Como experto en artes marciales, a Luís no le impide tener las manos atadas para poder defenderse. En cuanto la puerta se abre, golpea con su dura cabeza metálica la no tan dura cabeza de carne y hueso del guardia que lo arrastra fuera de ella con su mano, y en menos de lo que dura un abrir y cerrar de ojos propina una violenta patada en el estomago del otro guardia de seguridad al que no le había dado tiempo a reaccionar cuando vio como su compañero caía desmayado. Uno semi inconsciente, y el otro retorciéndose de dolor en el suelo, ambos han quedado fuera de juego.

Con sus manos esposadas, lo siguiente que hace Luís es agarrar el manojo de llaves con el que han abierto los guardias la puerta de cristal de su celda. Ninguno de los guardias se resiste, uno ni se entera, y el otro aunque lo hace, prefiere no evitarlo.

Una a una va revisando las llaves en la primera cerradura con la que se encuentra, la de Estefanía. Que cuando lo ve aparecer delante suya sonríe, pero sin atreverse a decir nada, al igual que el resto, no hay gritos de júbilo, no hay hurras, todos están callados conscientes de que pueden estar escuchándolos a escasos pasos.

Prueba varias llaves hasta acertar, para luego descubrir que la que abre la cerradura de la celda de Estefanía es exactamente la misma llave que abrió la suya. Así que, para la próxima cerradura con la que se encuentra, la de la celda de Arturo, ya tiene la lección aprendida, y usa directamente esa llave. Arturo, que todavía estaba sentado en su cama inquieto cuando Luis le abre la puerta de su celda, sigue con la misma postura cuando se marcha.

Va haciendo lo mismo con el resto de puertas del resto de celdas, con la de Ernesto, la de Antonio, la de Susana, y finalmente la de Verónica. De nuevo todos juntos, se miran los unos a los otros, conscientes de un importante detalle, esta es la parte del plan, que menos han pensado. Todos tienen la misma pregunta en la cabeza, ¿y ahora qué? Pero como tampoco disponen de mucho tiempo para andar parados, por lo que enseguida uno de ellos lo dice en alto.

– Ernesto: Bueno, ¿y ahora qué?
– Verónica: Pues habrá que salir corriendo.
– Ernesto: Sí, muy bien, pero ¿hacía donde?
– Antonio: Yo voto por encontrar a Carlos, no podemos irnos sin él, ¿qué clase de compañeros seríamos si lo hiciéramos?
– Estefanía: Tiene razón.
– Luís: Pues a por él, pero antes, ¿y con estos dos que hacemos?
– Susana: Corre vamos atarlos y amordazarlos antes de que espabilen.

Antonio, que anda justo al lado de ellos coge una de las camisas de los guardias de seguridad y la desgarra, dejándolo literalmente medio desnudo. Y la hace trapos. Con ellos tapa la boca y ata las manos y pies del desafortunado que ha perdido su camisa. Luego hace exactamente lo mismo con el otro guardia.

– Antonio: Ya está, venga, no perdamos más el tiempo.
– Susana: Que rápido has actuado.
– Antonio: Carlos nos está esperando venga.

Como piezas de domino en el último nivel, se colocan rápidamente en fila india, uno detrás del otro, quedando Arturo el último, que se pasa el rato mirando hacía atrás temeroso de que llegue alguien por su retaguardia. De esa forma salen por el único sitio que pueden, por la puerta que hay en el pasillo donde están ubicadas las celdas. Se mueven con sigilo, únicamente siendo delatados por el sonido de alguna junta metálica mal engrasada que chirría por culpa de la fricción entre sus dos partes móviles. Lo que hay al otro lado, es otro guardia de seguridad sentado en una silla y dormido encima del pasatiempos de sudokus que hay en la mesa de enfrente. Ronca, y ronca tal alto, que casi no importa si empiezan a moverse sin prestar atención al ruido que hacen. No parece que la seguridad sea el fuerte de la prisión donde los han encerrado.

No le hacen caso, y lo dejan seguir durmiendo plácidamente mientras continuan con la marcha. Siguen igual, en fila india, moviéndose despacio, vigilando con que lo único que se oiga sea el silencio, o en su defecto los ronquidos del guardia que poco a poco van dejando atrás. Al final de la pequeña habitación donde está el guardia dormido hay otra puerta, igual que antes la abren, y lo que descubren al otro lado son escaleras, una enorme fila de escaleras en ambos sentidos, ascendente y descendente. Luís que hasta ese momento lidera el grupo se para, y susurrando pregunta al resto.

– Luís: ¿Para arriba o para abajo?

Y la respuesta que obtiene tampoco es que le saque de la duda, algo previsible si se tiene en cuanta que ninguno de los que van en el grupo sabe hacía donde deben de ir para encontrar a Carlos. Todos se encogen de hombros. Luís responde haciendo exactamente lo mismo, pero acaba rápidamente con la indecisión subiendo las escaleras que hay a su izquierda. Apenas el grupo sube unos cuantos escalones cuando oyen un grito que resuena en toda la prisión, un grito que por su potencia de ninguna forma puede provenir de unos pulmones humanos.

¡NO PIENSO DECIROS NADA!, ¡NO PIENSO DECIROS NADA!

Algo grita justo en la dirección contraria a la que van.

– Estefanía: Viene de abajo. Venga cambiemos de sentido.

Entonces es cuando Arturo sin comerlo ni beberlo, se encuentra liderando el grupo hacía no sabe donde. Él que no tiene ni idea de artes marciales, que no le pegaría a un humano por pura ignorancia de nos saber como hacerlo, que aunque supiera preferiría quedarse quieto. Conforme avanzan los gritos se oyen cada vez más fuertes, más nítidos, y no sólo ellos, ahora también se distinguen voces de humanos que sin cesar preguntan a Carlos.

– Humano 1: Dinos de donde vienes, quien es tu inventor, venga contesta, o te prometo que te voy a sacar uno a uno los cables que tienes en la cabeza.

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