Uno a uno van entrando en la caja fuerte, en fila india, pasando uno detrás de otro al lugar donde esperan que sus vidas se normalicen. Arturo, tiene ganas de darse le vuelta y de salir corriendo, pero en lugar de eso hace todo lo posible por controlarse, y continua caminando como el resto, tratando de pensar algo rápido, sabe de sobra que una vez dentro le va ser muy difícil escabullirse, siempre va a estar atentos a que hace, y más, si tiene en cuenta que ha sido el único al que no le ha parecido buena idea esconderse durante tanto tiempo.
De repente, como la luz de un rayo que ilumina su cerebro, o más bien como una sobrecarga del procesador que le nutre de ideas, se para justo antes de pasar por la puerta de la cámara acorazada. Se agacha, y se ajusta un par de tornillos que sobre salen de su tobillo derecho, después vuelve a hacer exactamente lo mismo con otro par de tornillos que sobresalen de su tobillo izquierdo. Todo lo hace de una forma tan natural o normal, que ninguno de los que caminan con él parece haberse dado cuenta. Esos segundos parado, han hecho que sea el único que se haya quedado fuera de la cámara acorazada, el resto ya ha pasado dentro.
Cuando vuelve a levantarse y los mira, ellos están haciendo lo mismo, mirándolo, esperando que pase y los acompañe. Pero nada de eso ocurre, agarra la puerta de la caja fuerte y con todas las fuerzas que transmiten los pistones mecánicos de sus brazos, la cierra de un portazo en menos de lo que tarda un abrir y cerrar de ojos. ¡PLAS! Suena un golpe seco que se retumba por toda la fábrica. Los ha encerrado dentro, y no sabe si serán capaces de salir algún día de dentro, pero de lo que está seguro es que van a tardar un buen rato en salir en el caso de que sean capaces de hacerlo.
Mientras se da la vuelta y vuelve por el mismo pasadizo estrecho que lo ha llevado hasta la caja fuerte, oye como los que se han quedado encerrados la golpean, como gritan su nombre y algunos hasta lo amenazan de muerte en caso de no volver a abrirla. Pero le da igual lo que le digan, por nada en el mundo volvería a abrirla.
Va directo a hacer lo que ya hizo una vez. Y está vez en algo menos de tiempo, no pasarán más de un par de días, cuando de nuevo tiene apariencia humana. Ha cambiado completamente su aspecto, aunque sigue aparentado ser un hombre joven y lo suficientemente atractivo como para conseguir su objetivo. Además, ha aprendido una importante lección, estar solo, lo que muchos lamentan como algo que te amarga la vida, no es más que la única forma de ser realmente libre, la soledad es sinónimo de libertad. Se viste con la ropa de trabajo, y se dirige al mismo restaurante donde antes trabajaba, sabe de sobra que al menos uno necesitan para ocupar el lugar del viejo Arturo.
Aparece en el restaurante más o menos a la misma hora que apareció el primer día que le contrataron, no ha sido premeditado, ha sido cuestión del azar. A eso tenemos que añadir, que lo hace con exactamente la misma ropa que llevaba Arturo lo última vez que apareció por allí, de eso habrán pasado solamente un par de días, por eso cuando Tomas lo vuelve a ver aparecer su cara es todo un poema, entrecierra los ojos, como el que no acaba de creerse algo que está viendo con ellos, clava su mirada en él, y antes de que a Arturo le de tiempo a decir nada le llama por su antiguo nombre.
– Tomás: ¿Arturo?
– Arturo: No, yo soy Raul, venía buscando trabajo.
– Tomás: Pues eres igualito al camarero, bueno friega platos, que teníamos hasta hace un par de días, llevas su misma ropa, y de alto juraría que sois exactamente iguales.
– Arturo: Casualidades.
– Tomás: Supongo. Pues la verdad, que ese mismo camarero que se parece a ti lleva un par de días sin venir, así que, si quieres quedarte, esperamos un par de horas, y sino no viene, el trabajo es tuyo, ¿qué dices?
– Arturo: Por mi no hay problema.
– Tomás: Mira, ve cogiendo la escoba empieza a barrer, venga o no venga, eso voy a pagártelo.
Arturo: Entendido.
Disimula como puede, y empieza a mirar por todas partes tratando de encontrarla, aunque sabe perfectamente donde está, cuando lleva así un rato Tomás se da cuenta y le avisa.
– Tomás: Está en la cocina, pasa por esa puerta de allí, y a mano derecha hay un pequeño armario, mira dentro.
– Arturo: Perfecto.
Al menos, ya vuelve a tener trabajo, ha retomado su vida por donde la dejó, aunque lo haya hecho con otro nombre y otro aspecto. Por lo que ve en la cocina cuando pasa, tiene pinta de que le han echado de menos y mucho, todo está patas arriba, los platos que hay acumulados en el fregadero van a llegar al techo, no hay sartenes ni hoyas limpias, el suelo está lleno de restos de comida, hasta alguna colilla de cigarro. Pero se limita a hacer lo que le han dicho, coge la escoba y se pone a barrer la parte de afuera del restaurante.
Mientras lo hace, empiezan a llegar los que ya conoce, primero lo hace Carlos el cocinero, que al igual que ha hecho Tomás cuando lo ha visto se le queda un buen rato mirando, luego Fermín, su ayudante, que hasta lo llama por su nombre al verlo, pero luego le pide perdón y le dice que lo ha confundido con otra persona, María también lo mira raro al verlo, pero tampoco le presta demasiado atención y pasa directamente a fumarse su último cigarro, como de costumbre antes de que empiecen a llegar los clientes, Genaro llega el último, cuando lo ve le choca la mano, y le da la bienvenida.