Hechas las presentaciones, Rodolfo les explica un poco como funciona todo en la estación. Trata de introducirlos a lo que mayormente, salvo alguna excepción, consistirá su trabajo como médicos.

Evaristo niega con la cabeza y ve como Constantino hace de forma casi mimética los mismo. La verdad es que tiene un millón de preguntas pero creé que más que preguntas se tratan de incógnitas, dudas que se irán resolviendo conforme pase el tiempo y gane experiencia en la estación.

Y conforme acaba sus últimas palabras, como si hubieran sido premonitorias de que algo malo iba a pasar, todo empieza a temblar, el suelo, las paredes, los techos, de las estanterías empieza a caerse los medicamentos y los equipos quirúrgicos, y una cara de no saber nadie lo que está pasando se empieza a apoderar de los rostros de los tres médicos. Instintivamente Evaristo no espera ninguna explicación de nadie para que le explique que es lo que está pasando, y sale corriendo hacía el exterior de la clínica, sólo tiene una cosa en la mente, y esa cosa es Julia. No hace caso a nada, ni siquiera a los enfermos por los que pasa a su lado sin mirar. En cuestión de segundos está fuera, mira a su alrededor y no hay absolutamente nada que se salga de lo habitual, hasta que le da por mirar al cielo y ve como una nave espacial, que en ningún caso puede ser humana por su forma, está atacando la estación, de ella salen lo que parece que son disparos de color verde, destellos de luz que al llegar a la cúpula que sirve de atmósfera a la estación espacial explotan. O lo está soñando en un sueño muy real, o sólo ha pasado un día desde su llegada y ya los están invadiendo los alienígenas.  
No sabe que hacer, no sabe a donde dirigirse, si supiese donde está Julia lo sabría. Se ha quedado paralizado. Quieto, inmóvil, en mitad de la nada, de repente oye una voz que le es familiar y que es capaz de hacer que se esfumen sus dudas, es Gustavo.

Eso no sabe donde está, pero no hace falta que lo sepa, porque los dos médicos que se habían quedado rezagados dentro acaban de salir también de la clínica, Constantino lleva a un enfermo enganchado a cada lado de sus hombros y Rodolfo lleva cogido al que quedaba. Un remordimiento de conciencia agudo le dice que tiene que ayudarlos, corre hacía Constantino y le descarga de uno de los enfermos. Nadie dice nada, nadie le recrimina nada, Rodolfo sigue caminando y Evaristo lo sigue, igual que hace Constantino, si alguno de los tres se conoce la estación espacial y el camino hacía su centro de control es él.
Todo la estación sigue temblando, los rayos de color verde siguen impactando contra ella y explotando al hacer contacto, pero la cúpula de cristal sigue aguantando, la cuestión que ahora se le pasa por la cabeza es por cuento más tiempo eso seguirá pasando, cuanto tiempo les queda para que su atmósfera de cristal se haga pedazos y el oxigeno que los mantiene con vida se escape hacía el infinito del vacío que llena el universo, o para que el sol entre con toda su fuerza y los haga arder vivos. La inminencia de la muerte desarrolla un instinto de supervivencia único, y aunque el enferme que lleva enganchado al hombro debe de pesar casi 100 kilos, tira de él como si fuera una pluma. Tira y tira con lo una única idea en la cabeza llegar cuanto antes al maldito centro de control. No son los únicos, pronto los pasillos de la estación espacial se coagulan con una marea humana que al menos tiene un único destino, y pronto los tres médicos encuentran tres voluntarios que los ayudan y aligeran el peso de los enfermos y con él su paso.
La estación espacial no estaba preparada para esto, y cuando llegan al centro de control apenas si queda espacio para moverse. Los astronautas parecen sardinas en lata, o lo que es peor, muertos en su ataúd. Sólo hay caos, desorden, ruido, gritos, lamentos, lloros, Evaristo levanta la cabeza por si la ve, pero es imposible, debería de medir más de dos metros para encontrarla y luego ser bueno jugando a algo para lo que nunca ha tenido paciencia, encontrar a Wally. En una situación así, en que el hombre ha perdido las riendas de sus emociones, a Evaristo no le sorprende que se Gustavo el que las tome.