Evaristo también lo sabía, pero eso no significa que al escucharlo no le haya igualmente decepcionado, la decepción es simple, no todos los seres humanos comparten la misma definición de felicidad, lo que es realmente preocupante porque cualquiera de sus diferentes definiciones legitiman el uso de la violencia que unos ejercen sobre los otros mutuamente. Tras encajar el duro aunque esperado golpe, Evaristo vuelve a levantar la cabeza y en ese momento ve como el Martillo está con la mirada fija en él, si bien al coincidir sus miradas el Martillo aparta rápidamente la suya y decide seguir con el interrogatorio.
- El Martillo: Ahora que ya sabemos todos quienes somos cada uno de nosotros porque nos hemos presentado, creo que lo mejor es que pasemos a la parte realmente interesante, ¿te parece bien Ignacio?
Ignacio no contesta, a Evaristo le parece saber porque, lógicamente a nadie le importa lo que opine, la pregunta que acaba de formular el Martillo es de esas que no esperan respuesta, se hacen por pura cortesía. El Martillo por su puesto no cambia de actitud, y sigue con su gigante mano posada sobre el muslo de Ignacio como señal de advertencia.
- El Martillo: Seguro que estás pensando lo mismo que yo estoy pensando, ¿a que sí Ignacio?, ya sabes sin que yo te diga nada lo que te voy a preguntar, pero mira, visto que tu has sido bueno conmigo y has pasado a contestar amablemente mis preguntas, para que yo no me tenga que imaginar nada, yo voy a hacerte exactamente el mismo favor a ti. Para que seas que soy bueno. Venga, no voy a darle ya más vueltas, ¿dónde os escondéis tu y los tuyos?
Ignacio, al que le ha costado aprender la lección, pero que finalmente ha aprendido, enseguida contesta.
- Ignacio: Como te lo diga me matan.
El Martillo nada más oír la respuesta aprieta con fuerza la mano que tiene sobre el muslo de Ignacio, el que rápidamente gime de dolor. Tras pocos segundos, vuelve a abrir su mano e Ignacio se calla. Evaristo observa la escena sufriendo como si fuera su muslo el que está siendo apretado, pero no se atreve a decir nada, piensa que ya ha intervenido bastante por ahora.
- El Martillo: Respuesta incorrecta Ignacio. No me hagas perder el tiempo porque me enfado, en algún agujero habrás estado escondido hasta que está mañana decidiste salir de él. ¿Es o no es? Yo también puedo matarte, mira ves la pistola que cuelga de mi cinturón, así que no pongas excusas baratas y tontas y cuéntame, ¿dónde os escondéis los del grupo PML?
- Ignacio: No tenemos un sitio fijo, solemos cambiarlo, por si paso algo como lo de ahora, ¡aaaaaah!, ¡para, para! no vuelvas a apretarme. Estamos en un claro del bosque cerca de donde os hicimos la emboscada, pero antes de seguir prométeme una cosa, prométeme que si te lo cuento respetareis a los niños del campamento.
- El Martillo: ¿Tu me ves con cara de mataniños? te lo prometo, ahora habla no sea que me vuelvas a enfadar otra vez.
- Ignacio: Hay una cueva en la montaña gemela a la que os hicimos la emboscada, justo la que hay al otro lado del camino donde os atacamos. Apenas se ve porque la maleza la tiene oculta, pero si la apartas se ve la entrada que está más o menos a media altura de la montaña, es una entrada pequeña, apenas cabe un hombre solo, pero una vez la pasas llegas a un hueco enorme dentro de la montaña donde acampamos.
- El Martillo: ¿Sois muchos?
- Ignacio: Bastantes, entre 200 sin contar los niños y niñas. Ya te dicho que hay una gruta enorme si sabes pasar dentro de la montaña.
- El Martillo: ¿Armas?
- Ignacio: Por supuesto.
- El Martillo: ¿Qué armas?
- Ignacio: De todo, ametralladoras, bazucas, rifles. Yo que vosotros no entraba.
- El Martillo: Eso ya lo decidiremos nosotros. Bueno, por nuestra parte ya hemos acabado, ¿ves como tampoco ha sido tan difícil?
Ignacio responde que no con la cabeza y con una cara miedo, Evaristo la vuelve a leer a la perfección, ese es el miedo que sienten aquellos que saben que ya no son necesarios.
- El Martillo: Me alegra que coincidamos, pero de todas formas no voy a dejar que te vayas muy lejos, porque vamos a ir a la cueva, y como sea mentira lo que me has contado, la próxima cosa que apriete no va a ser tu pierna, va a ser tu cuello.
Y al acabar de hablar Evaristo ve como el Martillo vuelve a apretar su mano sobre el muslo de Ignacio, al que vuelve a hacer gritar de nuevo. Luego se levanta, da una palmada a Evaristo en la espalda y agarrándolo del hombro en signo de compañerismo se lo lleva de la habitación, pero antes de salir por la puerta puerta suelta a Evaristo, se da la vuelva, y le dirige las últimas palabras a Ignacio.
- El Martillo: Yo que tu no intentaba nada, vas a estar vigilado día y noche por los dos guardas que hay en tu puerta, si necesitas ir al baño o algo, grita, ellos te acompañan, sino calla, no nos gustan los presos pesados.
Esta vez, al igual que la pregunta Ignacio sabe que no importa su respuesta, por eso tampoco dice nada, asiente con la cabeza, y cuando por fin vuelve a estar solo en la habitación respira hondo y se mira su maltrecha pierna, la venda está llena de sangre, va a necesitar ver de nuevo a un médico.
Evaristo sale de la habitación en silencio, exactamente igual que había entrado. Intenta sacar conclusiones de todo lo que acaba de vivir, la emboscada, y luego el interrogatorio. Lo primero que piensa es que una cosa es la teoría y otra la práctica, que da igual las lecciones que le hubieran dado antes de salir hoy al bosque porque ninguna hubiera sido tan valiosa como las balas que hoy le han pasado rozando la cabeza, y la otra lección, es que da igual todo lo que el hombre haya sido capaz de civilizarse, de extender una educación igualitaria, de firmar tratados, de comprometerse al respeto de los derechos humanos, porque al final todo se resume a la supervivencia, y seguro que si cuenta a alguien lo que ha visto hoy hacer al Martillo, se encontrará con su cara de indiferencia. Al menos ya se ha acabado el día, y mientras sale por la puerta del cuartel de la milicia se acuerda de Julia, nunca antes había tenido tantas ganas de volver a verla.