Tras dejar el equipaje de los nuevos inquilinos en su habitación, hay unas cuantas preguntas que se le vienen de forma inevitable a su cabeza ¿y ahora qué?, ¿cuál va ser la nueva tarea que se les asigne?, ¿qué es lo que está pasando?, ¿acaso se han convertido en sus sirvientes domésticos? 
Dandole vueltas a esas cuestiones, espera nervioso junto al resto conocer cual va a ser su suerte, de brazos cruzados, caminando de un lado a otro de la plataforma en donde más de 500 terrícolas son vigilados por apenas 10 alienígenas. De todas formas nada de lo que está pasando puede sorprenderle, sabe que una de las cualidades de la historia es que eternamente se repite, lo que hoy ha pasado es lo mismo que hicieron los Romanos cuando conquistaron el Mediterraneo, lo que hicieron los españoles durante la conquista de América, lo que los Nazis hicieron con polacos y franceses durante su breve pero intenso sueño de conquistar Europa. Se le ocurren otro millón de ejemplos, en los que todos se sigue un mismo patrón, una cultura más avanzada, y por eso hay que entender aquella no más inteligente o civilizada sino con un armamento más potente, utiliza eso, su armamento, para dominar a otra.
Pero como no, de nuevo empieza a escuchar la voz de Gustavo, aquel a quien se le ha sido asignada la función de acabar con la incertidumbre que continuamente asalta sus vidas.

Hace lo que le dicen y va a su habitación, donde tiene el traje espacial. Si antes ya empezaban a aflorar en él las ganas de revelarse, al por fin descubrir cual va a ser su función, no le queda ninguna duda de que tarde o temprano acabará haciéndolo. Pero lo mantiene en secreto, no le dice nada Julia, la que tampoco habla. Con sólo mirarla ya sabe lo que piensa, además el único lugar seguro de sus pensamientos es su cabeza, cualquier palabra o gesto va a ser visto y oído por Gustavo e inevitablemente compartido con los alienígenes, eso fue los último que hablaron, eso es lo que ahora los mantiene conectados y rige cualquier intento de comunicación entre ambos.
Ya de vuelta en la plataforma Gustavo vuelve a hablar. Cada vez que la escucha el tono mecánico de su voz de hace más y más irritante, su vida se ha convertido en el juego Simon dice, y no tiene ningunas ganas de seguir jugando.

Las ordenes de Gustavo son cada vez más escuetas, y eso a sus oídos las dota de un sentido autoritario. Eso le recuerda procurar estar siempre a su lado, no separarse de ella, tiene miedo de que quizás la próxima vez que lo haga sea para siempre. Se pone el traje y ayuda a Julia a ponerse el suyo, para cuando han acabado los vehículos alienígenas que mencionó Gustavo los están esperando. De lejos son casi idénticos a un camión terrestre, y de cerca siguen siéndolo, solo que no es capaz de encontrar donde tienen las ruedas, en su lugar se mantienen suspendidos a escasos centímetros del suelo como por arte de magia. En fila india, uno a uno los hacen pasar dentro, y cuando entra en vez de humanos lo que ve son ovejas, sólo espera de que no los lleven también al matadero. 
No hay asientos, por supuesto no hay baños, van literalmente hacinados, es una imagen de alto contraste, astronautas equipados con la tecnología más avanzada, al menos terrícola, en condiciones lamentables, menos mal que el viaje se le hace corto, deben de ser las pocas ganas que tiene de empezar a trabajar. 
Cuando llegan, lo hacen a la mitad de un cráter de color rojo situado, para lo que él sabe de geografía marciana, en mitad de la nada. Mire donde mire le da igual, lo único que ve son piedras y tierra de color rojo. Aunque eso, mirar al infinito, le tranquiliza más que mirar a lo que les está esperando, en ese punto indefinido del planeta rojo alguien les ha dejado un regalo, una montaña de picos y palas que por su forma y apariencia parecen salidos de la mismísima Tierra. Tiene la inquietante sensación de que los alienígenas que los están esclavizando llevan siglos expiándolos, sino, vaya una extraña coincidencia.
No está Gustavo para dar ordenes, ahora quien las das es un alienígena que lo único que hace es darles un pico a cada uno y cuando acaba, saca la maravillosa máquina traductora.

Pica y pica, y mientras pica está convencido de que el tal agravio a los dioses no es más que una excusa, lo han hecho para engañarlos, para poder invadirlos y ponerles a trabajar forzosamente en su beneficio. Cada vez hay más pistas de que llevan siglos acechando a la humanidad, los picos, las palas, la máquina que habla su lengua, y dentro de poco seguro que aparecerán más. Se traga sus sentimientos, sólo espera que se acabe pronto el día, para comer y volver a estar a solas con Julia en su habitación.