirmarse en su decisión, hace poco tomada, de atracar un banco.

En realidad no sabe a lo que está esperando, podría haber pasado hace un buen rato, pero como al que le suena el despertador demasiado pronto por la mañana siempre acaba pidiendo cinco minutitos más. Cinco minutitos más viendo pasar y salir gente de dentro, cinco minutitos más antes de que pierda la calma para ya no saber cuando la volverá a recuperar. Mira el reloj de su muñeca, y ya es imposible retrasarlo más, son la una y media pasadas del medio día, y a este ritmo, van a cerrar antes el banco que él lo atraque. Así que se levanta tranquilamente del banco que está justo en enfrente del banco que va atracar, lo hace sin prisa, sabiendo de sobra que su destino lo está esperando y no va irse a ninguna parte, que tarde lo que tarde allí lo estará esperando. Son apenas veinte pasos los que lo separan del banco, y degusta cada uno como si fuera el último que fuera a dar.

Cuando le quedan pocos pasos para llegar a la puerta del banco se pone su pasamontañas, lo hace con la misma tranquilidad con la que está caminando. Con la misma tranquilidad abre la puerta del banco, y con lo que se encuentra es con la misma imagen que se encuentra todo el mundo cuando va a uno de ellos, y más si lo hace a esas horas, en las que parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para hacer la misma cosa, pero que en realidad demuestra que todo el mundo ha dejado lo más importante para lo último. Hay largas colas ante cada una de las ventanillas del banco, en las que la proporción de jubilados es abrumadora, ellos, los que llevan media vida funcionando con cartilla, necesitándola para cada una de las operaciones, y para los cuales el internet es todavía pura brujería, no saben como funciona, apenas lo han intentado, y les da igual no saberlo. Nadie absolutamente nadie, aunque parezca raro se ha percatado de lo que lleva en la cabeza, todos siguen haciendo lo que estaban haciendo antes de que el llegase, unos atienden al público, unos pocos afortunados son atendidos y el resto mira impaciente a los que atienden para que se den prisa y llegue pronto su turno.

Mira a su alrededor para escoger cual será su víctima, a alguien tiene que amenazar con el cuchillo para conseguir que le den el dinero que necesita. No sabe por quien decidirse, todos les parecen igual de inocentes para tener que hacerles pasar el mal trago de tener un cuchillo en el cuello. Así que coge el que más a mano tiene, al que de todos está más cerca, y como es lógico coge a uno de esos que es parte de la mayoría, uno de esos jubilados que hoy ha decidido ir con su querida cartilla al banco. Lo engancha por la espalda y del pecho con todas sus fuerzas, le pone el cuchillo en el cuello, es ese momento es cuando la gente se percata de su presencia, el resto lo hace cuando pega cuatro voces diciendo quien es y lo que quiere.

– Arturo: ¡Quieto todo el mundo! ¡Esto es un atraco!

Es decirlo, y una alarma empieza a sonar, tan fuerte que casi le aturde, bloquea sus sentidos, por un instante casi pierde la noción de donde está y lo que está haciendo. Aparte de la alarma se oyen gritos por todas partes, lloriqueos. Todo es un caos y eso que apenas si acaba de empezar el atraco.

Arrastra a su víctima entre ese tumulto, por donde pasa la gente se aparta de él con miedo, le hacen un pasillo por el que fácilmente se dirige a una de las ventanillas. Hasta ese momento, parece que el que mejor está sobrellevando el atraco es su rehén.