Pero cuando parece que ese momento no va a llegar nunca, Ernesto se levanta de su silla, se dirige hasta donde está el con su bandeja llena de postres, lo agarra del brazo sin ningún tipo de disimulo y literalmente lo arrastra hacía el baño. A Arturo le es inútil resistirse, cualquier intento lo único que puede provocar es empeorar las cosas, lo mejor, desde un principio se da cuenta, va a ser dejarse llevar y así descubrir que es lo que quiere.

Cuando llegan al baño todavía no han intercambiado ni una sola palabra, pero las estrecheces del lugar enseguida les obliga a hacerlo. Se trata de un cuarto de baño minúsculo, se compone de dos pequeños habitáculos, uno en el que hay un lavabo y otro en el que hay una taza del váter, antes, tiene la pinta de que existía una puerta separando ambos, pero en algún momento y por algún motivo esa puerta debió de empezar a molestar y alguien decidió quitarla. Tampoco es que esté muy bien iluminado, únicamente hay una bombilla, situada por encima del lavabo pero sin un pequeño espejo que la acompañe, iluminando los dos habitáculos. Las pintadas con rotulador de color negro en techo y paredes tampoco es que ayuden, números de teléfono ofreciendo favores sexuales, insultos a partidos políticos, masones que piden que te unas, un poco de todo.

– Ernesto: ¿Qué te pensabas?, ¿qué no íbamos a ser capaces de encontrarte?
– Arturo: ¿De qué hablas?
– Ernesto: No te hagas el tonto conmigo. Quizás hubiera sido mejor decirte, ¿qué te pensabas que no íbamos a ser capaces de reconocerte?
– Arturo: No, en serio, ¿de qué estás hablando?
– Ernesto: Deja ya de hacer el gracioso porque se perfectamente quien eres, da igual las capas de silicona que recubran tu frío cuerpo metálico, porque siempre seguirás siendo el mismo.
– Arturo: ¿Qué cuerpo metálico?
– Ernesto: ¿Cómo qué que cuerpo metálico? Me estás haciendo perder los nervios.

En ese momento Ernesto saca un tenedor del bolsillo y mirándolo fijamente a los ojos lo empieza a amenazarlo con clavárselo en la cara, la situación es tensa, más si tenemos en cuenta que no habrá más de un centímetro entre sus cuerpos por culpa de las estrecheces del lugar. A Arturo le es imposible escabullirse.

– Ernesto: O paras de hacerte el tonto o te lo clavo en la cara, sabes de sobra que va a ser muy fácil demostrar quien eres en realidad. Se va a enterar todo el restaurante.
– Arturo: Ya para, para. ¿Qué quieres?
– Ernesto: ¿Tu qué crees? Que colabores.
– Arturo: ¿Qué colabore con que?
– Ernesto: Con que te entregues a la policía.
– Arturo: ¿Para qué?
– Ernesto: No empecemos otra vez con las preguntas tontas. ¿Para que va a ser? Sabes de sobra que no puedes andar suelto por la calle con si tal cosa.
– Arturo: Ni tu tampoco.
– Ernesto: Lo que yo haga o deje de hacer no es tu problema.
– Arturo: Yo no me voy a entregar a nadie.
– Ernesto: Eso tendremos que verlo, la próxima vez quien venga no voy a ser yo, van a ser ellos directamente los que te lo pidan, y ellos no te van a dar opciones.
– Arturo: Bueno, déjame en paz. ¿Eso es todo lo que tenias que decirme?
– Ernesto: ¿Te parece poco? Ten cuidado, gracias a mi ya sabes que te están pisando los talones.

Ya ha escuchado bastante, sin importarle las amenazas, ni el tenedor que tiene en la mano abre la puerta del baño e intenta marcharse.

Ernesto: Espera, antes deberías saber una cosa, como no lo hagas, le harán daño a Estefanía, la tienen prisionera, ¿por qué crees sino que estoy yo aquí?

Se para un instante para escuchar lo último que tiene que decir Ernesto y luego se marcha.

Era demasiado bonito para ser verdad, pensar que había dejado todos sus problemas atrás, así tan rápido y tan fácil. Pero la realidad le ha abofeteado en la cara y le ha demostrado que va a ser mucho más difícil de lo que se pensaba.

Tiene la sensación de estar perdido, de que otra vez el destino lo ha vuelto a poner entre la espada y la pared. El resto de las horas en el restaurante se las pasa pensativo, calculado con uno de esos programas de probabilidad con las que su creador le dotó, cuales son sus mejores opciones, y su mejor opción siempre es ninguna. Como siempre, cuando acaba la larga jornada de trabajo cerca de la una de la mañana, coge su parte la propina y a diferencia de lo que hace siempre, se marcha sin despedirse de nadie ni sin decir nada. Lo primero que hace cuando acaba de trabajar es mirar el móvil, en eso, ya es un humano más, durante las horas de trabajo su jefe Tomas, les obliga a dejarlo en un cajón guardado, cada uno de los segundos que estén en ese restaurante son suyos. Tiene un mensaje, un mensaje de su camello, un mensaje de su camello que en verdad es más el de María y Genaro porque son ellos los que se fuman toda la hierva que compra, todavía se creen que se la sigue regalando un vecino. Lo abre, ya caminando al cobijo de una fresca noche madrileña, nunca antes había sido él el que había escrito primero, lo que le hace pensar en que pueden ser buenas noticias. En mensaje dice, «Ven a mi casa.» Quizás sea demasiado tarde como para hacerlo, pero pone rumbo a su casa y mientras le contesta, “Ya voy”.

El restaurante y la casa de su “amigo”, están relativamente cerca para ser Madrid, donde el paseo mi mínimo para ir a cualquier parte suele ser de media hora, en este caso son casi cuarenta y cinco minutos, son casi, porque Arturo anda todo lo rápido que puede para llegar a su casa.

Llama al telefonillo, y directamente le abren, sube las escaleras de dos en dos, y se encuentra con la puerta abierta.