El estropicio que le han hecho a Carlos es grave, pero no lo suficientemente grave como para ser irreparable. Arturo, que gracias a haber manipulado previamente su cuerpo algo ha aprendido, en unas cuantas horas lo repara, y lo deja casi como nuevo, porque los recuerdos seguirán presentes en su memoria.
Cuando el grupo ve como ha quedado se ánima, y lo que al principio no eran más que silencio y tristeza por todo lo que había ocurrido, se transforma en una animada conversación, en la que como no, la estrella es Carlos, todos quieren saber que es lo que le habían preguntado, cual era el motivo por el que lo estaban torturando.
– Luís: Cuéntanos, cuéntanos, ¿qué te hicieron?, ¿qué es lo que te estaban preguntando?
– Carlos: Pues lo que ya os podéis imaginar. Querían saber quien era mi creador, a que nos dedicábamos en el grupo de robots, donde vivíamos, a que nos dedicábamos.
– Susana: ¿Y tu qué les dijiste?
– Carlos: Que me podían cortar todos los cables que tenía en la cabeza, uno a uno y despacito, que no iba a decirles nada.
– Antonio: ¿Y qué hicieron?
– Carlos: Justo eso, abrirme la cabeza y cortarme cables mientras me amenazaban con hacerme perder toda mi memoria.
– Arturo: ¿Entonces no les contaste nada?
– Carlos: Nada de nada.
– Luís: De todas formas eso ahora ya da igual.
– Susana: ¿Y eso por qué? Resistiéndose a hablar nos ha salvado a todos.
– Luís: Da igual, porque ya no sabemos lo que les puede contar el resto que hemos dejado atrás.
– Antonio: ¿Te refieres a Estefanía y Ernesto?
– Luís: Y no sólo a ellos, también a Verónica, con ella va ser tan fácil como sacar su disco duro, meterlo en una máquina y hacer una copia de todos sus recuerdos.
– Arturo: ¿Entonces…?
– Luís: Entonces, lo mejor va ser que no volvamos a los sitios que íbamos antes, ni llevar las caras que teníamos antes, vamos a tener que cambiar completamente de identidad otra vez, y tener mucho más cuidado del que teníamos hasta ahora.
– Arturo: Los tenemos encima, oye ¿y a alguien se le ocurre como nos han podido encontrar?
– Susana: Vete tu a saber…
– Luís: Vete tu a saber no, es evidente que nos deben de llevar tiempo pisando los talones, y lo que todavía puede ser aún más preocupante, es hasta muy posible que alguno de nosotros haya o incluso esté colaborando con ellos.
– Antonio: Vamos que muy posiblemente tenemos un chivato en el grupo, un traidor.
– Luís: Efectivamente.
– Arturo: ¿Y quién crees que puede ser?
– Luís: Pues cualquiera, puede ser cualquiera de nosotros, nadie está libre de la duda.
En ese momento todos se callan, las miradas se cruzan entre ellos, como si cada uno estuviera intentando averiguar donde se encuentra ese traidor. Pero evidentemente, nada se puede averiguar así a simple vista, y más de caras metálicas que lo único que son capaces de reflejar es la luz que impacta sobre ellas, nada de emociones, nada de signos de tristeza o alegría, todo lo que se ve es un complejo sistema de engranajes que se mueve de un lado para el otro, algo que pierde toda eficacia y sentido cuando esos engranajes no están recubiertos de la goma que los completa.
Arturo que tiene muy claro que no ha sido él, tiene una solución muy fácil para lo que está ocurriendo, y no pasa por investigar a cada uno de los presentes, o castigar al culpable en el supuesto de que sean capaces de encontrarlo. La solución es disolver el grupo, cuanto menos sepan los unos de los otros mejor, al menos hasta que esta situación de ilegalidad se remedie, si es que algún día se remedia. Pero quizás eso opinión sea demasiado radical, y prefiere esperar a ver que es lo que piensa o dice algún otro del grupo.
– Antonio: Yo creo que hay poco que podamos hacer, repararnos lo antes que podamos, no vayan ser que nos vayan a encontrar aquí a todos juntos otra vez, y habrá que escondernos.
– Susana: ¿Escondernos?
– Antonio: Sí, buscar un sótano, o algún sitio donde meternos hasta que pase un tiempo.
– Luís: ¿Y si alguien se vuelve a ir de la lengua?
– Antonio: Imposible, estaremos siempre juntos, unos al lado de los otros, siempre viéndonos, así será imposible que alguien se chive a la policía.
– Arturo: ¿Y así hasta cuando?
– Antonio: Ya lo iríamos viendo, pero un tiempo, lo suficiente como para que se olviden de nosotros. Un años, diez años, cincuenta, prisa no tenemos.
Prisa no tendrán ellos, pero para él un año, diez años o cincuenta años, significan perder la oportunidad de ejecutar su plan, de intentar quitarle la novia a un humano, de conocer más a Julia. ¿Quién sabe lo que podría pasar en ese transcurso de tiempo?, ¿qué cayese un meteorito?, ¿una tercera guerra mundial?, ¿qué Julia tuviese hijos con él? No, no puede dejar que ninguna de esas cosas ocurriesen.
– Arturo: Yo no lo veo.
– Antonio: ¿Cómo que tu no lo ves?
– Arturo: Sí, que yo no lo veo. A mi me parece mucho más sencillo si, cada uno aprovecha este poco de aire que nos están dejando para repararse, volver a adoptar la forma humana que mejor se adapte a su forma de vida y sus deseos, y salir de aquí algún día todos juntos y cada uno tirar para su lado. Sin decirnos a donde vamos, ni que es lo que vamos a hacer.
– Susana: Eso tampoco es muy seguro, no remedia del todo los problemas que tenemos.
– Arturo: ¿Y eso por qué?
– Susana: Porque todos saldríamos sabiendo cual es el aspecto de los otros, nos podríamos volver a delatar simplemente contándole a la policía cues es la apariencia del resto. ¿No os parece?
– Carlos: Susana tiene razón.
– Antonio: Ahí te ha pillado.
– Arturo: Bueno, pues con salir cada uno con un forma humana provisional, para luego buscarse cada uno otra vez la vida para cambiarla. A mi eso me parece mucho mejor que pasarme cincuenta años encerrado.