No sabe a cuantos les puede interesar la verdad, pero sí sabe que a él sí que le interesa. Ha ideado un plan, lo ha estado cuajando en su cabeza durante varios días y hoy ha llegado el momento de ejecutarlo. Su objetivo no puede ser ningún otro, se ha propuesto hacerse con la carta de despedida que el terrorista escribió pensando en la probabilidad de su muerte tras los atentados. Si la carta existe, si la carta está guardada, si está escondida físicamente en algún sitio, este sólo puede ser uno, el cuartel de la Milicia.


Desde que ocurriera el atentado sus lazos con la Milicia volvieron a estrecharse, las religiones, los partidos políticos, y las asociaciones de cualquier tipo, son como las resacas en mar abierto, debería ondear una bandera roja en la puerta de cada una de ellas, porque por más que te resistes siempre te acaban absorbiendo. El día del atentado lo pasó charlando con los milicianos voluntarios, y los días que siguieron al atentado hasta echó una mano patrullando los alrededores de la ciudad. No ha sido capaz de realizar su objetivo de deshacerse del uniforme. Por otra parte, la reconciliación con la Milicia e inevitablemente con el Martillo, son los presupuestos imprescindibles para llevar a cabo su plan de hoy.


Es fin de semana, y se ha puesto su uniforme. Lo tiene todo preparado en su cabeza, camina por la calle repasándolo, no ve a nadie de las personas con las que se cruza, todo lo que es capaz de atender es a las ideas fluyendo de su cabeza. Llega al Cuartel de la Milicia, saluda como siempre hace a los milicianos que hay en su puerta, sube las escaleras, saca la los dos petardos que le sobraron de las celebraciones de año nuevo, los prende, los echa a la papelera del pasillo, ha colocado esta vez una mecha especialmente larga, y como cualquier otra día llama a la puerta del despacho del Martillo. Al igual que siempre, no tarda mucho en oír su voz que lo invita a pasar.

Las palabras del Martillo son interrumpidas por dos explosiones consecutivas, ambos, el Martillo y él se contraen al escucharlas, se han parecido mucho al sonido de dos disparos. 

El Martillo siempre va armado, es uno de los privilegios de ser miliciano, no una obligación. Saca su arma, abre la puerta de su despacho y sale al pasillo, justo donde han sido las explosiones. Tras ellas, en el Cuartel se ha armado revuelo, el Martillo no es el único que ha salido armado en busca del origen del ruido, la ciudad, y especialmente la Milicia vive en un estado de psicosis permanente desde el día de los atentados y eso se nota, el nerviosismo se respira en todas partes. Hay voces entre milicianos que se preguntan unos a otros si han visto algo, hay desconcierto, y eso es justo lo que Evaristo quería, tener unos segundos para registrar el despacho del Martillo. Nada más quedarse solo empieza la segunda parte del plan, con el corazón palpitándole con fuerza, sintiendo como con cada uno de sus impulsos golpea su pecho queriendo salirse fuera, busca sobre la mesa, abre y revuelve todo, mira en todas partes, hasta que llega a un cajón de su escritorio cerrado con llave, tira con fuerza, tira con toda la fuerza que puede, y no se abre, desesperado agarra un destornillados que de forma casual ronda a su alcance, y empieza a hacer palanca para abrirlo, y al final lo abre. Parece que es en él donde el Martillo guarda los papeles importantes, y justo al final de ellos, debajo de todos, hay un sobre que parece colocado a posta en esa última posición, como si se hubiera elegido ese sitio como último refugio de las manos, que no miradas, indiscretas. Evaristo coge ese sobre sin saber lo que es, ni lo que pone, y se lo guarda en un bolsillo de su chaqueta. Tiene el tiempo justo para cerrar el cajón y volver a donde estaba antes de que fuese la explosión cuando el Martillo abre la puerta del despacho. Evaristo tiene que hacer un esfuerzo horrible para disimular lo que su rostro como un libro abierto lucha por expresar, tiene justo al Martillo delante lanzándole una mirada de sospecha que es más dos puñales. Él tampoco le quita la mirada, y para rebajar la tensión lo antes posible le pregunta.

Nunca unas ordenas han sido obedecidas con más ganas. Evaristo sin pensarlo ni un segundo sale por la puerta con un único objetivo en la cabeza. Llegar lo antes posible a su casa, donde poder abrir tranquilo el sobre que se ha guardado en el bolsillo. Al salir del despacho ve el lío que se ha montado, milicianos armados caminan de un lado para otro dando la impresión de que ninguno sabe a donde se dirige. El único que camina con un punto fijo es Evaristo, que atraviesa el pasillo y baja las escaleras como un rayo esquivando a todos los que se encuentra en su camino. Por fin en la calle vuelve a sentirse libre, y camina seguro de que no ha pasado nada, su nerviosismo estalla en la forma de sonrisa, y al poco en autenticas carcajadas, se pregunta la cara que pondrá el Martillo cuando descubra que alguien ha forzado el cajón de su escritorio que tenía cerrado con llave.