La Milicia tiene ramificaciones por toda la sociedad, es raro el que no es miliciano, ha sido miliciano, o es amigo de algún miliciano. Su estructura es menos no está tan jerarquizada, no es tan rígida, como la de los antiguos ejércitos convencionales, en ella la jerarquía no se mide por galones en el hombro, sino por años de experiencia y de fidelidad. Este límite difuso entre la sociedad puramente civil y la organización militar constituida por la Milicia, hace que ambas adquieran tintes de la otra. Donde más claro se ve, es en la forma en que la Milicia se nutre de la sociedad de la que forma parte, y la sociedad forma parte de una Milicia que no es más que una extensión de la misma. A diferencia de la Patrulla Urbana encargada de mantener la seguridad dentro de cada una de las ciudades, en la que se exige haber acabado con el periodo de trabajo obligatorio como un intento de profesionalizar aquellos que han decidido invertir su tiempo libre en ser parte de ella, la Milicia sólo exige un requisito, ser mayor de edad, es decir tener 16 años, que es la edad en la que se adquiere la máxima independencia al dejar los albergues de menores donde todos los niños y niñas viven, y pasar a vivir en un piso solos. Este carácter tan abierto de la Milicia, lo que trata es de concienciar a todo el mundo de su necesidad, de que todos los ciudadanos compartan la preocupación por el mantenimiento de la organización social creada a partir de la Gran Revolución, para lo cual es imprescindible combatir la violencia con violencia. Todo esto se puede sintetizar en una cosa, todo miliciano o miliciana es voluntario, nadie está obligado a coger un fusil, está es la gran diferencia con el trabajo obligatorio del que nadie puede escabullirse, porque a nadie puede obligársele a estar dispuesto a morir.

Evaristo se apuntó a la Milicia como una forma de sentirse útil socialmente, aunque las escaramuzas con el PML existen, así como con otros forajidos, éstas son raras, o eso al menos tenía entendido Evaristo hasta el día de ayer. Pensaba que sus días en la Milicia, a los cuales había puesto el límite de empezar a ser médico o en su defecto irse a Marte, se resumirían en largos paseos por el campo en la mayoría de los días, y excepcionalmente capturar a algún grupo de bandidos, de esos que no quieren cumplir las siete años de trabajo obligatorio, o algún pequeño grupo del PML. Pero encontrarse con un grupo de 200 miembros del PML a pocos kilómetros de la ciudad donde vive, excede, y en mucho, las expectativas de lo que serían sus labores de Miliciano antes de apuntarse. Evaristo lleva rato que no es capaz ni de volver a dormirse, ni de dejar de mirar el techo a donde tiene clavados fijamente sus ojos. La culpa de su aparente nerviosismo parece achacarla continuamente al uniforme que está tendido en la silla que está al lado de su cama, por su culpa no es capaz de descansar tranquilo, no es normal que desde las cinco de la mañana tenga los ojos abiertos como un búho. Ahora son las siete, lo que significa que apenas le queda media hora para decidir que va a hacer con lo que le queda de su segundo día libre antes de volver a la universidad y al trabajo obligatorio mañana. Sabe, que por principios nadie puede obligarle a coger un fusil, ni mucho menos obligarle a estar dispuesto a morir, la sociedad hace mucho que dejó atrás el castigar a los cobardes con la muerte como habitualmente fueron siempre castigados por todos los ejércitos en la guerra, pero no acudir hoy junto al resto de milicianos a asaltar la cueva donde está escondido el grupo del PML que amenaza con echar por tierra lo que tantos años a costado construir, va a suponer añadir una mancha a su nombre. Por eso no le deja descansar el maldito uniforme que yace tendido en la silla, simboliza tantas cosas, ponérselo puede suponer la diferencia a ser estimado o no por la comunidad donde vive, en la que a falta de dinero nadie puede chantajear a nadie a cambio de una alabanza, cuando menos de un gesto de cariño, ponérselo puede suponer la diferencia o no de volver esta noche vivo a la misma habitación donde ahora es martirizado por sus pensamientos, ponérselo puede suponer la diferencia entre volver a ver o no Julia. Cada segundo que pasa nota como la presión en su pecho se intensifica, cada segundo añade urgencia a esa decisión que no es que no sea capaz de tomar, porque es tan fácil como decir si o no, es problema es que no quiere tomarla. Si por él fuese, aun siendo uno de los momentos más tristes, grises, aburridos, tensos, insoportables, de los que ha vivido en su vida, ahora estaría dispuesto a vivirlo eternamente con tal de evitar de responder a la cuestión que continuamente le asalta, el ponerse o no el día de hoy el uniforme.

Este callejón sin salida en forma de pensamiento cíclico donde anda metido finalmente queda inevitablemente interrumpido  por el sonido del despertador, que suena como límite al tiempo que le ha sido concedido para dar una respuesta, y la respuesta a la pregunta es tan inevitable, como la falta de ganas de responderla. Se levanta, enfadado, no sabe con quien ni porque, y con mala cara, acordándose de las ganas que tenía y tiene de ver a Julia, pensando en que hoy al menos parte de su tiempo la dedicaría a eso, primero mete la pierna derecha en el pantalón militar, luego la izquierda, después se pone la camiseta de color verde, mete la mano derecha por el lado derecho de la chaqueta y luego hace lo mismo con su mano izquierda pero con el lado opuesto de la chaqueta, coge las botas y mete el pie derecho en la bota derecha, sigue y hace lo mismo con su pie izquierdo en la bota izquierda. Al menos, ha llevado siempre el orden correcto al vestirse y ha empezado siempre por el lado derecho, eso significa que hoy tendrá buena suerte, o a menos no mala, lo que un día como hoy parece ser un factor a tener en cuenta.