Evaristo observa pensativo la inesperada visión de toda esa gente. Y cree que el resto de milicianos ahora mismo están haciendo lo mismo. La duda que asalta su consciencia es de una complejidad inaudita, ante ellos están los abuelos y padres, los hijos e hijas, de aquellos con los que hace breve instantes estaba intercambiándose tiros intentando quitarse la vida los unos a los otros. Piensa en que van ahora con ellos, cual es la solución para ese conflicto de identidades, de ideas, de años de lucha armada, de muertos, para lo que parece la exigencia de convivencia pacífica con gente que ni está armada, ni tiene edad, por exceso o defecto, para ir a la guerra. Enseguida entiende, que la calidad de la decisión que adopten con esos que ahora tiene delante de sus ojos, será un baremo con el que medir el nivel de educación alcanzado por la sociedad actual. ¿Podrán perdonar a los ancianos que muy probablemente eran soldados enemigos activos hasta hace pocos años?, ¿serán capaces de desvincular lo que han hecho y hacen los padres de los niños que nunca han cogido un arma?, ¿hasta que punto es posible una convivencia pacífica con ellos?, ¿se acabará algún día el resentimiento mutuo que inevitablemente es y será siempre la fuente de desconfianza entre ambos grupos? Para Evaristo esas preguntas son demasiado complejas y la única respuesta que por ahora se le ocurre, es que lo mejor es dejar pasar el tiempo. ¿Pero pensarán el resto de los milicianos igual?

Una vez asimilada la sorpresa, Evaristo mira al Martillo y percibe la tensión que se acumula en su rostro, él es un autentico soldado, no un diplomático, lo que se le da bien es disparar, correr, capturar y matar enemigos, pero no manejar una situación tan delicada como la actual, teme que no vaya a ser capaz de controlarse igual que pasó durante el interrogatorio. Pero el Martillo también se recupera rápido del shock y continua haciendo preguntas sin que aparentemente le afecte lo que tiene ante sus ojos.

Y Evaristo hace lo que el Martillo le dice, saca la cuerda y las tijeras que lleva en la mochila y se pone a hacer prisioneros a esos niños que empiezan a llorar desconsolados. No le ha extrañado la reacción del Martillo, de hecho podría haber sido mucho peor, teniendo en cuenta como es, y el tiroteo previo a la entrada. Mientras los ata, piensa que no se ha sentido peor en su vida, por mucho que intenta compaginar la dureza de su acto, con cierta suavidad a la hora de hacer los nudos. Una vez acaban de atar a todos, los cuentan, en total son 70 entre niños y ancianos.

El Martillo parece haberse olvidado de los portavoces de los otros dos grupo, pero nadie le dice nada ante su pequeño golpe de estado.

Evaristo forma parte de esos que se va con el Martillo, y hace lo que puede para no distanciarse del Martillo y del anciano que ahora tiene agarrado por el brazo. No quiere perderse ni un detalle de la conversación de ambos, el también quiere enterarse bien de lo que está pasando.

Genaro camina tranquilo, sus gestos parecen asegurar lo que acaba de decir y Evaristo al menos se siente reconfortado al saber que ya no tendrá que utilizar su ametralladora y se relaja. 

Genaro, los lleva a uno de los pasadizos que han sido excavados en uno de los laterales de la plaza. Desde donde antes estaban no se veían, pero al acercarse Evaristo ve como esa gran bóveda, supuestamente plaza, es alcanzada por decenas de pasillos. Cuando entra tras el Martillo y Genaro por el pasadizo, tiene la sensación de estar metiéndose en un laberinto, ¿se confirmaran ahora sus impresiones? Pero lo mejor está todavía por llegar, apenas da unos pasos el grupo formado por los milicianos y Genaro cuando éste se para y aprieta un interruptor que estaba escondido en la oscuridad, y de repente todo el se ilumina ante sus ojos.