Han dado al patio principal de la cárcel, apenas hay donde cubrirse o esconderse, es una zona abierta donde solamente hay un campo de futbol un gimnasio al aire libre, y algún que otro banco de cemento rodeándolos. Todo, debidamente rodeado y protegido por un muro de cemento de varios metros de altura desde donde varias torres de vigilancia sobresalen, y desde donde guardias armados disparan sin piedad a matar con sus ametralladoras a los robots que intentan escaparse.
A la misma vez que la puerta se abre, Arturo pierde la noción del espacio y el tiempo, corre sin saber a donde a toda velocidad pensando que cada uno de sus pasos puede ser el último, apenas le queda memoria ram para acordarse que lleva a Carlos enganchado a uno de sus hombros, todo lo que hace podría decirse que es instintivo, sí los robots también tienen instinto cuando se trata de salvar la vida. No le es fácil moverse, y cuando lleva algunos metros en tan precarias condiciones y tan precaria escapada piensa que el hecho de que todavía no le haya alcanzado una bala desafía las más elementales leyes de la lógica, sino fuera porque quien está disparando son seres humanos, puede que hayan tenido suerte y los hayan pillado hoy en un mal día. Así con las balas cayendo a la altura de sus pies y de los de Carlos y Antonio, si tira al suelo cubriéndose por uno de esos bancos de cemento que adornan el desierto por el que corren y que los ha convertido en un blanco fácil.
Por primera vez tiene tiempo de levantar la cabeza, de mirar hacía atrás a ver que es lo que pasa, y nada de lo que puede ver con sus ojos de cristal es demasiado esperanzador. Luís tiene pinta de llevar ya rato escondido detrás de otro banco de cemento parecido al que están ellos, desde él vacía una y otra vez de munición su pistola disparando hacía los guardias situados en las torres, por fin descubre la causa de su mala puntería, Luís tiene pinta de estar dándoles una buena lección de puntería. El resto del grupo, hace lo que puede, Estefanía sigue en la puerta, todavía no se a atrevido a salir, pierde su tiempo en asomarse al exterior por fragmentos insignificantes de segundo, vista y no vista, Ernesto no llega ni a eso, se ha quedado dentro literalmente paralizado y ni si quiera asoma su cabeza al exterior, eso es lo que deduce Arturo pues no es capaz de encontrarlo por ninguna parte. Verónica y Susana, si que han salido detrás de ellos, pero una de ellas no ha tenido la misma suerte que el resto, y está tendida en el suelo, echando chispas como una televisión averiada, el cuerpo de Verónica ha quedado completamente como un colador, decenas de balas lo han atravesado, quizás sea esa otra de las razones por las que ninguna les ha dado ha ellos. Por su parte Susana no sólo ha sido capaz de seguir su pasos, sino que ha sido capaz de adelantarlos sin que ninguno se haya dado cuenta, de alguna forma ha sido capaz de llegar hasta el muro que los separa del mundo exterior, y allí pegada a la pared parece estar escondida sin que ninguno de los guardias se haya percatado de su presencia, probablemente se encuentra situada en uno de esos llamado puntos muertos, que los guardias no son capaces de ver desde donde están situados.
¿Y ahora qué? se pregunta Arturo, no parecen tener escapatoria. La respuesta parece encontrarla en el objeto que tiene cogido por una de sus manos, y que siendo de vital importancia en situaciones tan complicadas como la que está viviendo, y del que él, tratando de evitar morir agujereado, no se había vuelto a acordar hasta este momento en que vuelve a verlo con sus propios ojos. Su pistola, tiene una pistola, de alguna forma eso debería de ayudarle a solventar, al menos en parte, el problema. Sin demasiada confianza en la solución encontrada a su problema, y sin saber muy bien como utilizar la herramienta que ha encontrado para solucionarlos, se gira en dirección hacía de donde provienen los disparos y se prepara para hacer lo mismo que está haciendo Luís, disparar a los que les están disparando. Esto si que lo tiene claro, tienen que ser movimientos rápidos, apuntando y disparando a las torres y los humanos en un abrir y cerrar de ojos. Se da un intervalo para empezar a hacerlo contando hasta tres para aclarar ideas, “uno, dos y…tres” y cuando acaba sale de su escondite para disparar como un loco.
Pero lo que sucede no es precisamente lo que esperaba, le es imposible apretar el gatillo. Lo vuelve a intentar y otra vez le vuelve a pasar lo mismo. Hay algo dentro de él que le impide hacerlo, es como si esa orden de su cabeza se perdiese en algún punto de los cables que la ejecutan y no llega al dedo situado en el gatillo. Entonces mira a Antonio y le grita para ser escuchado entre tantos disparos.
– Arturo: Antonio, Antonio, no soy capaz de disparar, ¿qué me está pasando?
– Antonio: Te está pasando lo mismo que nos pasa a todos, todos los robots que construyen los seres humanos están limitados de la misma forma, no pueden matar humanos.
– Arturo: Pero yo creía, que podía hacer lo que me diese la gana.
– Antonio: Ya, y puedes, menos matar humanos. Estoy seguro de que eso que te pasa es culpa de tu creador. A ver prueba a apuntar a cualquier otro sitio y dispara, a ver si puedes.
Arturo enrabietado agarra el arma y apuntado esta vez simplemente hacía un coche de uno de los guardias de seguridad que hay aparcado delante de la puerta, aprieta el gatillo, y está vez si que dispara una ráfaga de balas que nada más salir lo hacer caer de culo.