Para cuando el humo empieza a desvanecerse ya casi no queda nada que poder hacer, es la policía la que ha entrado en la casa de Estefanía, y la que en lo que dura un parpadeo de ojos ha entrado en su salón. Equipados con mascaras de gas, con gafas de rayos x e imanes de gran potencia, apenas les han dejado alguno opción, uno a uno ha sido completamente deshabitado por culpa de la fuerza magnética de los imanes, ha sido sentirlos y convulsiones espantosas se han adueñado de todos los que habían en esa reunión, si nadie hubiera sabido que eran robots, parecería que todos fueron víctimas de un ataque de epilepsia.

En ese momento fue cuando Arturo perdió la conciencia, lo último que recuerda es como su vista se nublaba, para luego entrar en una especie de sueño, de esos que se creía que no era capaz de tener. En él, aparecía Julia con el mismo vestido rojo que llevaba la última vez en el restaurante, corría y corría, y aunque de vez en cuando se paraba para hacerle gestos de que la siguiera, él era incapaz de seguirle el ritmo, has que en algún momento de ese sueño ella desaparecía completamente entre las mismas tinieblas que había en el salón cuando entró en el la policía, a partir de entonces ya si que no es capaz de recordar nada.

Para cuando vuelve a abrir los ojos, ya a recuperado completamente la conciencia, sabe que lo que ve y oye es completamente real, por mucho que le cueste creérselo. Está en una especie de urna de cristal, parece una auténtica pecera grande en la que él único pez que hay atrapado es él, aparte en ella han sustituido las algas y los barcos piratas hundidos por una triste cama de espuma donde ha abierto los ojos. Al menos, su pecera tiene algunos agujeros, por los que se supone entra el aire, aunque eso no sea precisamente lo que le preocupe ahora. Se levanta de la cama todavía algo aturdido, toca con sus manos su rostro y enseguida se da cuenta de que falta algo, aparta de nuevo las manos de su cara para mirarlas, y efectivamente, la capa de goma que tanto trabajo le había costado fabricar en la fábrica de neumáticos ha desaparecido, ha vuelto a su estado original, a la forma que tenía cuando vino al mundo, cuando sólo era un experimento del que todavía se tenía serías dudas si tendría éxito. En realidad, la apariencia de pecera de la habitación que está encerrado es por culpa de sólo una de las cuatro paredes, el resto son completamente opacas, tienen pinta de ser puro cemento o granito, que alguien ha pintado con pintura blanca que hace que la poca luz que entra por la escueta ventana adornada por barrotes que hay en una de ellas rebote sin cesar, dando la impresión de luz donde debería haber tinieblas. Por eso, tras mirar a su alrededor y ubicarse un poco mejor, camina despacio hacía al único sitio que puede conectarle con el mundo exterior y darle algo más de información de lo que pasa, no a la ventana con barrotes a mucha más altura de la que alcanza su cuerpo metálica y desde la que única puede ver un cielo azul salpicado con nubes, sino a esa pared de cristal que lo separa de un pasillo, por el que se supone podría huir sin problema si no estuviese.

Cuando llega a ella pega la cabeza contra el cristal, con la intención de obtener algo más de información sobre el sitio donde está metido, pero sin conseguir nada. Su cabeza choca con el cristal, y lo único que puede ver es el mismo pasillo mustio, ese si de auténtico cemento y sin ninguna clase de pintura que lo disimule, nada más que eso es lo que hay, un suelo de cemento y paredes de cemento. Le dan ganas de golpear con fuerza la pared que lo separa de ser libre, e irremediablemente aún a sabiendas de que probablemente va a resistir sus golpes y de que lo único que puede conseguir es romperse algún mecanismo importante de su mano, lo acaba haciendo. Le pega dos tremendos puñetazos con todas las fuerzas que tiene, y al final hasta la acaba golpeando hasta con su cabeza, eso sí, está vez mucho más despacio y como signo de desesperación más que intentando una huída.

Cuando acaba de expulsar su ira, se queda con la cabeza apoyada contra el cristal, con sus manos una a cada lado haciendo lo mismo, y con la mirada perdida en algún punto de esa pared de cemento que tiene enfrente. Hasta que una voz que parece proceder del lado derecho de donde se encuentra habla.

– Voz: ¿Hay alguien ahí?, ¿hay alguien hay?

Lo hace medio susurrando, como si tuviera miedo a ser oída por alguien que no debiese hacerlo. De todas formas, es lo suficientemente intensa como para que se fije en ella, y tras algunas comprobaciones, determine que esa voz sin duda pertenece a Estefanía.
Otra vez la rabia se vuelve a apoderar de él, en el fondo la culpa a ella por lo que está pasando. Por eso duda si responder, y si lo hace que palabras serían las apropiadas para hacerlo. Al final, por pura soledad, y habiendo dejado algunos minutos para calmarse, acaba respondiendo.

– Arturo: Sí, sí, yo estoy aquí. Soy Arturo.
– Estefanía: Menos mal, no sabía que habían hecho con el resto, me estaba temiendo lo peor, que os habían…ya sabes…desconectado para siempre.
– Arturo: No, desconectado no, pero me han dejado sin la cobertura externa de humano. ¿Y a ti?
– Estefanía: A mi también.
– Luís: Hey, yo también estoy aquí encerrado, acabo de despertarme. ¿Dónde estamos?, ¿qué está pasando?
– Ernesto: Esa es la pregunta del millón Luís. No adelantes acontecimientos.
– Carlos: Malditas tuercas, si lo se voy yo mismo a la ferretería a por ellas…

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