Nunca se había dado cuenta hasta ahora de lo cerrados que que tenía lo ojos. En la ciudad, encerrado en la burbuja de amigos, el mundo se recubre de una realidad que no es cierta, como el fino oro que recubre madera. Desde que está en la Milicia es consciente de la intrigas que rodean la ciudad y su modelo social, lo que aparentemente es un mundo en paz, esconde un submundo en guerra, donde todavía se dispara a matar, donde hay espías, donde se planean robos y atracos, donde nadie está a salvo.
Eso es todo lo que representa la nota que sigue metida en el bolsillo de su pantalón, donde ayer se quedó cuando llegó rendido a la cama. Está mañana lo primero que ha hecho nada más abrir los ojos ha sido pensar en ella, todo se resumía a ir o no ir a la cita propuesta. La intriga lo mataba, por lo que indudablemente decidió que lo mejor era acudir y resolver todas las preguntas que la misteriosa nota le había provocado. ¿Quién le había dejado esa nota en el pantalón?, ¿porque se la había dejado?, ¿qué era lo que necesitaba estar envuelto de tanto secreto? y sobre todo, ¿cómo había llegado esa nota a su bolsillo del pantalón sin que se hubiese dado cuenta?
El desayuno ya lo pasó sabiendo que iba a ir a la cita, por lo que los nervios le impedían concentrase en otra cosa que no fuese imaginar que pasaría cuando llegase la hora en el lugar propuesto, en esos momentos se sintió abrumado por darse cuenta de que el tiempo sin la referencia de espacio pierde valor y viceversa. Y cuando llegó la hora de salir de casa se sintió realmente aliviado, porque fin había llegado el momento de ir al sitio previsto lo que haría despejar todas las incógnitas que lo tenían en ascuas.
Ahora está apoyado en la maquina de comida de la calle 14 de Julio, y faltan cinco minutos para las doce. Observa de forma inquisitiva las caras y los ojos que hay en ellas, de cada uno de los viandantes que se cruzan con su mirada, como si estuviera preguntando con sus ojos a cada uno de los que se atreven a cruzarse con ellos si es la persona a la que espera. Nadie parece haberle hecho ni caso desde que llegó, nadie cruza la mirada con la suya, y por mucho que preguntan sus ojos, nadie responde a sus preguntas, de hecho nadie parece haberse enterado de que las está preguntado. Llega siempre temprano a todas sus citas por sistema, lo considera una cuestión de educación, de demostrar la importancia que tiene a esa persona con la que ha quedado, porque quien llega tarde es que no tiene miedo de que lo dejen plantado, lo que significa que le da igual con quien y para que ha quedado. Intercala esa mirada curiosa y ansiosa hacía aquellos que le rodean, con intermitentes miradas a su reloj, es uno electrónico, de color negro, de plástico, muy básico, uno de los dos modelos que ahora se fabrican, en otro es un analógico de acero, lo ganas al cumplir 40 años como ciudadano del mundo. Eso le hace acordarse de las palabras de Genero, de que todos tienen derecho a lo mismo independientemente de lo que hagan, pero el se siente muy feliz con su reloj y no entiende que importancia tiene poder elegir entre más modelos, si todos le van a dar la hora con la misma precisión que el que ahora lleva puesto. Los minutos se aproximan, los segundos pasan de manera inexorable, el tiempo es lineal e irreversible, y pronto llegan las 12.
A partir de ese momento, los minutos que pasen de la hora señalada servirán para medir la confianza que depositará en su cita anónima. Pero queda muy degradada, porque pocos segundos después de marcar su reloj digital las doce, una mano golpea su espalda. Ese gesto hace sentir a Evaristo como un estúpido, lleva un rato mirando a todos lados, como un guarda en uno de los antiguos puestos fronterizos, y aun así lo han pillado por sorpresa. Es por culpa de su postura, está apoyando su hombro derecho sobre la cristalera de la máquina de comida donde ha quedado. Como un gato asustado se revuelve a toda velocidad para ver quien le acaba de tocar la espalda. Y ve a una mujer, de entorno a cincuenta años sonriéndole, la primero que percibe es que es alguien que no ha visto en su vida, no la reconoce ni ubica en ninguno de los lugares donde hace su vida, lo segundo que percibe es que aparentemente parece una persona normal, de mirada amable, de la que nada sospecharía si se cruzara con ella en la calle, y lo tercero, es que no es capaz de extraer de ella a simple vista, que es lo que quiere de él.
Tras unos breves segundos, que a Evaristo le parecen una eternidad, en las que sus miradas se cruzan sin que ninguno sepa que decir, su extraño acompañante rompe el hielo.