No ha pegado ojo pensando en él, se ha pasado la noche dando vueltas en la cama, para uno y luego para el otro lado, ahora en esta postura y luego en aquella que nunca me falla, pero hasta en esa no era capaz de dormir por su culpa. Durante ese tiempo ha tenido la oportunidad de pensar en muchas cosas, como ¿por qué no le habrá hecho caso a aquellos que le dijeron que se estuviese quieto?, sí, otra vez la misma duda de siempre, o ¿por qué al menos no introdujo aquellas lineas de código que siempre dejaba para mañana?, esas lineas, esos apenas cinco minutos más sentado delante del ordenador le hubieran garantizado pleno control sobre su invención, todo lo que le hubiese dicho hubiera sido cumplido a rajatabla, pero lo que pasaba siempre era que el realidad su subconsciente, aquello que se deja dominar por las pasiones y no está sometido a las leyes de la razón, ganaba siempre a su consciente, si quería que se pareciese lo más posible a un ser humano tenía que estar igual de sometido a las reglas de libre albedrío que cualquier otro ser humano, que es como decir, que no podía estar sometido a regla ninguna. Aún así, todavía está a tiempo de cambiar de opinión, todavía puede limitar a su invento, otra cosa, es que como igual que antes, quiera hacerlo.
Camina por el campus de la universidad como cualquier otro día, hace un sol radiante y todo lo que toca con su luz está lleno de vida, estudiantes para arriba y para abajo cargados con carpetas y con libros, y otros cuantos de ellos aprovechando esa luz y calor tumbados en el césped tranquilamente charlando. Apenas tiene tiempo para llegar a su clase de programación, es la parte de su trabajo en la universidad que no le gusta, pero gracias a ella puede disfrutar de la parte que sí, investigar, pero por muy justo de tiempo que vaya primero tiene que ir a ver que tal está Arturo, y por eso camina más rápido y nervioso de lo habitual, tratando mientras tanto de disimular esas ganas de llegar a cierta parte, pero siempre se le ha dado muy mal mentir, y al final acaba dando pequeñas carreras de apenas cinco o cuatro pasos, intercaladas con un caminar de carrera de marcha, que delatan claramente que va a alguna parte, que no es a clase, y que tiene mucha prisa por llegar a ella. Mientras lo hace desea con todas sus fuerzas, al menos tener la suerte de no cruzarse a nadie que conozca, porque si nadie lo ve caminar así de rápido y con esas prisas es como si nunca lo hubiera hecho, pero basta desear algo para que no se cumpla, y basta desearlo con todas tus fuerzas para lo que se cumpla sea la peor de las posibilidades que te podían pasar. Cuando apenas le quedan unos metros para llegar a la puerta de su laboratorio, aparece el rector de la universidad justo en su camino, nunca le ha caído bien, pero tampoco nunca se ha atrevido a decírselo, de él depende que siga percibiendo su triste salario de profesor y de seguir manteniendo ese trozo de sótano donde ha creado a Arturo, intentan quitárselo del medio con todo disimulo, primero haciendo como que no lo ve, luego ante su saludo imposible de evitar contestando con una leve sonrisa, pero ese ha sido un grave error, ahora va estar obligado a pararse porque contestar al saludo es dar pie a una conversación, aunque no haberlo hecho hubiera dado lugar a su despido.
– Rector: Cristobal, ¿dónde vas con esas prisas?
– Cristobal: Pues mira, que creo que me deje un equipo encendido en el laboratorio y me gustaría poder apagarlo antes de ponerme a dar clase.
– Rector: Mira, que si ya ha estado encendido toda la noche y parte del día, no creo que le pase nada si sigue estándolo.
– Cristobal: Ya…ya…pero quisiera quitármelo de la cabeza y estar seguro y estar tranquilo ya en clase.
– Rector: Venga, tira, tira, entonces no te entretengo más, corre, corre.
– Cristobal: Voy, que tenga usted un buen día.
– Rector: Lo mismo digo, y sobre todo, no llegues tarde a clase, que que llegue un alumno bueno, pero que llegue un profesor está muy feo…
– Cristobal: Descuide, so cinco minutos.
“Que que llegue un profesor está muy feo”, le rechinan los dientes mientras va repitiendo entre ellos esas últimas palabras por el camino. Nunca se le ha dado bien mentir e igual que cuando intentaba disimular cuando caminaba rápido, está convencido de que sabe que no le gusta. Acelera su paso hasta ya simple y llameantemente correr a toda velocidad cuando atraviesa la puerta del sótano y cree que ya nadie puede verlo, baja las escaleras jugándose la vida con cada escalón, un tras pies podría ser terrible, corre otro poco, y ya delante de la puerta saca el manojo de llaves que lleva en el bolsillo. Casualmente justo la que abre la puerta de su laboratorio se parece a la que abre la puerta de su casa, y la que abre la puerta de su casa a la que abre la puerta de su cochera, por lo que no logra abrir la puerta del laboratorio a la primera, ni a la segunda, ni tampoco a la tercera, porque repite varias veces las opciones incorrectas hasta llegar a la correcta, es lo que tiene cuando vas con prisa.
Pero al fin logra abrir y todavía le quedan diez minutos para llegar a clase, objetivo cumplido. Lo que se encuentra cuando abre la puerta es a Arturo sentado en una silla mirando fijamente la puerta por la que ha entrado, puede que su cara no tenga la capacidad de expresar sentimientos como la de un humano, que su rostro no sea más que unos cuantos tornillos y tuercas que sujetan chapas y unos ojos inexpresivos, pero sabe perfectamente lo que está pensando, ¿dónde te has metido todo este tiempo?