Cuando aquellos que han sido obligados a dejar sus habitaciones se marchan, Gustavo vuelve a ejercer de capataz.

Efectivamente, poco antes de que Gustavo hablase había visto como tres soldados se habían separado del grupo rompiendo la formación. Pero los terrícolas están paralizados, no se mueve nadie, ninguno ha hecho un gesto que implique cumplir con lo que Gustavo les ha dicho, y él no quiere ser el primero que lo haga, en cambio entra en el círculo vicioso de miradas hacía uno y otro lado que todos los presentes se dirigen, con cara no saber que hacer. Pasan unos segundos que parecen minutos, hay tanta tensión que podría cortarse con un cuchillo, hasta que su indecisión se transforma en obligación de hecho, porque uno de los tres soldados engancha a un terrícola del brazo y lo arrastra hacía la nave, tras cuatro pasos mira atrás y lanza una mirada desafiante al resto que la entiende a la perfección y automáticamente sigue sus pasos. 
No se mueve del medio del grupo, no quiere estar ni muy delante, ni ser el último, no quiere estar cerca del primer alienígena que dirige al grupo, ni de los dos últimos que vigilan que nadie se quede retrasado, quiere pasar desapercibido, quiere formar parte de la masa, no quiere ser individualizado, y cuida de que Julia tampoco lo sea. Continuamente vigila que se encuentre a su lado, no da más de tres pasos sin lanzar una mirada a donde se supone que está para comprobar que sigue estando. Poco a poco suben la rampa por la que hace sólo un rato descendieron los alienígenas y conforme más cerca están más fuerte se hace la sensación de frío que sale de la puerta de la nave. Cuando por fin pasan su umbral, el frío se hace realmente intenso, no sabe que temperatura hay dentro de la nave, pero por el bao que sale de su boca debe de ser realmente baja. Si antes se había sentido como uno de los siete enanitos del cuento de Blancanieves, ahora todavía es peor al ver las proporciones del interior de la nave, el pasillo metálico por el que caminan es enorme, lo que hace que sienta más frío, no pasa mucho rato hasta que sus dientes empiezan a castañear de forma incontrolada, su cuerpo está haciendo todo lo posible por mantener la temperatura.
El pasillo acaba y llegan a lo que parece la sala desde donde se dirige la nave, al menos esa es la impresión que tiene al ver en una pantalla gigante algo parecido a una ruta entre planetas y estrellas, la sala está llena de más alienígenas, pero ninguno les hace caso, salvo alguna mirada furtiva que les lanzan. Si algo le sorprende, aparte del frío y de las dimensiones de todo lo que ve, es la ausencia de sillas, no hay sillas, los alienígenas a los mandos de la nave están todos de pie. En la nave ya no está Gustavo, por lo que uno de los soldados vuelve a sacar la máquina que traduce sus palabras. 

Cada uno de los tres soldados empieza a dividirlos, coge fuertemente la mano de Julia para que no lo separen de ella, pero no sirve de nada, de un tirón del brazo los separan, y de ese tirón del brazo nace el primer sentimiento de rebeldía, de ganas de revelarse, que trata de apaciguar tragando saliva, y mirando a Julia que le está diciendo con su mirada que no pasa nada. 
Hechos los grupos, cada uno de ellos se mete por cada uno de los tres pasillos. Al separarse de ella no puede evitar sentir lo que ya sintió cuando se despidieron la última vez antes de ir cada uno a sus trabajos, ese recuerdo no le tranquiliza. Los pasillos metálicos están salpicados de puertas de cristal transparentes, que se abren al utilizar un código que introduce el soldado, una vez abierta, grupos de cuatro humanos se encargan de recoger y transportar sus cosas. A él le toca la tercera habitación, ya no hay máquina que traduzca sus palabras, ahora lo todo va por gestos, el alienígena saca dos bolsas, señala un armario, y hace un gesto de tener que meter lo que hay en él en ellas. 
Todo sigue siendo enorme, sus camisas, sus gorras, aunque la variedad no es tanta como la de un humano, por ejemplo, no le parece que haya nada parecido a ropa interior, tiene que se la consecuencia de no llevar pantalones. Pero esta vez no es eso lo que más le impresiona, lo que le deja con la boca abierta es la cama. Está hecha como de telarañas, es una especie de hamaca que cuelga de ambos extremos de dos paredes de la habitación, se acercarse a ella, la toca y tiene una textura pegajosa, rápido deja de hacerlo, tiene miedo de quedarse atrapado en ella como un mosquito, se teme que pueda ser no sólo para dormir.
Pasados unos minutos el soldado que los dejó en la habitación vuelve a recogerlos. Han tenido el tiempo justo de recoger todo lo que había en el armario. Cada bolsa la llevan dos humanos, y aun así los brazos le duelen tras pocos pasos de salir de la habitación, su espalda se encorva, se enfada, y piensa que si tan listos son ya tendrían que haber inventado las maletas con ruedas, por lo que supone que al fin y al cabo no tiene que ser tan difícil derrotarlos. Cuando llega a la estación espacial y ve de nuevo a Julia vuelve a sonreír, aunque no tenga muchas ganas de hacerlo.