Como buen robot que no necesita descansar se pasa la noche en vela, pero eso no significa que se pase la noche dando vueltas arriba y abajo de la habitación o viendo la tele, se pasa la noche soñando despierto, igualito a lo que hacen los humanos antes de dormir cuando la vida les sonríe, en caso contrario toca con tener pesadillas despierto. Parece que ha sido capaz de rápidamente reordenar su vida, volver a encauzarla a lo que es su primer y principal objetivo, Julia. Se ha imaginado como sería la vida juntos y con esas expectativas se ha levantado con una sonrisa de oreja a oreja, igual que con la que se metió en la cama.

El sol que entra por la ventana brilla con fuerza e ilumina las motas de polvo que flotan caóticamente por la habitación, mira el despertador digital que hay en la habitación del hotel y marca las diez y cuarto, sin duda es ya el momento de seguir progresando en su plan. Se lava la cara en el baño, sonríe al espejo, se sacude con las manos la misma ropa con la que se ha acostado, esa misma ropa con la que trabaja de camarero y sale por la puerta.

Ya en la calle se pregunta que es lo que primero necesita, y la respuesta le llega rápido cuando ve todos los humanos caminando con uno de ellos en su mano, necesita un teléfono móvil sólo a través de él va a ser capaz de encontrar una habitación. Mira a su alrededor y en cincuenta metros hay al menos tres tiendas en las que los vende. Se para delante del escaparate de una de ellas, mira los teléfonos, mira su precio, mira el dinero que le queda en el bolsillo, y se decide por uno de ellos. Cuando entra en la tienda enseguida lo atienden, ha tenido suerte y es el único cliente que hay en ese momento.

– Tendero: Hola, ¿en que puedo atenderle?
– Arturo: Pues estaba buscando un teléfono móvil.
– Tendero: ¿Tenías alguno pensado?
– Arturo: Sí, ese.

Y señala con su mano ese que está en el escaparate y que a su juicio se ajusta a su presupuesto.

– Tendero: ¿Ese? es una magnífica opción, lo tenemos justo ahora en oferta.
– Arturo: Por eso lo he elegido.
– Tendero: ¿Va a pagar con tarjeta o en efectivo?
– Arturo: En efectivo.

La transacción ha sido rápida, limpia, sin inconvenientes. Se para en un banco, saca el teléfono, y cuando se ve con él en su mano se siente por primera vez seguro desde que la policía lo encerrase y escapase, ahora si que parece uno de ellos, ahora si que aparenta completamente ser un humano, sólo tiene que caminar mirando constantemente hacía a él y no por donde camina para que nadie descubra que es un robot. Lo enciende, pone el número pin que le viene en la caja, y lo siguiente que hace es abrir el buscador de internet, en el que pone alquiler de habitación en Madrid. Rápidamente le aparecen un millón de páginas, así que para no liarse sigue el orden en el que aparecen. En la primera website ya tiene un montón de opciones, cientos de habitaciones con diferentes precios. Calcula mentalmente lo que gana mensualmente y la conclusión a la que llega le hace estremecerse, no se puede permitir ninguna de las que aparecen. Menos mal, que en la misma website hay un formulario que sirve para clasificar las habitaciones por precio, y decide ordenar los resultados de menor a mayor precio. Ahora, si que se puede permitir las que primero aparecen, aunque menos mal que gracias a ser una máquina no tiene la necesidad de comer, sino su dieta se iba a convertir en algo demasiado monótono y aburrido. Apunta el número de teléfono de la primera que aparece en la lista y que tiene el honor de ser la más barata y la llama. No responde nadie. En ese momento se acuerda de que la aplicación más usada por los seres humanos es una de mensajería instantánea y la abre, esta vez le deja un mensaje “hola, ¿sigue la habitación libre?”, y lo mismo hace con la segunda que aparece en la lista, y con la tercera, y con la cuarta, y con la quinta…y con todas las que ve que a su juicio puede permitirse, sin importarle la zona, ni el tamaño de la habitación, ni si tiene ventana o no, ni nada de nada, sólo quiere un lugar donde dejar sus cosas y mantener las apariencias. Pero tampoco responde nadie, se levanta del banco y se va a caminar un rato.

Allá a donde va, hay algo que siempre hay, tiendas, tiendas y más tiendas, de ropa, de zapatos, de móviles, de patinetes, todo se puede comprar hasta eso que se parece tanto al amor pero que sólo dura unos minutos. La vida es gastar dinero, ser humano es gastar dinero, entonces no puede ir siempre con la misma ropa ni con los mismos zapatos. Si quiere ser un ser humano tiene que empaparse de su espíritu consumista. Es así como funciona la sociedad humana, los humanos ganan dinero para luego gastarlo.

Aburrido y sin nada que hacer, vuelve al mismo sitio donde robo su primer atuendo de camarero, esta vez decidido a pagar por aquello que se lleve. Agarra otra camisa blanca y se va con ella al mostrador, con el pecho hinchado, erguido, orgulloso de hacer lo que está haciendo, ya es uno más, tiene un trabajo y dinero, ya no le hace falta robar.

– Cajero: Son 20 euros.
– Arturo: Perfecto.
– Cajero: ¿Quiere bolsa?
– Arturo: Sí, ¿por que no?
– Cajero: Pues son otros veinte céntimos.
– Arturo: Pues entonces no.

Ahora tiene dos camisas blancas, se pregunta si alguien en el restaurante se dará cuenta del cambio cuando hoy vaya con ella. Mira la una y mira la otra, son casi idénticas, no terminando de entender muy bien el porque de lo que ha hecho, ¿para que quiere dos si con una le vale?