Evaristo respira fuerte, sus corazón bombea sangre con fuerza, tanto que casi es capaz de oírlo, sus pulsaciones se mantienen a niveles astronómicos, y aunque parezca imposible, todo se va agravando conforme el humo que lo oculta se va poco a poco disipando. Para la sorpresa de Evaristo y aquellos otros que han entrado en la cueva, no han escuchado ni un solo disparo desde que entraron dentro. Todos mantienen las posiciones, tendidos en el suelo esperando a que cuando el humo que los cobija se acabe, tener las ametralladoras y fusiles listos en algún objetivo. Pero para cuando la visión de los milicianos se aclara, no hay nadie a quien apuntar con su arma.

Están todos de lo más confundido. Poco a poco se van levantando del suelo y empiezan a mirar a su alrededor sin ver a nadie. Evaristo que para este momento pensaba que estaría disparando y en grave peligro de muerte inminente, ve que por el contrario todo está calmado, muy calmado, a diferencia de lo que estaba pasando fuera, donde las balas no dejaban de acosarle. Con cara de incredulidad, se relaja, baja la ametralladora, y ve como todo el mundo a su alrededor está haciendo exactamente lo mismo que él. Fija su mirada en el Martillo, que parece ser el más impactado, Evaristo piensa que probablemente muy desilusionado por lo que está pasando. El Martillo, tan pronto se recupera del shock, vuelve a recuperar el mando y de forma improvisada organiza una pequeña reunión con los otros dos portavoces de los grupos que han entrado junto al suyo en la cueva.

Evaristo ve como de nuevo se acerca el Martillo al resto de su grupo y comparte con ellos lo que han hablado.

Y nadie abre la boca. 

Empiezan la caminata por la cueva, tras una entrada amplia lo que hay es un camino estrecho, de techos bajos y paredes próximas, donde apenas caben dos hombres en paralelo y de pie, pero al recorrer varios metros caminando se va haciendo más grande. Evaristo se fija en las estalactitas que se han formado en el techo de la cueva, piensa que al menos no todo están siendo tiros y está disfrutando de la parte cultural del ataque, desde hace rato todos van con sus linternas encendidas, no hay una pizca de luz. La única vida que encuentran es la de los murciélagos que de vez en cuando les pasan rozando la cabeza, hasta que por fin van aparecen los primeros rastros de vida humana, y como no, es basura. Alguna lata de refresco tirada en el suelo, restos de bolsas de patatas fritas que hace años quedaron prohibidas por no ser biodegradables, todo el grupo aunque en silencio y sin decirse nada presiente que se están aproximando a su destino. Cuando de repente el camino llega, se acaba, en lo que es un autentico socavón en el interior de la montaña, Evaristo se queda asombrado de las dimensiones del hueco que están viendo sus ojos, no hay estalactitas, no hay nada que recuerde a los efectos de la naturaleza y el paso del tiempo sobre la roca, lo que está viendo es el producto de posiblemente años de trabajo del hombre sobre la roca, han tenido que gastar kilos de explosivo, cientos de picos, y sacar miles de carretillas de tierra llenas para hacer donde está ahora, incluso han conseguido penetrar en la superficie de la montaña por donde pasa luz natural a la cueva. Hay otra cosa que llama la atención de Evaristo, al fondo hay algo, se distingue una sabana de color blanca gigante que ondea atada a un palo de madera, no es al único que le llama la atención, y el Martillo, junto al resto de los portavoces, ordena mediante gestos que el grupo se acerque a ella. Conforme se aproximan, ven que a su lado se puede distinguir una figura humana, rápidamente todos, sin necesidad de ninguna orden, incluido Evaristo, vuelven a levantar sus armas, a abrir todo lo que pueden sus ojos en busca de enemigos, algunos no dejan de apuntar con su arma a esa figura humana que esta junto a la bandera por si todo se trata de una trampa. Pero no pasa absolutamente nada, igual que no pasa nada desde que entraron en la cueva. Cada vez más cerca, se distingue perfectamente quien, es un anciano el que los espera para darles la bienvenida, aun así nadie baja su arma, y lo primero que hace el Martillo al llegar a su altura es apuntarle directamente, contactando con su arma su cuerpo.

Niños y niñas, ancianos y ancianas, salen del escondite que hasta ahora les proporcionaba la oscuridad y se exhiben en los chorros de luz que entran a la cueva.