Al menos, no le dijo que no. Quedaron en que la próxima vez que fuera a verlo volverían a hablar sobre ello, es entonces cuando le diría si podría o no. Aparte, sería el momento en que le confirmaría el precio, por ahora se tenía que confirmar con una cifra aproximada 3.000 euros, que por supuesto no tiene, aunque con el tiempo suficiente podría llegar a ahorrarlos, es lo bueno que tiene no comer. Con lo que gana en el restaurante le da para pagar la habitación y le sobran unos doscientos euros al mes que guarda precisamente para este momento.

La vida desde que se escapó de la tiranía del grupo de Estefanía y empezó a vivir en una habitación se ha convertido en algo monótono. Se puede resumir en dos tipos de actos, trabajar y estar en casa. O mejor dicho, trabajar para poder estar en casa. Tampoco hace falta decir que en el trabajo es siempre lo mismo, limpiar y más limpiar, para luego limpiar un poco más, y si todavía queda algo tiempo con el que poder explotarle y se animan a dejarle, pues de vez en cuando echa una mano como camarero. Pero, ¿de qué va a quejarse? sabía antes de ir ya de sobra lo que había, no es que no supiese con lo que se iba a encontrar, aunque haya cambiado de rostro y de cuerpo, sus funciones siguen siendo las mismas, el que vale para un roto lo mismo que para un descosido, todo el mundo en el restaurante tiene asignada una función fija menos él, que menos cocinar, tiene que hacer de todo. Por otro lado, vivir en un piso de humanos si que está siendo toda una experiencia nueva para él, vive con otras cinco personas, dos mujeres y otros tres hombres. Y ha descubierto algo de lo que no está sorprendido, por lo que más bien lo ha confirmado, las peleas entre los seres humanos son siempre igual de absurdas que ellos, siempre se discute por lo mismo, por la limpieza, por quien limpia más y quien limpia menos, por quien ha dejado las migas encima de la mesa, por quien ha dejado los pelos en el lavabo después de afeitarse, por quien fue el último que pasó la escoba. Ni siquiera existiendo un cuadrante que asigna las funciones semanalmente a cada uno se es capaz de vivir en perfecta armonía, y para él esa sigue sin ser realmente la solución, la paz llegará cuando todos cumplan con la máxima de que no es el más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia.

Hoy está convencido que será otro de esos días en que no pasa nada, de los que ya lleva muchos. Mientras pasa la fregona en el restaurante hace como que bosteza, lo ha aprendido de sus compañeros, siempre lo hacen cuando están aburridos. Tiene que copiar cada uno de los aspectos de su comportamiento, incluso esos que están socialmente mal vistos si se quiere hacer pasar por uno de ellos. Cuando acaba, va a la cocina y empieza con el trabajo realmente duro, de momento limpia la cocina hasta que empiecen a llegar los platos. Que como es habitual no tardan mucho en llegar, siempre lo hacen poco después de que lleguen los primeros clientes, y así cada vez como más y más intensidad hasta que llega un momento en que todo lo que puede hacer es fregar un plato tras otro, un cubierto tras otro, un cacharro tras otra, como si fuera la máquina que realmente es.

Pero luego también siempre pasa igual, conforme los clientes van desapareciendo los platos cada vez llegan con menos intensidad. María y Genaro si salen a fumar un cigarro y a él le toca en esas ocasiones dejar la cocina para pasar a servir los postres. No es algo demasiado complicado, en la mayoría de los casos consiste en agarrar una bola de helado de una tarrina, ponerla en un plato, y luego añadirle caramelo y nata montada por encima. Es el único momento de su trabajo en que puede dar rienda suelta a su creatividad, aunque ésta se resuma en la cantidad de nata que hecha, o en la forma en que la echa sobre el plato.

En esos momentos siempre hace lo mismo, se siente nervioso por si otro igual que Estefania le descubre. Ya ha tenido suficiente de grupos extraños, ahora quiere vivir solo, y no sólo eso, quiere que aquellos que forman parte de ellos lo dejen vivir en paz. Sale con su bandeja con la cabeza gacha como intentando evitar que nadie lo reconozca, con su bandeja llena de halados y de flanes, llena de helados y de flanes cargados de nata. Y nada más empezar a caminar por el salón del restaurante donde están sentados los clientes siente que algo no va bien, que lo están observando, disimuladamente levanta la cabeza y enseguida ve cual es el motivo de esa sensación. En una de las mesas del restaurante está Ernesto, exactamente igual que siempre, con esa apariencia de español cogido del montón, con su bigote, con su brillante calva, con su barriga, y como no, con su camiseta del Real Madrid, esa que lo convierte en uno más de las pocas sectas que admite el mundo moderno como no peligrosas, la del futbol, el resto son religiones, esas que necesitan tanto de los pobres como los ricos de ellos, los uno explotan sus cabezas y los otros sus cuerpos.

No sabe que querrá pero está convencido de que no puede ser algo bueno, no le quita el ojo de encima, seguro que está simplemente esperando el momento adecuado para interceptarlo y desvelarle el motivo de su visita. Decide que en cualquier caso lo mejor es disimular y esperar a que ese momento llegue, sigue sirviendo sus helados en las mesas, hasta incluso llega el momento en que sirve la propia mesa donde está el mismo Ernesto sentado.

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