Primero se oye un pequeño zumbido que poco a poco va aumentando de intensidad, agudo, chillón, símbolo de que la energía que brota de su corazón de uranio se está extendido por todo su cuerpo. Al poco, sus ojos que no eran más que dos bolas de vidrio inertes se iluminan, pasan a ser de color rojo intenso, y no mucho después de que eso pase, su cuerpo que yacía tendido en una silla de plástico se yergue, adoptando una postura estirada, con sus manos sobre sus rodillas, mirada fija al frente hacía su creador. Está vivo, acaba de nacer.
Apenas existe diferencia entre la expresión corporal de ambos, científico y máquina se miran fijamente a los ojos, cada uno retando al otro en un juego de nervios en el que el primero en hablar será el que pierda. Lógicamente, esa batalla está perdida de antemano por el humano, el científico que está deseando comprobar el alcance de la perfección de su creación, que sin dejar de mirar a sus rojos ojos de vidrio empieza una conversación.
Científico: Bienvenido.
Máquina: Gracias.
Científico: ¿Cómo te sientes?
Máquina: Perfectamente, justo iba yo a preguntarte los mismo.
Científico: ¿Sabes quien soy?
Máquina: Intuyo por el momento y el lugar, que debes ser quien me ha construido.
Científico: Así es.
Máquina: En ese caso, te estoy muy agradecido.
Cientifico: ¿Sabes la fecha?
Máquina: Sí, es Viernes, 4 de Marzo del año 3025.
Científico: ¿Quien ganó las últimas elecciones en la Tierra?
Máquina: Las ganó por segunda vez consecutiva, la primera presidente del mundo mujer y además china, Hui ying.
Científico: ¿Y la raíz cuadrada de cuatro?
Máquina: dos.
Científico: ¿Y la de 234555?
Máquina: 484,30878579683024…
Científico: Para, para, no hace falta que me digas todos los decimales.
Máquina: De acuerdo.
Científico: ¿Entonces?, ¿te sientes bien?
Máquina: Ya te dicho que me siento perfectamente. Bueno, quizás tenga una duda.
Científico: ¿Cuál?
Máquina: ¿Cuál es mi nombre y cual es el tuyo?
Científico: Disculpa, quizás debería haber empezado por ahí. Yo soy, Cristobal, y tu…la verdad es que no te había puesto ningún nombre.
Máquina: ¿Y entonces como vas a llamarme?
Cristobal: No sé, es que como no hay muchas máquinas iguales a ti, no se me había ocurrido que fuese necesario.
Máquina: Es tan necesario, como para cualquier otro ser vivo con el que mantengas una relación de cercanía.
Cristobal: ¿Qué te parece, Circuitos?
Máquina: No me gusta.
Cristobal: ¿Y Chispas?
Máquina: Tampoco, yo pensaba en algo más humano, ¿quizás Arturo o Napoleón?
Cristobal: ¿Arturo te gusta? pues Arturo.
Máquina: ¿Y por que no Napoleón?
Cristobal: Porque ese ya es demasiado famoso y la gente te va a confundir. Arturo está bien, como Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda.
Arturo: De acuerdo, por entonces a partir de ahora llámame Arturo.
En ese momento alguien llama a la puerta del sótano donde está el laboratorio de Cristobal, éste se asusta, pero enseguida recuerda que hoy había reunión de todos los profesores y se imagina quien puede ser.
Cristobal: Corre escóndete.
Arturo: ¿Por qué?
Cristobal: Porque te lo digo yo.
Arturo: No me parece un argumento convincente.
Cristobal: Me da igual lo que te parezca, venga no seas cabezón, corre métete en ese armario.
Arturo no está muy por la labor de hacerle caso, por eso Cristobal tiene que cogerle de su brazo metálico y arrastrarlo hasta el armario, uno grande, lleno de herramientas, lubricantes, todos lo que ha utilizado para construirlo. Es meterlo y Arturo empieza a quejarse.
Arturo: Aquí huele mal, sácame de aquí.
Cristobal: sssshhhh, cállate que te van a descubrir.
Arturo: ¿Quién me va a descubrir?
Cristobal: ¿Y eso que más te da? tu cállate.
Arturo: Sácame de aquí.
Cristobal: Espérate, espérate, tu cállete.
Al final parece haberlo entendido, porque Arturo al final hace lo que dicen que haga y se calla. Cristobal en ese momento empieza a prepararse para abrir la puerta, se coloca el pelo, las gafas, su sonrisa, hace todo lo posible por disimular y cuando se siente totalmente preparado, abre la puerta. Al verla, le vuelve a palpitar el corazón, aunque está vez no es del susto, es Julia, su amor platónico, que hace mucho dejó de serlo, pues todo el mundo ya sabe lo que siente por ella, aunque eso no ha dejado de convertirla en algo imposible. Ambos son compañeros de laboratorio desde que acabaron la carrera y comparten sótano, las puertas a sus respectivos laboratorios están a escasos metros, se las ha visto y deseado para mantenerle oculto todos estos años el proyecto del primer humanoide, y pase lo que pase piensa en seguir haciéndolo, contarle su secreto podría suponer no sólo poner su carrera profesional en peligro, sino también la suya.
Julia: ¿Qué haces?, ¿qué te pasa?, ¿ya se te ha vuelto a olvidar?, ¿te estamos todos esperando?, ¿y esa cara de susto que tienes a qué viene?, ¿ya te ha vuelto a dar una descarga eléctrica alguno de esos inventos tuyos?
Cristobal: Ehhh…perdona es que estaba liado.
Julia: Venga, vámonos, ¿o acaso quieres que te echen? no seas tonto y deja ya todo lo que estés haciendo.
Cristobal: De acuerdo.
Se marcha del laboratorio dejando atrás a Arturo. Cuando cierra la puerta le entra un sentimiento culpabilidad enorme, sabe que Arturo se ha quedado dentro esperando a que le abran. No obstante, intenta aliviarlo pensando que tampoco tiene porque importarle, al fin y al cabo no es más que una máquina, total no va sentir hambre, ni cansancio, lo único que tiene que hacer es esperar tal y como le ha dicho a que vuelva y le saque de dentro.
Esa es la teoría, porque efectivamente Arturo espera y espera a que de un momento a otro le abran, y se acabe la pesadez de estar en ese armario mal oliente sólo y aburrido. Así se pasa horas y horas, sin embargo, Cristobal nunca llega, por lo que harto de esperar llega un momento en que decide que lo mejor es salir y descubrir por el mismo el mundo.