Lo que ha hablado con Gloria le ha dado de que pensar. La Milicia tiene superioridad numérica y en armas, una solución pactada no tiene porque entrar dentro de sus prioridades, de su lado está la razón y la ley, aunque Evaristo sabe que tanto la razón como la ley son realidades manipulables por la mayoría, que a su vez es fácilmente manipulable por la minoría al mando. De vez en cuando hay fragmentos de libros que le asaltan como realidades incontestables, ahora hay una que tiene en la cabeza, Nietzsche dice en uno de sus libros algo así como que la locura es algo raro de encontrar en individuos, pero fácilmente encontrable en asociaciones de hombres y mujeres. Por eso, que la ley o la razón este de su lado a sus ojos parece un argumento tal débil como un cubito de hielo al sol.
Sólo le queda la mitad del día para cumplir con la ardua tarea que le ha asignado Gloria, mañana es día de trabajo obligatorio a la mañana y universidad a la tarde. Tiene la sensación de haberse convertido en un voluntario sin serlo, su fama parece que le precede, y le mete en líos sin que él haya hecho nada para merecerlos. Apenas ha comido nada, tiene un nudo en la garganta y otro en el estomago, en sólo pensar que tiene que contarle al Martillo la conversación que ha tenido con Gloria le ha llenado de nervios, porque ¿a quién sino al Martillo va a contárselo? No conoce a nadie más en la Milicia, es su único contacto, por mucho que la mayoría del tiempo lo deteste. Camina por la calle con paso cansino, pesado, y no como consecuencia de agotamiento físico, sino por las pocas ganas que tiene de llegar a su destino. Pero inevitablemente, baldosa tras baldosa, se encuentra más cerca del edificio de la Milicia donde espera encontrar al Martillo. 
Dejándose guiar por sus pies, de repente está de nuevo igual que ayer delante de la puerta del despacho del Martillo. No cree que lo vaya a entender, no cree que vaya a apoyarle, no cree que se buena idea, pero lo que él crea no importa, porque no hay ninguna otra opción y está obligado hacerlo, por lo que reúne fuerzas de donde puede y empieza a través de ellas a golpear con su puño el cristal de la puerta que supuestamente lo está separando del Martillo. ¡Clang! – ¡clang!, se oye de forma rítmica y aguda por culpa del leve grosos del vidrio. Y sin apenas darle tiempo o concienciarse por última vez de su cometido, en seguida responde la voz del Martillo pidiéndole que pase.

Y Evaristo, le hace caso y gira el pomo de la puerta, despacio como intentar ganar tiempo de donde no lo hay, la puerta al abrirse hace un extraño gemido que indica que le hace falta un poco de aceite en las bisagras, hasta que finalmente Evaristo y el Martillo se encuentran de nuevo cara a cara.

Y a la misma vez que el Martillo se está encendiendo un cigarro Evaristo se está sentando en la silla que hay justo en frente de la que está sentado el Martillo.

El Martillo no ha dejado de mirarle a los ojos desde que Evaristo empezó a hablar, y cuando ha dejado de hacerlo ha pasado a mirar el humo que sale de su cigarro, se ha dado cuenta de que la ceniza acumulada en su extremo parece estar soportando un equilibrio imposible y mueve su mano para intentar deshacerse de ella dentro del cenicero, a pocos centímetros de llegar a él se desprende cayendo a la mesa sin que el Martillo haya cumplido su objetivo. Sigue sin decir palabra, parece estar pensando de forma detenida la respuesta, se levanta de su silla y se dirige a la ventana que hay en su despacho, mira fijamente por ella como si aparentemente fuese la única persona dentro, parece haberse olvidado completamente de Evaristo.