– Antonio: Lo mejor es que lo votemos.
– Susana: Eso es.
– Arturo: ¿El que hay que votar?
– Antonio: Pues que es lo mejor para el grupo, si hacer como tu dices, que cada uno haga su vida independientemente y el resto confié de que no vaya a decir nada, o hacer como yo he dicho, escondernos en algún lugar bien oscuro y esperar que pasen los años y la cosa se calme.
– Arturo: ¿Pero como vamos a votar eso?
– Carlos: Pues como hemos votado siempre todas las cosas, levantando la mano.
– Arturo: No me refiero a eso.
– Antonio: ¿No?, ¿y a que te refieres tu?
– Arturo: Yo me refiero a que cada uno debe de poder hacer lo que le de la gana, el resto no le debería de poder imponer su opinión sobre algo.
– Luís: Ahí, te equivocas. Cuando aceptaste venir al grupo esa noche, cuando entraste a esa reunión, perdiste tus derechos como individuo y pasaste a adquirir los que te corresponden como un miembro más del grupo, derechos que conllevan obligaciones, y una de las obligaciones es acatar la decisión de la mayoría.
– Arturo: A mi Estefanía no me contó nada de eso, yo fui a una simple reunión de amigos.
– Luís: Se le pasaría.
– Arturo: Pero, que no tiene sentido. Que yo decida una cosa y cada uno de vosotros otra, no nos afecta en nada al resto, que yo decida salir a la calle, ¿de qué forma lo podéis notar vosotros?
– Antonio: Ya te lo hemos dicho, ¿y si te vas de la lengua a la policía?, es más, ¿y si te vuelves a ir de la lengua a la policía? porque aquí hasta ahora lo único que sabemos de todo lo que ha pasado es que todos somos sospechosos.
– Arturo: Esto es un sinsentido.
– Carlos: Venga, no le demos más vueltas, ¿quién está de acuerdo en hacer lo que ha dicho Arturo?
La noche ha pasado rápido, la fábrica abandonada se empieza a llenar de claridad conforme el Sol se alza cada vez más en la bóveda celeste, y a la vez que eso ocurre, los pensamientos de Arturo también empiezan a aclararse, si antes, a pesar de todo lo que ha ocurrido, podría tener alguna duda de lo de si acudir a la reunión había sido o no una buena idea, ahora todas esas dudas empiezan a disiparse, y claramente, muy rotundamente puede afirmar sin miedo a equivocarse que debería haber ido a trabajar a su restaurante como todas la noches. Tras la pregunta de Carlos, nadie absolutamente nadie a levantado la mano, excepto él, que solitario observa como la mayoría quiere encerrarlo, quiere obligarlo a hacer algo que él no quiere.
– Carlos: No tiene porque hacer falta, pero bueno, por aclarar la cosas todavía un poco más, a ver ¿quién está de acuerdo con hacer lo que yo he dicho, o de escondernos y esperar que las aguas vuelvan a su cauce?
Esta vez sucede todo lo contrario, y tras que Carlos haga la pregunta que todos estaban esperando levantan las manos al unísono, mientras que Arturo, esta vez se queda quieto inmóvil, asumiendo la gran derrota que desde hace tiempo estaba más que cantada.
– Carlos: Bueno, yo creo que no hace falta recontar los votos, que el resultado ha sido lo suficientemente claro, ¿no?, ¿o alguien tiene todavía alguna duda?
– Susana: No, no, todos a excepción de Arturo estamos de acuerdo con que lo mejor es escondernos todos juntos.
– Antonio: Arturo, lo siento, pero la mayoría ha hablado y te va tocar someterte, ¿no esperaras que te vayamos a dejar salir por esa puerta cuando haciéndolo puedes ponernos a todos en peligro?
Si estuviera hecho de piel en lugar de metal ahora estaría blanco. Mientras Antonio pronunciaba esas palabras ha visto como una esvástica Nazi se dibujaba en su frente. Se pregunta, ¿qué es lo que puede responder a lo que acaban de decirle? Acatar la voluntad de la mayoría supone renunciar a todo con lo que ha soñado y no es capaz de encontrarle otro sentido a la vida, ¿para que estar vivo si eso supone pasarse la vida encerrado? y lo que es peor todavía, ¿para que estar vivo si eso supone no volver a Julia? Pero, claro, decirles que no, tiene pinta de ir a suponerle perderla igualmente, de su lado está Luís, experto en defensa personal, una máquina hecha y construida para matar, le sería imposible escapar ahora mismo.
– Antonio: Arturo, ¿me estás escuchando? Te he dicho que tendrás que acatar lo que todos hemos decidido, al fin y al cabo todos somos miembros del grupo.
– Arturo: Sí, sí, me he enterado perfectamente.
– Antonio: Entonces, ¿estás de acuerdo?
– Arturo: Sí, sí, estoy de acuerdo.
Pero es todo mentira, si en algo está de acuerdo Arturo es con esperar su momento para escapar, aunque tiene claro que ese todavía no ha llegado.
– Susana: Entonces, ahora lo único que nos queda es encontrar un refugio, algún sitio donde escondernos.
– Luís: Tampoco creo que nos haga falta es muy lejos para encontrarlo, mientras Arturo reparaban a Carlos y el resto descansaba, yo me he estado dedicando a dar unas vueltas por la fábrica y he encontrado el lugar perfecto.
– Carlos: Pues, ¿a qué estamos esperando? Vamos yendo para allá.
Es una fábrica enorme, llena de escondites, en verdad podrían meterse en cualquier parte y nunca serían capaces de encontrarlos. Pero Luís ha encontrado el escondite entre los escondites, en la oficina de lo que parece ser la dirección de la antigua fábrica, detrás de un viejo armario hay un pasadizo. Que si es recorrido, tras algunos metros se llega ha una habitación donde hay una caja fuerte gigante, como la que podría encontrarse en cualquier banco. La diferencia es que está está abierta de par en par, y en ella no hay dinero, todo lo que hay son papeles y papeles, algunos con signos de que alguien ha intentado quemarlos, pero que no tuvo mucha suerte en hacerlo, y le doy lo suficientemente igual como para no volver a intentarlo.