Lleva años trabajando en él en el sótano de la universidad donde trabaja. Si hubiera hecho caso a todos aquellos con los que trabaja, nunca siquiera lo hubiera empezado. “Eso que tienes en la cabeza es un sueño imposible”, “nadie puede copiar el trabajado del creador, no juegues a ser dios”, “si unos estamos hechos de carne y hueso, y otros de chapa y circuitos, será porque somos diferentes”. Sin embargo, es de aquellos que nunca se arrugan ante un desafío, ¿cómo hubiera el hombre conquistado el cielo, si ninguno se hubiera atrevido a volar?, ¿cuantas radiografías se hubieran hecho, si Marie Curie si hubiera preocupado por los efectos de la radiación?, y piensa que no dentro de mucho es así como hablarán los libros de historia sobre él, que en algún momento otro científico se preguntará, ¿qué hubiera pasado si nunca nadie se hubiera atrevido a construir un ser humano a base de cables y circuitos?
En su cabeza su invención tiene una infinidad de aplicaciones prácticas, podrá superar el mejor pulso y conocimiento del mejor cirujano del mundo, no habrá distancia en el espacio que no puedan conquistar, por fin el hombre conquistará las profundidades del océano, no volverá a ver una operación de rescate demasiado suicida. Aunque también se le han ocurrido otras aplicaciones a su invento, que no son igual de buenas, como soldados sin miedo o escrúpulos.
A simple vista no deja de ser lo que es, un robot, un humanoide construido a base de cables y metal, circuitos e ingenio humano. Gracias a él ha sido capaz de ampliar enormemente sus conocimientos en ramas de la ciencia que nunca jamas pensó serían de su interés, porque él, hasta que esta absurda idea se le había metido en la cabeza, no era más que un profesor de programación como cualquier otro. Ahora en cambio, puede presumir de ser un experto en mecánica, motores hidráulicos, pistones, rodillos, han pasado a formar parte de su conocimientos, sabe de materiales como si llevara dedicándose toda su vida a la invención de cacharros, aluminio, acero, titanio, oro, todo en su justa proporción y en su lugar, por no hablar de electrónica, es capaz de soldar el mismo todos los filamentos de un procesador con sólo la ayuda de una lupa y su mal pulso, y por supuesto la ciencia con la que muy pocos se atreven, porque su invento si quiere ser capaz de vivir mil años, de tener una energía ilimitada sin necesidad de tener hambre, ni de confiar en los elementos, tenía que tener un corazón de uranio. Conocimientos que ha completado con otras ramas que no tienen una aplicación práctica tan directa, en los ratos libres, cuando ha estado alejado del laboratorio y su cabeza ha podido descansar, dejando de obsesionarse con problemas mecánicos, o físicos, o informáticos, se ha dedicado a leer libros de filosofía y psicología, la gracia de su invento, no debía estar solo en que se moviese como un humano, en que fuese capaz de aprender como un humano o incluso más rápido, sino en que fuese capaz de sentir como un humano, alegría, amor, tristeza, e incluso porque no, odio, han sido el objeto de miles de horas invertidas creando código, intentando replicar los que Sigmund Freud decía en uno de sus libros, o Nietzsche se atrevía a contradecir en otro de los suyos.
Su aspecto de humanoide, le da un toque algo tétrico, para él, que se considera el padre de esa invención, es como si estuviera delante de un muerto, es más, de un hijo muerto, que a diferencia de cualquier otro hijo va a seguir un ciclo de vida opuesto, ha nacido muerto para pasar a estar vivo y ya nunca morir. Esa sensación, de estar creando un engendro, algo contrario a todas las leyes de la naturaleza le hace estremecerse mientras última los últimos retoques, esas últimas lineas de código en su portátil que serán transmitidas a su cabeza de forma inalámbrica y que cuando estén completas lo harán resucitar. De hecho, nunca como hasta ahora había sentido tantas dudas sobre si lo que está haciendo es del todo correcto, sí debería haber hecho caso a todos aquellos que le decían que eso que quería hacer no sólo era imposible, sino además inmoral. Pero las mismas dudas que le hacen estremecerse, también le dicen que ya es demasiado tarde como para echarse para atrás, que lo único ahora que puede hacer es aceptar su destino, acabar con lo que un día empezó contrariando a todo y todos, y ser valiente, apretar de una maldita vez el botón de Enter y afrontar las consecuencias que ese acto, y todos los que le han precedido conllevan.
En realidad, todos esos temores no son nada comparados con la emoción que siente, si ahora mismo se tuviera que comparar con alguien, lo haría con un padre nervioso, que camina de un lado a otro el pasillo del hospital esperando a que su hijo o hija venga por fin al mundo, mordiéndose las uñas, intentando deshacerse de todos esos pensamientos pesimistas que presagian un trágico desenlace y aferrándose en su lagar a todos aquellos que auguran un buen final.
Sí todo está correcto, su obra está completa, si todo está como tiene que estar, ya sólo falta el último empujón, o en este caso apretar Enter, transmitir esos datos y darle vida. Evidentemente, nada en el mundo podría impedirle que no lo hiciese, así al fin lo hace y lo aprieta. Al hacerlo, lo hace con más fuerza de lo normal, es ese ímpetu del que ya no puede aguantar más y explota el que le hace hacerlo, y suena un click que en seguida siente siempre va a recordar, como el momento que marco un antes y después en la historia de la humanidad. Lo que le siguen, son instantes angustiosos, quizás milisegundos, pero que por culpa de la inseguridad de que exista un error se hacen eternos.