Lo primero que hizo cuando se levantó fue contestarle, todavía medio dormido le escribió un email agradeciéndole que hubiese contestado y aceptando su propuesta. El resto del día, como siempre que hay un momento importante previamente reservado en él, se lo pasó esperando a que llegase la hora de hablar con el periodista. En la granja se pasó la mañana con la cabeza en otra parte, pero eso no impidió que sus manos se siguiesen moviendo con destreza mientras cortaba las raciones de carne de pollo que surtirían mañana a la ciudad. Y la tarde en la universidad, el dolor de mano por culpa de coger apuntes le impide evadirse todo lo que quisiera y desligarse de lo que está haciendo, de forma intermitente, cuando los profesores le dejan un respiro, mira ansioso el reloj que hay colgado en un lado de la clase, pero siempre da la misma hora, está roto, y de forma disimulada acaba siempre sacando el móvil de su bolsillo para mirar la hora. Ese procedimiento se ha repetido durante toda la tarde, hasta que por fin llega la hora, y tras que el profesor apure las últimas explicaciones ya fuera del tiempo reglamentario, tira su bolígrafo sobre la mesa, emite un largo suspiro, y lanza su mirada a todo su alrededor intentando encontrar al bloguero con el que ayer quedó. No lo ve, no está en clase, o no ha llegado todavía, o puede que lo esté esperando fuera. Recoge sus cosas, las mete en la mochila, y cuando va a levantarse para marcharse y buscar al bloguero en el pasillo que da a la clase, una voz a su espalda lo llama, oye perfectamente un “Evaristo”, se gira, y allí está el bloguero tal y como le había prometido.

Salen de la clase juntos, manteniendo la típica conversación de ascensor, esa en que lo único que se intercambian son impresiones genéricas, se trata de una conversación que no está hecha a medida, que puede utilizarse con cualquier persona, en la cual el tema preferido es el tiempo, y donde todas las partes que intervienen en ella están contando los segundos para llegar a donde tenían pensado llegar para acabar con ella. En este caso, su destino es la cafetería, y cuando llegan, la conversación intranscendental se acaba. Evaristo, es la primera vez que está en ella, nunca antes había tenido tiempo de jugar a las cartas, porque con ellas tampoco la Gran Revolución ha sido capaz de acabar, en la cafetería de la universidad se sigue jugando al mus o la cuatrola al igual que se hacía 300 años, da igual que el sistema no te obligue a acudir a clase para poder encontrar un trabajo que te permita pagar una hipoteca, el hacer pellas, el intercambiar chascarrillos y sonrisas con tus compañeros de clase no ha perdido su magia. La cafetería está llena, y tienen suerte de encontrar una mesa libre donde poder sentarse solos.