El herido está preso en una habitación del hospital, dos milicianos custodian la entrada a la habitación desde que fue detenido por Evaristo y el resto del grupo al final de la emboscada. Aunque haya sido parte de la muerte de tres milicianos y uno más con heridas graves, no se le ha denegado en ningún momento todas las atenciones médicas que necesitan su precario estado, es una de las características de la nueva sociedad, la otra fue la abolición en todo el mundo de la pena de muerte y de las torturas.

La milicia de la ciudad de Evaristo tiene un importante y fuerte código ético, en él se recoge el estricto cumplimiento de todos los acuerdos alcanzados por la humanidad en los que se critica y sanciona gravemente los tratos inhumanos y degradantes. A Evaristo le entregaron varios folletos con un resumen de su contenido el día en que también se hizo con su uniforme y su arma, era como si la violencia estuviera ligada al respeto por los derechos del hombre, en ninguna mejor forma se podía simbolizar la legitimación de la violencia gracias a los límites marcados para poder ejercerla. 

Tras que el doctor abandonase la habitación del hospital donde está el herido, ha llegado el momento del interrogatorio. En él van a ser parte Evaristo y otro miliciano con años de experiencia y apodado el Martillo, aunque Evaristo todavía no ha pillado porque. A Evaristo ser parte en el interrogatorio le ha sido concedido como un premio por el valor que ha mostrado durante la emboscada, fue capaz de arriesgar su vida para salvar la de otro compañero, pero además durante la toma de la colina desde donde les estaban atacando mostró gran determinación y aplomo, tanto que sorprendió a aquellos que siempre ven a los novatos como más una carga, que como una ayuda, al menos hasta que no cogen un par de años de rodaje, cosa que no todo el mundo aguanta. Ambos interrogadores apenas se conocen de antes porque el martillo no fue parte del grupo que sufrió la emboscada, y apenas han intercambiado alguna palabra o mirada durante la espera, toda su relación anterior se resume a haberse visto en el edificio que ocupa la milicia en la ciudad, y a un “¿qué tal estás?” y a un “bien” antes de pasar. La falta de comunicación puede ser por varios motivos, el Martillo parece una persona, ya a simple vista, con pocos amigos, de esos que reflejan su dureza nada más verlo, complexión algo gruesa pero musculada, casi dos metros de altura, barba de varios días sin afeitar y con algún tatuaje que asoma por el cuello del uniforme. Pero además, esa falta de comunicación puede ser la causa del nerviosismo previo antes del interrogatorio, y también a una falta de confianza entre uno y otro de los interrogadores. 

Evaristo, tras dejar de pensar en el significado de la palabra paz, y de ver salir al médico, lo primero que ha hecho su cerebro es empezar a recordar lo que ponía en esos folletos sobre derechos humanos que le entregaron junto a su uniforme o arma. Y apenas recuerda nada, porque al igual que la mayoría, no les hizo ningún caso, todo el mundo se centra en probarse el uniforme para ver que es de su talla, y en revisar el arma, que no le falte de nada para estar plenamente operativa el día que toque utilizarla. Pero nadie, absolutamente nadie, lee lo que pone en los folletos. De todas formas Evaristo lo tiene claro, no le hace falta acordarse de lo que no leyó para saber como comportarse, el interrogatorio tiene que ser limpio, sin amenazas, sin golpes, sin maltrato psíquico o físico de ningún tipo. No obstante, al no ser el único que va a pasar a la habitación se pregunta si el Martillo pensará lo mismo, su apariencia le dice que él tampoco se ha leído lo que pone en los folletos, ¿pero pensará igual que él sobre los límites que tendrá que respetar durante el interrogatorio?, algo le huele mal a Evaristo, no sabe su es su apodo o el tatuaje de la ametralladora en el cuello, pero ya antes de entrar presiente que algo desagradable puede pasar.

Al entrar en la habitación Evaristo ve al enemigo lastimosamente herido y atado por dos esposas, una en cada una de sus muñecas, a la cama. La habitación está tenuemente iluminada por la persiana entreabierta, pero ni a Evaristo ni al Martillo les apetece encender la luz, como si quisieran dotar de un tono informal a su visita. El herido no ha hecho ningún caso cuando han entrado en la habitación, no se ha movido, no ha abierto los ojos, sigue en la misma postura que cuando llegaron. El primero, mostrando su jerarquía con respecto a Evaristo dentro de la milicia, en romper el silencio es el Martillo, que lo hace no con palabras, sino con un golpe con la palma de su mano en la mesa que hay al lado de la cama donde está tumbado el que va a ser interrogado, no se lo esperaba nadie y tanto Evaristo como el enfermo se sobrecogen al oír el impacto seco sobre la mesa. Por fin el herido abre los ojos y ve al Martillo y a Evaristo delante suya, su cara refleja miedo y odio por partes iguales, o al menos eso le parece a Evaristo, el que ahora puede observar de forma clara, sin la suciedad en la cara y la gorra que le cubría parte del rostro, la juventud del detenido. El Martillo una vez ha espabilado a todos aquellos que hay en la habitación por fin abre la boca:

– El Martillo: Has matado a tres de mis compañeros, o hablas y reparas con información el daño que has hecho, o va a saber muy pronto porque me llaman el Martillo.